SAN JOSÉ MOSCATI.

Por Juan María Gallardo.

Fiesta: 25 de octubre.

En este día de 1987 el Papa Juan Pablo II elevaba al honor de la altares a este médico ejemplar de nuestros días. Doce años antes el Papa Pablo VI lo había beatificado. Era un buen fruto del mes de octubre de este año en que se celebró el Sínodo de los Laicos.

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Moscati nace en Benevento el 1880 y muere en Nápoles el 1927. A los ocho años, el día de la Inmaculada, recibe por vez primera a Jesús en su corazón. Desde entonces siempre que pueda lo recibirá cada día. Si alguna vez por causa grave no puede hacerlo se lamentará con estas palabras de su Diario: «¡Oh Señor, hoy he permanecido lejos de Ti! ¡Tampoco hoy, Jesús mío, has entrado en mi corazón!».

José va formando su conciencia delicada, sensible, hasta el punto de no acercarse a la Mesa Eucarística si alguna vez se deja llevar por las rabietas con sus hermanos y tira el tenedor sobre la mesa. En aquellos años de su enseñanza primaria escribe a su casa: «Mi pensamiento se purifica, se idealiza, se santifica y vuela al cielo. Me encantan esos siete días de vacaciones, días muy esperados por mí, aunque poco por vosotros. Preparadme un ‘casetello’ bien dulce, amarillito, gordo y oloroso, por lo menos con cuatro huevos de gallina y dos de pata». Era la Pascua de 1889.

Moscati se entrega de lleno a su formación científica y moral. En ambos caminos corre para poder llegar a tiempo. Alguien le pregunta si no será sacerdote. Él piensa que no, que el Señor lo quiere laico cristiano. Aquí, piensa él, puedo hacer tanto bien o más que de sacerdote. «Este es mi sacerdocio», dice.

Escribiendo a una persona que lloraba la muerte de su hija, le dice Moscati: «Pasa la belleza, encanto de la vida. Sólo el amor permanece siempre, el amor que es origen de toda obra buena, el amor que nos sobrevive, que es esperanza y religión, porque el amor es Dios. Satanás trató de malear el amor terreno; pero Dios lo purificó a través de la muerte. Grandiosa muerte, que no es fin, sino principio de lo sublime y de lo divino, y en comparación con lo cual ni las flores ni la belleza son nada».

SAN JOSÉ MOSCATI.

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