NO SOY DIGNO DE QUE ENTRES BAJO MI TECHO.
Por Mario Ortega.
Mt 8, 5-11. No soy digno de que entres bajo mi techo. Lunes de la 1ª Sem de adviento
En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole:
«Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho».
Le contestó:
«Voy yo a curarlo».
Pero el centurión le replicó:
«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: ‘Ve’, y va; al otro: ‘Ven’, y viene; a mi criado: ‘Haz esto’, y lo hace».
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían:
«En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos».
Síganos en el canal de WhatsApp
Colabore con Verdad en Libertad
No soy digno de que entres bajo mi techo
- Comenzamos el Adviento y en este primer lunes, la Iglesia nos invita a contemplar al centurión romano que se acerca a Jesús pidiéndole la curación de su criado. Ante la intención del Señor de ir a su casa a curarlo, este hombre contesta con las palabras que nos resultan tan familiares porque las repetimos todos los días antes de comulgar: No soy digno de que entres en mi casa… Ejemplo admirable de fe; admirable porque el Señor mismo se admira y lo pone como ejemplo a los demás.
- Sin embargo, Jesús que iba a ir a su casa, al final no fue. Curó al criado a distancia. Lo hizo así para mostrar que, efectivamente, bastaba una palabra suya para que aquel hombre quedara sano. Pero ese no entrar en su casa, a mí, que me perdone el centurión, me habría dejado un poco triste. De acuerdo, Señor, no soy digno de que entre en mi casa, en mi corazón cuando comulgo. Pero tú entra, ¿eh? Completa tu adviento en mí. Ven a mí hasta el final. No me cures a distancia, sino desde dentro.
- Yo me quedo con las palabras del centurión, y te las repito, porque te agrada la humildad y yo quiero tenerla. Pero tú, Señor, cumple tu promesa: Si alguno me ama, mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él. Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero te abro la puerta porque te espero siempre dentro de ella.