LA ORACION EN EL CATECISMO (TERCER PROGRAMA).
Por Juan María Gallardo.
Artículo 2: En la plenitud de los tiempos
La oración «sacerdotal» de Jesús
(cf. Jn 17) ocupa un lugar único en
la Economía de la salvación.
Presentación de la oración en el Catecismo (Tercer programa)
Esta oración, en efecto, muestra
el carácter permanente de la
plegaria de nuestro Sumo Sacerdote,
y al mismo tiempo contiene lo que
Jesús nos enseña en la oración del
Padrenuestro (la cual se explica
en la sección segunda).
Cuando llega la hora de realizar
el plan amoroso del Padre, Jesús
deja entrever la profundidad
insondable de su plegaria filial,
no solo antes de entregarse libremente
(Abbá …no mi voluntad, sino la tuya:
Lc 22, 42),
sino hasta en sus últimas palabras en la
Cruz, donde orar y entregarse son una
sola cosa:
Padre, perdónales, porque no saben
lo que hacen (Lc 23, 34);
Yo te aseguro: hoy estarás conmigo
en el Paraíso (Lc 24,43);
Mujer, ahí tienes a tu Hijo
– Ahí tienes a tu madre
(Jn 19, 26-27);
Tengo sed (Jn 19, 28);
¡Dios mío, Dios mío!
¿Por qué me has abandonado?
(Mc 15, 34; cf Sal 22, 2);
Todo está cumplido
(Jn 19, 30);
Padre, en tus manos pongo
mi espíritu (Lc 23, 46),
hasta ese «fuerte grito»
cuando expira entregando
el espíritu (cf Mc 15, 37;
Jn 19, 30b).
Todos los infortunios de la humanidad
de todos los tiempos, esclava del pecado
y de la muerte,
todas las súplicas y las intercesiones de
la historia de la salvación están recogidas
en este grito del Verbo encarnado.
He aquí que el Padre las acoge y, por encima
de toda esperanza, las escucha al resucitar
a su Hijo.
Así se realiza y se consuma el drama de
la oración en la Economía de la creación
y de la salvación.
El salterio nos da la clave para su
comprensión en Cristo.
Es en el «hoy» de la Resurrección
cuando dice el Padre:
Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy.
Pídeme, y te daré en herencia las naciones,
en propiedad los confines de la tierra
(Sal 2, 7-8; cf Hch 13, 33).
La carta a los Hebreos expresa en términos
dramáticos cómo actúa la plegaria de Jesús
en la victoria de la salvación:
El cual, habiendo ofrecido en los días
de su vida mortal ruegos y súplicas con
poderoso clamor y lágrimas al que podía
salvarle de la muerte, fue escuchado
por su actitud reverente, y aun siendo
Hijo, con lo que padeció experimentó
la obediencia; y llegado a la perfección,
se convirtió en causa de salvación eterna
para todos los que le obedecen
(Hb 5, 7-9).
Jesús enseña a orar
Cuando Jesús ora, ya nos enseña a orar.
El camino teologal de nuestra oración es
su oración a su Padre.
Pero el Evangelio nos entrega una
enseñanza explícita de Jesús
sobre la oración.
Como un pedagogo, nos toma donde
estamos y, progresivamente,
nos conduce al Padre.
Dirigiéndose a las multitudes que
le siguen, Jesús comienza con lo
que ellas ya saben de la oración
por la Antigua Alianza y las
prepara para la novedad del
Reino que está viniendo.
Después les revela en parábolas
esta novedad.
Por último, a sus discípulos que
deberán ser los pedagogos de la
oración en su Iglesia, les hablará
abiertamente del Padre y
del Espíritu Santo.
Ya en el Sermón de la Montaña,
Jesús insiste en la conversión del
corazón:
la reconciliación con el hermano antes
de presentar una ofrenda sobre el altar
(cf Mt 5, 23-24),
el amor a los enemigos y la oración
por los perseguidores (Mt 5, 44-45),
orar al Padre en lo secreto (Mt 6, 6),
no gastar muchas palabras (cf Mt 6, 7),
perdonar desde el fondo del corazón
al orar (cf, Mt 6, 14-15),
la pureza del corazón y la búsqueda
del Reino (cf Mt 6, 21. 25. 33).
