EL CAMPO DE LA BIOÉTICA EN UN MUNDO GLOBALIZADO (2).
Continuación de El campo de la bioética en un mundo globalizado (1).
Por Rubén Revello.
En el fondo los criterios comunes, desde la Revolución Francesa y la Declaración de los Derechos del Hombre, han consagrado a dos elementos como principios incuestionables: la libertad individual y el Pacto Social. Pero detengámonos un poco en el análisis de estos elementos…
De la famosa tríada revolucionaria Liberté, egalité, fraternité, solo pudo sobrevivir la primera y esto se debe, según mi humilde entender, al origen mismo de la Revolución Francesa. Ella tuvo por madre el Iluminismo, pero nació huérfana de trascendencia. La consecuencia es que, en el caso de la igualdad, no logra responder sobre qué argumento es sostenida. Sobre la común naturaleza humana, seguramente no, pues el concepto de un orden natural escapa a los criterios estrictamente iluministas. La Revolución desconfiaba de Dios, porque desconfiaba de sus representantes, pero en lugar de distinguir entre Uno y otros, tomó la opción de entronizar a la diosa Razón y anticipar en los hechos, lo que Nietzsche teorizaría siglos después: la muerte de dios como una condición para la liberación del Hombre.
Con la muerte de Dios, la Revolución Francesa mata todo fundamento objetivo y se pierde el parámetro racional que funda y garantiza las relaciones humanas, por encima de los intereses individuales. Al mismo tiempo sin igualdad, quien está a mi lado deja de ser mi hermano ya que no reconozco un padre común que sea garante de esa igualdad y fraternidad. Como vemos, solo persiste la libertad, que debe ser afirmada con toda vehemencia. Así, la necesaria liberación del paternalismo del sistema monárquico y del paternalismo eclesial, engendró una consecuencia negativa: la pérdida de la condición filial y fraterna.
Ahora la libertad individual, exceptuada de toda referencia metafísica, se lanza caprichosa y voraz, sobre la realidad, intentando llenar el espacio dejado por la Ley Natural. De éste modo, el libre albedrío, al perder esa referencia externa, se vuelve auto referencial y despótico —como señalara en su momento Schopenhauer—.
Claramente, el ser humano, llamado a la vida gregaria, si carece de un marco regulatorio de sus conductas, se vuelve peligroso para su misma especie, —homo hominis lupus— de allí que, se impone algún modo de ética compartida. La verdadera pregunta es: esa necesaria autolimitación de la libertad, que le impone la vida en sociedad, ¿sobre qué base se afirma? ¿Qué se comparte? ¿Un acuerdo sobre bases pre-existentes al pacto mismo, o los valores que el pacto determina?
Hobbes, quien debió padecer los duros enfrentamientos de la guerra civil inglesa, publicó en 1651, El Leviatan, donde propone elaborar un «acuerdo o pacto social». Allí presenta ésta teoría que lo hizo famoso: para poder vivir armónica y pacíficamente, las personas deben renunciar a algunos aspectos de su libertad personal, —autolimitarse— en favor de una vida en sociedad.
Para éste autor, entonces la respuesta a nuestra pregunta sobre las bases de un ética compartida —que hoy nos reúne con el nombre de ética global— surge del Pacto social, del acuerdo de las partes, de la intersubjetividad: es una construcción social, atada solo a la cambiante opinión pública convalidada por ella.
A esto debemos agregar que las decisiones no son estrictamente fruto de un consenso real, sino de un cierto grupo de influencers que encaramados a los medios masivos y a las redes sociales, instalan una tendencia a la cual se suman mansamente las mayorías sin otra crítica que la necesidad de ser aceptado socialmente. Esto se refleja en resultados parciales que son puestos en evidencia en encuestas de opinión. A su vez, esas encuestas son tomadas por los políticos y legisladores como inquietudes populares, de modo tal que en su constante búsqueda de congraciarse con sus votantes, las consagran de modo acrítico como verdades absolutas y terminan adquiriendo estado legislativo. Solo así se explica la tiranía de las minorías que aún sin representatividad real, consiguen imponer los criterios más disparatados a la mayoría de la población.
Una propuesta distinta
La pregunta que surge espontáneamente es: ¿Existe alguna alternativa de juicio ético, que no parta del Acuerdo Social? A esta pregunta los clásicos nos responderían que sí existe.
Aristóteles recoge una larga lista de pensadores griegos que lo antecedieron y logra elaborar un concepto superador de naturaleza. Para el estagirita lo primero que se debe tomar al reflexionar sobre la naturaleza del hombre, es que éste es un ente natural —no es artificio humano, una máquina— y por lo tanto sujeto a cambios en sí, desde sí mismo. También observa que como todo ser en esas condiciones, es un compuesto de materia —cuerpo— y forma —alma— y ésta composición es fundamental al momento de considerar la naturaleza humana. Dentro de estos dos principios, uno de ellos es clave para la definición de hombre, aquella característica sin la cual no es tal: el principio formal que organiza a la materia y la anima, el alma. Al reunir ambos conceptos la conclusión es simple, allí donde la materia sea organizada por el co-principio inmaterial hay vida y en el caso del ser humanos esa vida adquiere siempre la categoría de persona.
La propuesta alternativa al pacto social como fundamento de la ética, es poner al ser humano como centro de toda consideración. A su vez, así como el elemento fundamental es el principio que anima y organiza la vida, ésta se materializa en la corporeidad de modo objetivo, de allí que la intangibilidad de la vida física del ser humano da la primera pauta ética compartida. Nadie puede sostener que atacar o poner en riesgo la vida de otro hombre sea éticamente correcto.
La única excepción, pero siempre subordinada a este primer principio, sería intervenir la vida, con intención terapéutica, es decir para curar. Esto tiene sus propias consideraciones:
a) intervenir solo la parte enferma,
b) con el consentimiento del paciente,
c) Solo si es la única alternativa y
d) con expectativas de éxito ciertas.
Estos son solo dos ejemplos de una alternativa más objetiva y por lo tanto racional, en la elaboración de una bioética global, que supere el emotivismo pragmático-utilitarista donde el bien y el mal quedan reducidos a la cambiante y caprichosa opinión de las mayorías, prescindiendo de toda referencia a la verdad.
El campo de la bioética en un mundo globalizado (2) en PDF.
EL CAMPO DE LA BIOÉTICA EN UN MUNDO GLOBALIZADO (2). Por Rubén Revello.
Publicado originalmente en UCA en 2019.