El médico de los Maristas Azules Nabil Antaki denuncia en su 39 Carta desde Alepo, desde la primera fila de la lucha contra el COVID-19, la triste situación en la que se encuentra Siria a causa de la pandemia, que se suma a los desastres económicos y sociales provocados desde hace más de 9 años por el sangriento conflicto y el embargo internacional. También comenta la admirable tarea de voluntarios católicos que asisten a ancianos que viven solos.
Los Maristas Azules de Alepo decidieron promover iniciativas humanitarias dedicadas a paliar las consecuencias de la pobreza, del confinamiento, del distanciamiento y del aislamiento impuestos por la pandemia de coronavirus. Estos servidores católicos encontraron una ulterior emergencia evidenciada por el drama de la pandemia: los ancianos que viven solos, «algunos obligados a estar en la cama o enfermos y que, a causa del confinamiento, no tenían a nadie que les llevase de comer», comentó Nabil.
Para ellos, los activistas cristianos promovieron un nuevo proyecto llamado Solidaridad Corona. El médico explica que «en los últimos 3 meses los Maristas Azules cocinaron comida caliente para 125 personas» a diario. Hacia la hora del almuerzo los jóvenes voluntarios «lo distribuyen en las casas de los beneficiados. Con la comida les dan pan, fruta, su presencia y su escucha».
«Descubrimos cuan difícil es para estos ancianos vivir solos y cuan necesitados están de sentirse acompañados y llenos de calor humano, ser atendidos y ver una sonrisa. Esto es lo que hacen los voluntarios», prosigue Antaki. Así un proyecto que «tendría que haber sido limitado en el tiempo» ahora continúa y se concreta sobre todo en «viudas y viudos de edad comprendida entre los 80 y los 95 años que viven solos o con hijos discapacitados, en condiciones inhumanas, sin familia, sin apoyos».
Los habitantes de Alepo festejaron la avanzada militar con una mezcla de alegría y esperanza, por un futuro mejor después de 9 años de sufrimiento y miseria. Pero «apenas tuvieron tiempo de alegrarse y gozar de una vuelta a la vida normal cuando la crisis del coronavirus inició«. Para detener la difusión del virus las autoridades cerraron en principio todo: «escuelas, universidades, fábricas, oficinas, negocios y todos los lugares públicos», además de introducir el toque de queda. «Los sirios, en general y los alepinos, en particular, siguieron las instrucciones usando mascarillas, evitando besarse y usando soluciones desinfectantes».
Hasta ahora se señalan 293 casos de COVID-19 y 9 decesos en Alepo, 14 en toda Siria, siendo así que «el confinamiento ha sido revocado«. «Universidades, fábricas y negocios reiniciaron todas las actividades». Estas medidas, agrega Antaki , han «paralizado la vida social y congelado todas las actividades económicas que estaban luchando con mucha fatiga para recomenzar». En este contexto la situación económica es «catastrófica», la inflación galopante y surgen siempre más narraciones dramáticas bajo el perfil humano y social, tanto que «los sirios están cansados, desesperados y deprimidos».
Los dramas continúan. Aunque no sean todos del mismo tipo, llevan al mismo resultado: el de continuar haciendo sufrir a personas que quieren «sólo vivir en paz» y lo más dignamente posible. El médico cristiano confesó: «A veces pensamos dejar todo y no hacer más nada. Sin embargo, cuando pensamos que los otros están necesitados, ahora más que nunca, de nuestra presencia, de nuestro apoyo y nuestra ayuda, reiniciamos con más vigor el camino de la solidaridad». Voluntarios católicos asisten en Siria