ASPECTOS TEOLÓGICOS DEL TEMA: LA PRESENCIA CRISTIANA JUNTO A LA FRAGILIDAD HUMANA EN EL TIEMPO DE LA PANDEMIA (2)

Continuación de La presencia cristiana junto a la fragilidad humana en el tiempo de la pandemia (1).

Por Rubén Revello.

Mounnier, propone también una dimensión social de la persona que llama Comunión. El Papa Francisco, toma ésta dimensión comunitaria y la plasma perfectamente en su encíclica, Fratelli tutti. Allí nos dice:

«Es verdad que una tragedia global como la pandemia de Covid-19 despertó durante un tiempo la consciencia de ser una comunidad mundial que navega en una misma barca, donde el mal de uno perjudica a todos. Recordamos que nadie se salva solo, que únicamente es posible salvarse juntos» FT nº 32.

Es ese sentido de pertenencia mutua, de ‘amistad social’ como le gustaba llamarla a Jacques Maritain[6]. Somos seres sociales y ese vínculo interpersonal, no es una opción bondadosa, es una necesidad, somos en sociedad. Quien niegue esto, negara la condición humana. Autores contemporáneos de gran predicamento, afirman que lo que nos ha vuelto exitosos como especie, es precisamente la capacidad de sumar nuestras inteligencias y voluntades en favor de un bien común. Individuo y comunidad, se requieren mutuamente como la trama y el urdimbre, no puede darse el uno sin el otro.

Los seres humanos, en nuestro proceso evolutivo hemos desarrollado partes del cerebro para volvernos mas sociables, para inhibir los impulsos mas primitivos y agresivos. Ese desarrollo también nos permite ‘leer’ al otro, interpretarlo, ponernos en su lugar. A este proceso lo llamamos empatía y es tan importante, que su ausencia es signo de comportamientos patológicos.

La empatía es a la comunión, lo que la abnegación es a la vocación. Ambas nos llevan a estar junto a la persona que sufre, haciendo propio su dolor y nos disponen a trabajar por su alivio. Lo presento por la vía contraria: sin abnegación y sin empatía, el ser humano se degrada, pierde su dignidad y se la niega a los demás, se vuelve un lobo para sí mismo como decía Hobbes.

El Papa Francisco, más adelante en la misma encíclica, lo presenta bajo la forma de solidaridad, con estas palabras:

«En estos momentos donde todo parece diluirse y perder consistencia, nos hace bien apelar a la solidez que surge de sabernos responsables de la fragilidad de los demás buscando un destino común. La solidaridad se expresa concretamente en el servicio, que puede asumir formas muy diversas de hacerse cargo de los demás» FT nº 115.

Estas palabras son, en sí mismas, todo un planteo místico, donde ser humano y cristiano, es volverse solidario en el servicio concreto, al hacernos cargo de la vulnerabilidad humana. Todos sabemos que la Iglesia-comunión se hace testigo transparente del Evangelio, fundamentalmente, cuando se hace cargo del débil. No hay que presentar complejas elaboraciones teológicas, o rimbombantes ritos litúrgicos, solo hay que tender una mano al necesitado para que el Evangelio llegue, fuerte y claro, a todo el mundo.

Este compromiso con la realidad nos introduce en la tercera dimensión propuesta por Mounnier, la encarnación. Todo lo anterior sería solo vana especulación, si no se encarna en mi vida y para ello entra en juego un elemento propiamente humano, como es la libertad/responsabilidad. Es en el abismo interior de cada persona, donde mis opciones personales dejan al descubierto quién soy; mis grandezas y miserias, mis virtudes y defectos.

Por este principio me reconcilio conmigo mismo y con el dolor que me provoca naturalmente rechazo. El dolor propio y ajeno, transformándolo de muro divisorio, en puente hacia los demás. La dirección que daré a mi vida está en mis manos y no puedo hacer responsable a los demás del modo en el que la gestiono. Aquí me encuentro cara a cara, despiadadamente con mi verdadera identidad y con mi proyecto de vida, con el llamado de Dios y con mi respuesta. Soy yo, ante el durísimo juez que es mi conciencia.

3. Conclusión

La condición de creaturas, nos sitúa en el corazón de la fragilidad: todo lo que somos y tenemos, proviene de un Otro que es al mismo tiempo, origen y providencia. Pero esa fragilidad ontológica, es justamente la causa por la cual Dios interviene en la historia humana, en favor nuestro, con los mismos sentimientos con los que un padre acude ante la necesidad de su hijo. Nuestra fragilidad así se transforma, en ocasión de plenitud para la grandeza de Dios. Del mismo modo nosotros, llamados a ser imagen y semejanza de Dios, ante la fragilidad humana, debemos mostrar grandeza del corazón.

Un segundo elemento, que podríamos llamar más plenamente social, es el que surge de nuestra propia naturaleza humana. Los humanos llamados a vivir en sociedad, hemos desarrollado sentimientos que permitan una vida social, dentro de los cuales se destacan la solidaridad y la empatía.

Pero hay un tercer elemento que se suma a las causales anteriores. Se trata de la relación con nosotros mismos en el Sagrario del alma, que es la conciencia. La intuición del bien y del mal, dentro de nosotros mismos, nos hace ver que tenemos que hacer a los demás el bien que queremos que nos hagan. Es la capacidad de descubrir en nuestras grietas, un elemento que nos hace frágiles al experimentarlo en la propia vida, pero que al verlo en el otro, saca de nosotros una misteriosa e inesperada fuerza, que nos hace salir en su ayuda. No hay caminos intermedios, todo se determina entre dos opciones: o bien salimos de nuestra individualidad para volcarnos al otro que sufre, o quedamos encerrados en nuestra pobreza y nos negamos a dar el ‘salto cualitativo’ que nos hace semejantes a Dios.

De éste modo, la inclinación misericordiosa a ‘hacernos cargo de la fragilidad ajena’, está en nuestro ADN de creaturas; es nuestra carta de ciudadanía como parte de la Humanidad, y se transforma en un verdadero espejo donde ver la calidad de personas que somos.

[6] Maritain, Jacques, La personne et le bien commun, París ,1947

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