Esta conversión está toda ella polarizada
hacia el Padre, es filial.
Decidido así el corazón a convertirse,
aprende a orar en la fe.
La fe es una adhesión filial a Dios,
más allá de lo que nosotros
sentimos y comprendemos.
Se ha hecho posible porque el Hijo
amado nos abre el acceso al Padre.
Puede pedirnos que busquemos y
que llamemos porque él es
la puerta y el camino
(Mt 7, 7-11. 13-14).
Del mismo modo que Jesús ora al Padre
y le da gracias antes de recibir sus dones,
nos enseña esta audacia filial:
todo cuanto pidáis en la oración,
creed que ya lo habéis recibido
(Mc 11, 24).
Tal es la fuerza de la oración, todo es
posible para quien cree (Mc 9, 23),
con una fe que no duda
(Mt 21, 22).
Tanto como Jesús se entristece por la
falta de fe de los de Nazaret
(Mc 6, 6)
y la poca fe de sus discípulos
(Mt 8, 26),
así se admira ante la gran fe
del centurión romano
(cf Mt 8, 10) y
de la cananea
(cf Mt 15, 28).
La oración de fe no consiste solamente
en decir Señor, Señor, sino en
disponer el corazón para hacer
la voluntad del Padre
(Mt 7, 21).
Jesús invita a sus discípulos a llevar a
la oración esta voluntad de cooperar
con el plan divino (cf Mt 9, 38;
Lc 10, 2; Jn 4, 34).
En Jesús el Reino de Dios está
próximo, llama a la conversión
y a la fe pero también a
la vigilancia.
En la oración, el discípulo espera
atento a aquél que es y que viene,
en el recuerdo de su primera venida
en la humildad de la carne, y en la
esperanza de su segundo advenimiento
en la gloria (cf Mc 13; Lc 21, 34-36).
En comunión con su Maestro, la oración
de los discípulos es un combate, y
velando en la oración es como no
se cae en la tentación
(cf Lc 22, 40. 46).
S. Lucas nos ha trasmitido tres parábolas
principales sobre la oración:
La primera, «el amigo importuno»
(cf Lc 11, 5-13),
invita a una oración insistente:
Llamad y se os abrirá.
Al que ora así, el Padre del cielo
le dará todo lo que necesite, y
sobre todo el Espíritu Santo
que contiene todos los dones.
La segunda, la viuda importuna
(cf Lc 18, 1-8),
está centrada en una de las cualidades
de la oración: es necesario orar siempre,
sin cansarse, con la paciencia de la fe.
«Pero, cuando el Hijo del hombre venga,
¿encontrará fe sobre la tierra?»
La tercera parábola,
el fariseo y el publicano
(cf Lc 18, 9-14),
se refiere a la humildad del corazón
que ora. «Oh Dios, ten compasión
de mí que soy pecador».
La Iglesia no cesa de hacer suya
esta oración: «¡Kyrie eleison!».
Jesús invita a pedir en su Nombre
(Jn 14, 13).
La fe en El introduce a los discípulos
en el conocimiento del Padre porque
Jesús es el Camino, la Verdad y
la Vida (Jn 14, 6).
La fe da su fruto en el amor:
guardar su Palabra,
sus mandamientos,
permanecer con El
en el Padre que nos ama.
En esta nueva Alianza, la certeza de
ser escuchados en nuestras peticiones
se funda en la oración de Jesús
(cf Jn 14, 13-14).
El Padre nos dio otro Paráclito, para
que esté con vosotros para siempre,
el Espíritu de la verdad
(Jn 14, 16-17).
Esta novedad de la oración aparece en
el Discurso de despedida (cf Jn 14, 23-26;
15, 7. 16; 16, 13-15; 16, 23-27).
En el Espíritu Santo, la oración cristiana
es comunión de amor con el Padre, no
solamente por medio de Cristo, sino
también en El:
Hasta ahora nada le habéis pedido en
mi Nombre. Pedid y recibiréis para que
vuestro gozo sea perfecto (Jn 16, 24).
LA ORACION EN EL CATECISMO (TERCER PROGRAMA).