TEMA 28: PRIMER Y SEGUNDO MANDAMIENTOS (2).

Continuación de Primer y segundo mandamientos (1).

Por Juan María Gallardo.

La fe y la esperanza en Dios

Fe, esperanza y caridad son las tres virtudes ‘teologales’ —virtudes que se dirigen a Dios—. La mayor es la caridad (Cf. 1Co 13,13), que da ‘forma’ y ‘vida’ sobrenatural a la fe y a la esperanza —de modo semejante a como el alma da vida al cuerpo—. Pero la caridad presupone la fe, porque solo puede amar a Dios —como fruto de su libertad— quien le conoce; y presupone la esperanza, porque solo puede amar a Dios quien pone su deseo de felicidad en la unión con Él, de lo contrario amará, para su mal, aquello en lo que pone sus deseos.

Presentación de tema 28: Primer y segundo mandamientos (2)

Amor a los demás y a sí mismo por amor a Dios

Al responder a la pregunta sobre el principal mandamiento, antes recordada, Jesús añadió: El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mt 22,39). No se refiere al mandamiento formulado como segundo en el decálogo, sino al segundo núcleo esencial, junto con el amor a Dios, que incluye varios mandamientos del decálogo. Jesús lo describe como ‘semejante’ al primero: es distinto, no es equivalente o intercambiable, pero sí inseparable. Por eso su importancia es semejante a la del primero.

El amor a Dios debe comprender el amor a quienes Dios ama. Si alguno dice: amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano (1 Jn 4,19-21). No se puede amar a Dios sin amar a todos los hombres, creados por Él a su imagen y semejanza y llamados a ser hijos suyos por la gracia (Cf. Catecismo, 2069).

Pecados contra el primer mandamiento

Los pecados contra el primer mandamiento son pecados contra las virtudes teologales:

A) Contra la fe: el ateísmo, el agnosticismo, la duda deliberada, el indiferentismo religioso, la herejía, la apostasía, el cisma, etc. (Cf. Catecismo, 2089). También es contrario al primer mandamiento poner voluntariamente en peligro la propia fe. Contrarios al culto a Dios son el sacrilegio, la simonía, ciertas prácticas de superstición, magia, etc., y el satanismo (Cf. Catecismo, 2111-2128).

B) Contra la esperanza: la desesperación de la propia salvación (Cf. Catecismo, 2091), y, por el extremo opuesto, la presunción de que la misericordia divina perdonará los pecados sin conversión ni contrición o sin necesidad del sacramento de la Penitencia (Cf. Catecismo, 2092). También es contrario a esta virtud poner la esperanza de felicidad última en algo fuera de Dios.

C) Contra la caridad: cualquier pecado es contrario a la caridad, pero directamente se opone a ella el rechazo de Dios y también la tibieza, que lleva a no querer seriamente amarle con todo el corazón.

El segundo mandamiento

El segundo mandamiento del decálogo es: No tomarás el nombre de Dios en vano. Este mandamiento manda honrar y respetar el nombre de Dios (Cf. Catecismo, 2142), que no se ha de pronunciar «sino para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo» (Catecismo, 2143). De lo contrario, el hombre pierde, en mayor o menor escala, el sentido de la realidad: olvida quién es Dios y quién es él; y reincide en la tentación del origen.

«El nombre de una persona expresa la esencia, su identidad y el sentido de su vida. Dios tiene un nombre. No es una fuerza anónima» (Catecismo, 203). Sin embargo, Dios no puede ser abarcado por los conceptos humanos, ni hay idea capaz de representarlo, ni nombre que pueda expresar exhaustivamente la esencia divina. Dios es «Santo», lo que significa que es absolutamente superior, que está por encima de toda criatura, que es trascendente.

A pesar de todo, para que podamos invocarle y dirigirnos personalmente a Él, en el Antiguo Testamento «se reveló progresivamente y bajo diversos nombres a su pueblo» (Catecismo, 204). El nombre que manifestó a Moisés indica que Dios es el Ser por esencia, que no ha recibido el ser de nadie y del que todo procede: Dijo Dios a Moisés: ‘Yo soy el que soy’. Y añadió: Así dirás a los hijos de Israel: ‘Yo soy’ [Yahvé: ‘Él es’] me ha enviado a vosotros’ (…) Este es mi nombre para siempre (Ex 3,13-15; Cf.Catecismo, 213). Por respeto a la santidad de Dios, el pueblo de Israel no pronunciaba su nombre sino que lo sustituía por el título «Señor» —Adonai, en hebreo; Kyrios, en griego— (Cf. Catecismo, 209). Otros nombres de Dios en el Antiguo Testamento son: «Élohim», que es el plural mayestático de ‘plenitud’ o ‘grandeza’; «El-Saddai», que significa poderoso, omnipotente.

