TEMA 36: LA ORACIÓN DEL PADRENUESTRO (1).
Continuación de La oración en la vida cristiana.
Por Juan María Gallardo.
Jesús nos enseña a dirigirnos a Dios como Padre
La primera palabra de la Oración del Señor, «Padre», es la más importante, ya que con ella Jesucristo nos enseña a dirigirnos a Dios como Padre: «Orar al Padre es entrar en su misterio, tal como Él es, y tal como el Hijo nos lo ha revelado: ‘La expresión Dios Padre no había sido revelada jamás a nadie. Cuando Moisés preguntó a Dios quién era Él, oyó otro nombre. A nosotros este nombre nos ha sido revelado en el Hijo, porque este nombre implica el nuevo nombre del Padre’ (Tertuliano, De oratione, 3)» (Catecismo, 2779).
Presentación de tema 36: La oración del Padrenuestro (1)
Al enseñar el Padre Nuestro, Jesús descubre también a sus discípulos que ellos han sido hechos partícipes de su condición de Hijo: «Mediante la Revelación de esta oración, los discípulos descubren una especial participación de ellos en la filiación divina, de la cual San Juan dirá en el Prólogo de su Evangelio: A cuantos lo han acogido (es decir, a cuantos han acogido al Verbo hecho carne), Jesús ha dado el poder de llegar a ser hijos de Dios (Jn 1,12). Por eso, con razón rezan según su enseñanza: Padre Nuestro».
Jesucristo siempre distingue entre «Padre mío» y «Padre vuestro» (Cf. Jn 20,17). De hecho, cuando Él reza nunca dice «Padrenuestro». Esto muestra que su relación con Dios es totalmente singular: es una relación suya y de nadie más. Con la oración del Padre Nuestro, Jesús quiere hacer conscientes a sus discípulos de su condición de hijos de Dios, indicando al mismo tiempo la diferencia que hay entre su filiación natural y nuestra filiación divina adoptiva, recibida como don gratuito de Dios.
La oración del cristiano es la oración de un hijo de Dios que se dirige a su Padre Dios con confianza filial, la cual «se expresa en las liturgias de Oriente y de Occidente con la bella palabra, típicamente cristiana: ‘parrhesia’, simplicidad sin desviación, conciencia filial, seguridad alegre, audacia humilde, certeza de ser amado (Cf. Ef 3,12; Hb 3,6; 4,16; 10,19; 1 Jn 2,28; 3,21; 5,14)» (Catecismo, 2778). El vocablo ‘parrhesia’ indica originalmente el privilegio de la libertad de palabra del ciudadano griego en las asambleas populares, y fue adoptado por los Padres de la Iglesia para expresar el comportamiento filial del cristiano ante su Padre Dios.
Filiación divina y fraternidad cristiana
Al llamar a Dios Padre Nuestro, reconocemos que la filiación divina nos une a Cristo, «primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8,29), por medio de una verdadera fraternidad sobrenatural. La Iglesia es esta nueva comunión de Dios y de los hombres (Cf.Catecismo, 2790).
Por ello, la santidad cristiana, aun siendo personal e individual, nunca es individualista o egocéntrica: «Si recitamos en verdad el ‘Padrenuestro’, salimos del individualismo, porque de él nos libera el Amor que recibimos. El adjetivo ‘nuestro’ al comienzo de la Oración del Señor, así como el ‘nosotros’ de las cuatro últimas peticiones no es exclusivo de nadie. Para que se diga en verdad (Cf. Mt 5,23-24; 6,14-16), debemos superar nuestras divisiones y los conflictos entre nosotros» (Catecismo, 2792).
La fraternidad que establece la filiación divina se extiende también a todos los hombres, porque en cierto modo todos son hijos de Dios —criaturas suyas— y están llamados a la santidad: «No hay más que una raza en la tierra: la raza de los hijos de Dios». Por ello, el cristiano ha de sentirse solidario en la tarea de conducir a toda la humanidad hacia Dios.
La filiación divina nos impulsa al apostolado, que es una manifestación necesaria de filiación y de fraternidad: «Piensa en los demás —antes que nada, en los que están a tu lado— como en lo que son: hijos de Dios, con toda la dignidad de ese título maravilloso. Hemos de portarnos como hijos de Dios con los hijos de Dios: el nuestro ha de ser un amor sacrificado, diario, hecho de mil detalles de comprensión, de sacrificio silencioso, de entrega que no se nota».
Una consecuencia importante del sentido de la filiación divina es la confianza y el abandono filial en las manos de Dios. Afirmaba san Josemaría que «un hijo puede reaccionar, frente a su padre, de muchas maneras. Hay que esforzarse por ser hijos que procuran darse cuenta de que el Señor, al querernos como hijos, ha hecho que vivamos en su casa, en medio de este mundo, que seamos de su familia, que lo suyo sea nuestro y lo nuestro suyo, que tengamos esa familiaridad y confianza con Él que nos hace pedir, como el niño pequeño, ¡la luna!».
El abandono filial, que no se debe tanto a la lucha ascética personal —aunque ésta se presupone— consiste en dejarse llevar por Dios. Se trata de un abandono activo, libre y consciente por parte del hijo. Esta actitud ha dado origen a un modo concreto de vivir la filiación divina —que no es el único, ni es camino obligatorio para todos—, llamado «infancia espiritual»: consiste en reconocerse no sólo hijo, sino hijo pequeño, niño muy necesitado delante de Dios. Así lo expresa San Francisco de Sales: «Si no os hacéis sencillos como niños, no entraréis en el reino de mi Padre (Mt 10,16). En tanto que el niño es pequeñito, se conserva en gran sencillez; conoce sólo a su madre; tiene un solo amor, su madre; una única aspiración, el regazo de su madre; no desea otra cosa que recostarse en tan amable descanso. El alma perfectamente sencilla sólo tiene un amor, Dios; y en este único amor, una sola aspiración, reposar en el pecho del Padre celestial, y aquí establecer su descanso, como hijo amoroso, dejando completamente todo cuidado a Él, no mirando otra cosa sino a permanecer en esta santa confianza». Por su parte, San Josemaría también aconsejaba recorrer la senda de la infancia espiritual: «Siendo niños no tendréis penas: los niños olvidan en seguida los disgustos para volver a sus juegos ordinarios. —Por eso, con el abandono, no habréis de preocuparos, ya que descansaréis en el Padre».
Fragmento del texto original de Tema 36. La Oración del Padrenuestro (1).
- (1) Libro electrónico «Síntesis de la fe católica», que aborda algunas de las principales verdades de la fe. Son textos preparados por teólogos y canonistas con un enfoque primordialmente catequético, que remiten a la Sagrada Escritura, el Catecismo de la Iglesia Católica, las enseñanzas de los Padres y el Magisterio.
Foto principal: Cathopic.
TEMA 36: LA ORACIÓN DEL PADRENUESTRO (1).