TEMA 28: PRIMER Y SEGUNDO MANDAMIENTOS (1).

Continuación de La acción del Espíritu Santo: la gracia, las virtudes teologales y los mandamientos.

Por Juan María Gallardo.

El primer mandamiento

Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas (Dt 6,5). Esas palabras del Deuteronomio llaman al hombre para que crea en Dios, espere en él y lo ame sobre todas las cosas (Cf. Catecismo, 2134).

Presentación de tema 28: Primer y segundo mandamientos (1)

Aunque solemos expresarlo sintéticamente con la formulación «amarás a Dios sobre todas las cosas», en realidad, «el primero de los preceptos abarca la fe, la esperanza y la caridad» (Cf. Catecismo, 2086), porque la caridad nos capacita para amar al modo divino, pero no es posible que seamos movidos al amor que Dios merece sin conocerlo verdaderamente, con la luz de la fe, y sin reconocerlo como el bien total al que aspiramos y que confiamos alcanzar, por la esperanza.

Jesús mismo confirmó que el primer mandamiento es: Escucha, Israel, el Señor Dios nuestro es el único Señor; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas (Mc 12,28-30). Para la vida de cada persona es esencial que este mandamiento ocupe verdaderamente su lugar: es el primero, no solo en el orden del decálogo que hemos aprendido, sino en importancia existencial, porque es el único fundamento posible para configurar una vida humana lograda.

Sentido del primer mandamiento

Nuestra libertad nos permite proponernos fines diversísimos y movernos hacia ellos, tomando decisiones. Muchos de esos fines son buscados como medios para alcanzar otros fines. Pero siempre hay uno, al que podemos llamar fin último, que no se quiere para otro fin, sino por sí mismo. Es aquello que la persona considera su bien máximo, al que subordina su selección y persecución de todos los fines intermedios: elige y actúa en la vida según considere que algo le acerca a su fin o no, lo favorece más o menos; y juzga con el mismo criterio si valen la pena los esfuerzos y empeños que le exigirían unos u otros fines intermedios. El fin último que alguien se propone determina el orden del amor en su vida.

Pero, si alguien se propone, o actúa como si se hubiera propuesto, un fin último equivocado, que no es capaz de colmar su vida, aunque parezca prometerlo —la fama, las riquezas, el poder…—, todas sus decisiones sobre los fines intermedios se ven condicionadas por ese desorden del amor; y la libertad, sometida a esa mentira en su ejercicio, acaba dañando a la persona, o incluso destruyéndola (Cf., por ejemplo, Catecismo, 29).

Porque hemos sido hechos a la medida de Dios: «El hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y solo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar. La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador» (Gaudium et spes, 19,1).

Todo nuestro bien está en Dios, y fuera de Él no hay bien verdadero y total. Ese es, objetivamente, nuestro fin último. Aunque podemos no saberlo, o no entenderlo con claridad en algunos momentos de nuestra vida, solo Dios puede colmar nuestro deseo de felicidad. Y todo amor que no nos lleva a Dios, que nos aparta de Él, es a la vez una traición a nosotros mismos, una condena a la frustración futura.

Nuestro corazón está hecho para llegar a amar a Dios y para dejarse colmar de su amor, no hay sucedáneo ni alternativa real. Por eso, la única medida adecuada para acoger el amor infinito que Dios nos ofrece es «todo»: amar con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Si no le damos un amor a la medida de sus anhelos, «el corazón se venga…, y se convierte en una gusanera» (Forja, n. 204).

El amor a Dios

El amor a Dios al que se refiere el primer mandamiento comporta:

A) Elegirlo como fin último de todo lo que decidimos hacer. Procurar hacer todo por amor a Él y para su gloria: ya comáis, ya bebáis, o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios (1 Co 10,31). «Deo omnis gloria. —Para Dios toda la gloria». No ha de haber un fin preferido a este, porque ningún amor merece estar por encima del amor a Dios: Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y quien ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí (Mt 10,37). No sería verdadero, ni bueno, un amor que excluyera o subordinara el amor a Dios.

B) Cumplir su voluntad con obras: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos (Mt 7,21). Cumplirla también cuando exige sacrificio: no se haga mi voluntad sino la tuya (Lc 22,42), convencidos de que vale la pena, porque ahí se encierra nuestro mayor bien.

La voluntad de Dios es que seamos santos (Cf. 1Ts 4,3), que sigamos a Cristo (Cf. Mt 17,5), poniendo por obra lo necesario para vivir siguiendo la guía de sus mandamientos (Cf. Jn 14,21). «¿Quieres de verdad ser santo? —Cumple el pequeño deber de cada momento: haz lo que debes y está en lo que haces».

C) Vivir sabiéndose en deuda con Él —la deuda de un hijo con su padre bueno— y queriendo corresponder a su amor. Él nos amó primero, nos ha creado libres y nos ha hecho hijos suyos (Cf. 1 Jn 4,19). El pecado es rechazar el amor de Dios (Cf. Catecismo, 2094), pero Él perdona siempre, se nos entrega siempre: la lógica de Dios es la sobreabundancia. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados (1 Jn 4,10; Cf. Jn 3,16). Me amó y se entregó por mí (Gal 2,20). «Corresponder a tanto amor exige de nosotros una total entrega». No es un sentimiento sino una determinación de la voluntad que puede ir, o no, acompañada de manifestaciones sensibles.

Fragmento del texto original de Tema 28: Primer y segundo mandamientos (1).

  • (1) Libro electrónico «Síntesis de la fe católica», que aborda algunas de las principales verdades de la fe. Son textos preparados por teólogos y canonistas con un enfoque primordialmente catequético, que remiten a la Sagrada Escritura, el Catecismo de la Iglesia Católica, las enseñanzas de los Padres y el Magisterio.

Foto principal: Cathopic.

TEMA 28: PRIMER Y SEGUNDO MANDAMIENTOS (1).

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