El arzobispo de Córdoba, Carlos Ñáñez, destaca el testimonio evangélico y el servicio abnegado de la beata María del Tránsito Cabanillas, al presidir una Misa en honor a ella en el templo de las Hermanas Terciarias Misioneras Franciscanas, en el barrio San Vicente de la ciudad de Córdoba, el miércoles 25 de agosto, al conmemorarse un nuevo aniversario de su fallecimiento, y en el año que se celebra el bicentenario de su nacimiento. María del Tránsito Eugenia de los Dolores Cabanillas, que nació el 15 de agosto de 1821 en la actual Villa Carlos Paz y falleció el 25 de agosto de 1885, fue beatificada por san Juan Pablo II en 2002.
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«Hacemos memoria agradecida por su testimonio evangélico que enriqueció a la Iglesia que está en Córdoba, y por su servicio abnegado y generoso que benefició a cuantos estuvieron alrededor de ella», afirmó el arzobispo Ñáñez, quien destaca a la beata cordobesa. Al tomar el Evangelio, reflexionó sobre las palabras de Jesús a sus discípulos en la Última Cena: Como el Padre me amó, así los he amado yo. «Es una afirmación dirigida a todos los discípulos del Señor, en todo lugar y en todo tiempo. A María del Tránsito en su momento, y a nosotros hoy. Es bueno detenernos en esto. Creer en el amor de Dios, manifestado en Jesús por todos nosotros, dejarnos querer por Dios, dejarnos querer por el Señor. Esto es una experiencia fundamental en nuestra vida cristiana, es la clave de la vida de María del Tránsito: creyó en el amor de Dios manifestado en Jesús, se dejó querer. Un amor inconmensurable», enfatizó.
Exhortó a «buscar corresponderle al amor que Él nos tiene, y que trabaja en nuestro corazón, renovándolo, transformándolo para que sea capaz de devolver amor por el amor que recibe». «Esto que Jesús les pide a los discípulos y nos pide a nosotros, no es una quimera: Permanezcan en mi amor, porque Su amor sana nuestro corazón, lo transforma, nos capacita para amar a nuestra vez, a Aquel que nos amó primero. La vida de María del Tránsito se explica desde esta iniciativa del Señor para con ella y desde su generosa correspondencia a esta iniciativa», explicó. «El broche de oro de su vida y de su experiencia espiritual fue el triunfo de la mansedumbre, que no es debilidad que se dobla sino la fortaleza obrando con suavidad. Y la beata María del Tránsito sufrió y ofreció su reclusión sin quejarse ni protestar. El Señor la acompañaba y protegía; fue fuerte para obedecer y para perdonar. Qué bien que nos viene a los argentinos hablar de esto, de perdón mutuo, cuando vivimos momentos de enfrentamiento y distanciamiento que parecen irreconciliables, el testimonio de María del Tránsito es una proclamación silenciosa del Evangelio de la misericordia, del Evangelio del perdón», sostuvo el prelado.
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