LOS SANTOS SON BIENAVENTURADOS.

Por Mario Ortega.

Mt 5, 1-12. Los santos son bienaventurados. 1 de Noviembre. Solemnidad de Todos los Santos

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:

«Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán la misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros».

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Los santos son bienaventurados

  1. No uno sólo, ni dos juntos, ni un grupo de ellos, sino todos ellos celebramos hoy. Todos los santos del Cielo. Nuestros hermanos mayores que ya están en la meta definitiva, gozando eternamente de Dios. Sí, los santos son unos bienaventurados, unos dichosos, felices… Grandes, inmensos en su entrega a Dios durante su vida mortal. Inmensos también en su entrega al prójimo. Débiles, frágiles, los santos se revistieron de la fuerza y la caridad de Cristo, cumpliendo así con todas y cada una de las ocho bienaventuranzas.
  2. Por eso son bienaventurados. En esta vida podemos llegar a ser o muy desgraciados o muy bienaventurados. Y eso no es cuestión de azar o de predestino, sino de la suma de las elecciones personales que hacemos. Si elegimos a Dios, una y otra vez, a pesar de las dificultades y los pecados cometidos, si elegimos a Dios, acogemos su perdón y misericordia, estaremos saneando nuestra vida y abriéndola a la bienaventuranza, a la felicidad de ser de Dios, de ser de todos.
  3. Bienaventurados, dichosos son los santos. Y todos estamos llamados a serlo. La santidad no es vocación sólo de unos cuantos, más bien pocos, sino de todos. Y para conseguir esta meta contamos con el ejemplo de los santos que nos han precedido y con su valiosísima intercesión ahora en el Cielo, donde nos esperan junto a Dios. Los santos son bienaventurados, felices. ¿Queremos ser felices? Seamos santos.

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