En el Nuevo Testamento, Dios da a conocer el misterio de su vida íntima: que es un solo Dios en tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Jesucristo nos enseña a llamar a Dios «Padre» (Mt 6.9): «Abbá» que es el modo familiar de decir Padre en hebreo (Cf. Rm 8,15). Dios es Padre de Jesucristo y Padre nuestro, aunque no del mismo modo, porque Él es el Hijo Unigénito y nosotros hijos por adopción. Pero esa peculiar adopción nos hace verdaderamente hijos (Cf. 1 Jn 3,1), hermanos de Jesucristo (Rm 8,29), porque el Espíritu Santo ha sido enviado a nuestros corazones y participamos de la naturaleza divina (Cf. Gal 4,6; 2 P 1,4). Somos hijos de Dios en Cristo. En consecuencia, podemos dirigirnos a Dios llamándole con verdad «Padre», como aconseja san Josemaría: «Dios es un Padre lleno de ternura, de infinito amor. Llámale Padre muchas veces al día, y dile —a solas, en tu corazón— que le quieres, que le adoras: que sientes el orgullo y la fuerza de ser hijo suyo».

En el Padrenuestro rezamos: «Santificado sea tu nombre». El término «santificar» debe entenderse, aquí, en el sentido de «reconocer el nombre de Dios como santo, tratar su nombre de una manera santa» (Catecismo, 2807). Es lo que hacemos cuando adoramos, alabamos o damos gracias a Dios. Pero las palabras «santificado sea tu nombre» son también una de las peticiones del Padrenuestro: al pronunciarlas pedimos que su nombre sea santificado a través de nosotros, es decir, que con nuestra vida le demos gloria y llevemos a los demás a glorificarle (Cf. Mt 5,16). «Depende de nuestra vida y de nuestra oración que su Nombre sea santificado entre las naciones» (Catecismo, 2814).

El respeto al nombre de Dios reclama también respeto al nombre de la Santísima Virgen María, de los Santos y de las realidades santas en las que Dios está presente de un modo u otro, ante todo la Santísima Eucaristía, verdadera Presencia de Jesucristo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, entre los hombres.

El segundo mandamiento prohíbe todo uso inconveniente del nombre de Dios (Cf. Catecismo, 2146), y en particular la blasfemia, que «consiste en proferir contra Dios —interior o exteriormente— palabras de odio, de reproche, de desafío (…). Es también blasfemo recurrir al nombre de Dios para justificar prácticas criminales, reducir pueblos a servidumbre, torturar o dar muerte. […] La blasfemia es de suyo un pecado grave» (Catecismo, 2148).

También prohíbe jurar en falso (Cf. Catecismo, 2150). Jurar es poner a Dios por testigo de lo que se afirma (por ejemplo, para dar garantía de una promesa o de un testimonio). Es lícito el juramento, cuando es necesario y se hace con verdad y con justicia: por ejemplo, en un juicio o al asumir un cargo (Cf. Catecismo, 2154). Por lo demás, el Señor enseña a no jurar: «sea vuestro lenguaje: sí, sí; no, no» (Mt 5,37; Cf. St 5,12; Catecismo, 2153).

El nombre del cristiano

«El hombre es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma». No es ‘algo’ sino ‘alguien’, una persona. «Solo él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y esta es la razón fundamental de su dignidad» (Catecismo, 356). En el Bautismo, recibe un nombre que representa su singularidad irrepetible ante Dios y ante los demás (Cf. Catecismo, 2156, 2158). Bautizar también se dice ‘cristianizar’. Cristiano, seguidor de Cristo, es nombre propio de todo bautizado: «fue en Antioquía donde los discípulos [los que se convertían al ser evangelizados] recibieron por primera vez el nombre de cristianos» (Hch 11,26).

Dios llama a cada uno por su nombre (Cf. 1 S 3,4-10; Is 43,1; Jn 10,3; Hch 9,4 ). Ama a cada uno personalmente. De cada uno espera una respuesta de amor: «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas». Nadie puede sustituirnos en esa respuesta. San Josemaría anima a meditar «con calma aquella divina advertencia, que llena el alma de inquietud y, al mismo tiempo, le trae sabores de panal y de miel: redemi te et vocavi te nomine tuo: meus es tu (Is 43,1); te he redimido y te he llamado por tu nombre: ¡eres mío! No robemos a Dios lo que es suyo. Un Dios que nos ha amado hasta el punto de morir por nosotros, que nos ha escogido desde toda la eternidad, antes de la creación del mundo, para que seamos santos en su presencia (Cf. Ef 1,4)».

Fragmento del texto original de Tema 28: Primer y segundo mandamientos (2).

  • (1) Libro electrónico «Síntesis de la fe católica», que aborda algunas de las principales verdades de la fe. Son textos preparados por teólogos y canonistas con un enfoque primordialmente catequético, que remiten a la Sagrada Escritura, el Catecismo de la Iglesia Católica, las enseñanzas de los Padres y el Magisterio.

Foto principal: Cathopic.

TEMA 28: PRIMER Y SEGUNDO MANDAMIENTOS (2).

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