ISAÍAS I: EL PROFETA DEL DIOS TRES VECES SANTO (7).
Continuación de Isaías I: el profeta del Dios tres veces Santo (6).
Por Silvio Pereira.
Quinto Oráculo bajo Jotam
Se trata de un texto bastante extenso comparado con los que venimos estudiando, atestiguado en Is 3,1- 4,6. Iniciemos con algunas generalidades. Otra vez nos encontramos con el género literario RIB. En esta ocasión son 2 los pleitos y situaciones que dan origen al reclamo divino.
- a) En 3,1-15 se trata el tema de la desintegración social.
- b) En 3,16-4,1 se trata el tema de las mujeres.
- c) Finalmente en 4,2-6 hay un oráculo de salvación en el contexto del día de Yahvéh.
Fieles a nuestra costumbre —aunque sea algo extenso—, queremos poner frente a ustedes el texto del profeta de modo íntegro. Esta vez dejamos la numeración de los versículos intercalada para que sea más fácil identificarlos y seguir nuestro comentario. También resaltamos las expresiones destacadas.
En la primera sección pues leemos:
Is 3, 1 Pues he aquí que el Señor Yahveh Sebaot está quitando de Jerusalén y de Judá todo sustento y apoyo: —todo sustento de pan y todo sustento de agua—; 2 el valiente y el guerrero, el juez y el profeta, el augur y el anciano, 3 el jefe de escuadra y el favorito, el consejero, el sabio hechicero y el hábil encantador. 4 Les daré mozos por jefes, y mozalbetes les dominarán. 5 Querrá mandar la gente, cada cual en cada cual, los unos a los otros y cada cual en su compañero. Se revolverá el mozo contra el anciano, y el vil contra el hombre de peso. 6 Pues agarrará uno a su hermano al de su mismo apellido, diciéndole: «Túnica gastas: príncipe nuestro seas, toma a tu cargo esta ruina». 7 Pero el otro exclamará aquel día: «No seré vuestro médico; en mi casa no hay pan ni túnica: no me pongáis por príncipe del pueblo».
8 Así que tropezó Jerusalén, y Judá ha caído; pues sus lenguas y sus fechorías a Yahveh han llegado, irritando los ojos de su majestad. 9 La expresión de su rostro les denuncia, y sus pecados como Sodoma manifiestan, no se ocultan. ¡Ay de ellos, porque han merecido su propio mal! 10 Decid al justo que bien, que el fruto de sus acciones comerá. 11 ¡Ay del malvado! que le irá mal, que el mérito de sus manos se le dará. 12 A mi pueblo le oprime un mozalbete, y mujeres le dominan. Pueblo mío, tus regidores vacilan y tus derroteros confunden. 13 Se levanta a pleitear Yahveh y está en pie para juzgar a los pueblos. 14 Yahveh demanda en juicio a los ancianos de su pueblo y a sus jefes. «Vosotros habéis incendiado la viña, el despojo del mísero tenéis en vuestras casas.
15 Pero ¿qué os importa? Machacáis a mi pueblo y moléis el rostro de los pobres» —oráculo del Señor Yahveh Sebaot— (Is 3,1-15).
Los vs. 1.13-14 nos aportan el sentido teológico de la profecía. El anuncio da cuenta de que Dios quita su sustento y apoyo, ya no acompaña a Israel. El Señor tiene querella contra su pueblo —especialmente contra la clase dirigente de los ancianos y jefes—, por la injusticia que se propaga lesionando a los pobres y machacando miseria en todo el país. La acusación se resume en la expresión «han incendiado mi viña». Ciertamente la viña es una imagen muy querida para Isaías como símbolo de la relación entre Dios e Israel.
Los vs. 8-9.15 describen la situación del pueblo: han tropezado y caído, la expresión de su rostro ya no puede ocultar o disimular su culpa. Su pecado se manifiesta con tal envergadura que llega hasta Yahvéh. Pero al pueblo parece no importarle su estado y sigue empedernido en el mal. Se muestra indiferente frente a la injusticia que se extiende.
Los vs. 10-11 recuerdan la lógica sapiencial tan propia de la teología de los dos caminos: habrá bendición y salvación de Dios para el justo, pero para el impío castigo y sentencia condenatoria. Los restantes versículos señalan el grado creciente de disolución y degradación del pueblo: los líderes y quienes tienen profesiones cualificadas no dan la talla y están desorientados, terminan conduciendo al pueblo personajes inexpertos y con falta de preparación, cuando se busca a alguien que se comprometa y ayude todos esquivan el llamado y rechazan involucrarse. Israel está a la deriva.
