LA BENDICIÓN Y LA ADORACIÓN.

Por Roberto Visier.

El catecismo de la Iglesia Católica une la bendición a la adoración: Bendecir significa decir el bien, desear el bien. Tiene dos direcciones, una ascendente y otra descendente. La primera es la bendición del hombre que movido por el Espíritu Santo y a través de Cristo ―oración trinitaria― sube a la presencia de Dios Padre para reconocer su grandeza, su infinito poder, su bondad, su sabiduría. Decir bien de Dios es suma verdad porque no hay nada ni nadie tan grande y tan bueno como Dios. «Es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar y bendecir tu nombre» decimos en la misa, «santificado sea tu nombre» en el Padrenuestro. Cuando la bendición de Dios «desciende» sobre nosotros nos llena de bienes puesto que la palabra y la voluntad de Dios es eficaz y cuando dice el bien lo obra ―los hombres en cambio con frecuencia decimos y no hacemos―.

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Lo más hermoso de este tipo de oración: la bendición, la adoración y la alabanza es la gratuidad. Es un acto de amor que no pide nada a Dios. Es un piropo a Dios. Te amo porque eres digno de ser amado sobre todas las cosas. El amor más hermoso es el que se cimienta en el ser. Te amo por lo que eres no por lo que tienes o por lo que me das. 

La adoración es un postrarse de toda la persona en la presencia del Dios omnipotente. En la antigüedad los súbditos se postraban ante los reyes. Hoy está en desuso y es mejor así, porque no debería postrarse un hombre ante otro hombre, sino para servirle por amor ―como cuando Jesús lavó los pies a los discípulos, invitándoles a hacer lo mismo―. Solo ante Dios, ante el Creador o ante el Redentor del género humano, Jesucristo se debe doblar toda rodilla en el cielo en la tierra y en el abismo. Decía Felipe II que «nunca es más grande el  hombre que cuando está de rodillas delante de Dios». La dificultad del hombre moderno en occidente para arrodillarse muestra la falta de fe y la religiosidad prácticamente perdida. Es cierto que lo más importante es arrodillar el corazón pero el cuerpo debe expresar también de algún modo, cuando es posible, su sentimiento religioso. El mismo silencio que debemos guardar en un lugar sagrado es un signo de respeto hacia el lugar donde hay una singular presencia de Dios, la casa de Dios, el lugar para la oración y la adoración. 

LA BENDICIÓN Y LA ADORACIÓN.

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