En la segunda sección se enuncia:
Dice Yahveh: «Por cuanto son altivas las hijas de Sión, y andan con el cuello estirado y guiñando los ojos, y andan a pasitos menudos, y con sus pies hacen tintinear las ajorcas», rapará el Señor el cráneo de las hijas de Sión, y Yahveh destapará su desnudez. Aquel día quitará el Señor el adorno de las ajorcas, los solecillos y las lunetas; los aljófares, las lentejuelas y los cascabeles; los peinados, las cadenillas de los pies, los ceñidores, los pomos de olor y los amuletos, los anillos y aretes de nariz; los vestidos preciosos, los mantos, los chales, los bolsos, los espejos, las ropas finas, los turbantes y las mantillas. Por debajo del bálsamo habrá hedor, por debajo de la faja, soga, por debajo de la peluca, rapadura, y por debajo del traje, refajo de arpillera. y por debajo de la hermosura, vergüenza. Tus gentes a espada caerán, y tus campeones en guerra. Y darán ayes y se dolerán a las puertas, y tú, asolada, te sentarás por tierra. Asirán siete mujeres a un hombre en aquel día diciendo: «Nuestro pan comeremos, y con nuestras túnicas nos vestiremos. Tan sólo déjanos llevar tu nombre: quita nuestro oprobio» (Is 3,16-4,1).
Los vs. 16-24 confluyen con la realidad del Norte denunciada por Amós. El pecado de las mujeres es la altivez-despilfarro-lujo. La descripción es irónica: son altivas y de cuello estirado, es decir, presumidas; andan revoleando sus ojos en constante intento de seducción sin recato ni fidelidad; dan pasos pequeños para llamar la atención, haciendo resonar con su andar los adornos y joyas de la época que ostentan en su cuerpo. Pero Dios las reducirá a penitencia. Caerá su aparente hermosura dejando ver toda su vergüenza. Y terminarán en orfandad y sin sustento, pidiendo muchas a un varón que las cobije. Tras la situación histórica de las mujeres más aristocráticas el profeta juega un símbolo: habla de la santidad del pueblo perdida y de su realidad de pecado que ahora le configura como la «no esposa» de Dios.
Finalmente en la tercera sección:
Aquel día el germen de Yahveh será magnífico y glorioso, y el fruto de la tierra será la prez y ornato de los bien librados de Israel. A los restantes de Sión y a los que quedaren de Jerusalén, se les llamará santos: serán todos los apuntados como vivos en Jerusalén. Cuando haya lavado el Señor la inmundicia de las hijas de Sión, y las manchas de sangre de Jerusalén haya limpiado del interior de ella con viento justiciero y viento abrasador, creará Yahveh sobre todo lugar del monte de Sión y sobre toda su reunión, nube y humo de día, y resplandor de fuego llameante de noche. Y por encima la gloria de Yahveh será toldo y tienda para sombra contra el calor diurno, y para abrigo y reparo contra el aguacero y la lluvia (Is 4,2-6).
Aquí se anuncia este oráculo de salvación cuyo contexto es «aquel Día» del que tanto venimos hablando. En el Día del Señor aparecerá magnífico y glorioso su germen: el resto santo del Pueblo que es resultado de la iniciativa purificadora del Señor que lavó y limpió desde el interior. Este germen de Pueblo Nuevo vivirá siempre bajo la Gloria de Dios.
Si quieres conocerte déjate conocer y purificar por Dios
Aunque no sea de nuestro mayor agrado, ¡qué importante es dejar que Dios nos conozca! Lo digo en el sentido de que Él, con Sabiduría y Caridad —que en modo alguno excluyen la Verdad—, nos acerque como un diagnóstico de nuestra realidad. ¿Cómo pretenderemos conocernos realmente si no permitimos sobre nosotros la mirada de Dios? Su mirada nos quita de cualquier auto-engaño y nunca es una mirada condenatoria sino salvadora, que deja a la luz expuesto nuestro pecado pero que ofrece la unción que cura las heridas, abriendo senderos y horizontes de santidad.
¡Déjate santificar por Dios! A mí me parece que toda la Escritura Santa clama en esta dirección. De eso se trata en gran medida el ministerio de Isaías: ser instrumento para que el Señor pueda purificar y santificar al Pueblo. Sin embargo hay un aspecto ciertamente sombrío: no todos sino un Resto. ¿Acaso Dios es selectivo? ¡De ningún modo! No todos se dejan purificar y santificar, lamentablemente son muchos los que rechazan la acción salvífica de Dios. Triste misterio de la cerrazón obstinada del corazón del hombre.
Pero sin duda brilla una fuerte esperanza: quienes se dejan purificar y santificar vivirán siempre al amparo y bajo la Gloria de Dios, pues justamente vivirán para y hacia su Gloria. La Iglesia nunca debe olvidar que ha sido llamada a la santidad y que está en medio del mundo ayudando a Dios a purificar y santificar a los hombres. Si se mira a sí misma presuntuosa, perderá la humildad, y creyéndose más de lo que es entrará con el mundo en el juego de la seducción infiel. Será entonces subyugada por el poder y el afán de encumbramiento y terminará siendo la no-esposa de Dios. Quizás esta dinámica —como le sucede a Israel—, siempre está presente como tentación en el andar de la Iglesia peregrina. Su resto fiel siempre serán los santos, con su inquietante fidelidad y clamor de Reforma.
ISAÍAS I: EL PROFETA DEL DIOS TRES VECES SANTO (7). Por Silvio Pereira.
El Padre Silvio Dante Pereira Carro es también autor del blog Manantial de Contemplación. Escritos espirituales y florecillas de oración personal.