ISAÍAS I: EL PROFETA DEL DIOS TRES VECES SANTO (6).

Continuación de Isaías I: el profeta del Dios tres veces Santo (5).

Por Silvio Pereira.

Cuarto Oráculo bajo Jotam

En Is 2,6-22 nos sale al encuentro un poema complejo. A modo de síntesis introductoria planteo algunas ideas que recorreremos:

  1. Los vs. 9.11.17 repiten como un estribillo la expresión «humillará-abajará» y el tema se orienta a la universalización de la salvación.
  2. Los vs. 10.19.21 repiten como otro estribillo «entra-métete-escóndete» y el tema es el temor de Yahvéh.
  3. Es un oráculo que remite a las teofanías del Sinaí a Moisés-Pueblo, por tanto está en contexto de Alianza.
  4. La expresión «aquel día» es un lugar teológico propio de los profetas; se refiere al día de Yahvéh, al día del juicio escatológico, al final de los tiempos cuando Yahvéh instaurará su reinado definitivo sobre toda la tierra y todos los hombres.

Has desechado a tu pueblo, la Casa de Jacob, porque estaban llenos de adivinos y evocadores, como los filisteos, y con extraños chocan la mano; se llenó su tierra de plata y oro, y no tienen límite sus tesoros; se llenó su tierra de caballos, y no tienen límite sus carros; se llenó su tierra de ídolos, ante la obra de sus manos se inclinan, ante lo que hicieron sus dedos (Is 2,6-8).

Nuestro texto se abre con una declaración fuerte: Dios ha desechado a su Pueblo y la Alianza está rota. La acusación múltiple es clásica del profetismo: la idolatría pagana los ha seducido, la relación con otros pueblos ha roto la pureza de Israel y los ha desviado de su fe, la avaricia y el afán de riquezas los ha enceguecido seguramente con secuelas de injusticia hacia los más pobres y débiles, han dejado de depositar su confianza en Dios para ponerla en las alianzas políticas y en el poderío militar. El pueblo quiere «hacerse a sí mismo» y se apoya en sus propias fuerzas, de algún modo se endiosa, idolatra su posición y busca su encumbramiento; ya no es el Pueblo de Dios, de su hechura y propiedad.

Se humilla el hombre, y se abaja el varón: pero no les perdones. Entra en la peña, húndete en el polvo, lejos de la presencia pavorosa de Yahveh y del esplendor de su majestad, cuando él se alce para hacer temblar la tierra. Los ojos altivos del hombre serán abajados, se humillará la altanería humana, y será exaltado Yahveh solo en aquel día (Is 2,6-11).

Se introduce entonces el tema del «Día del Señor» que explica que el hombre se humille y abaje, se esconda tras de la piedra o entre las grietas de la montaña y se hunda en el polvo. Porque se ha manifestado Yahvéh, se ha levantado y se ha dejado contemplar en su grandeza y santidad. No queda más que temblar, todo el universo se conmueve y el hombre es presa del «temor de Dios». Ante su Presencia el hombre recupera la humildad y es arrasada su altanería para que sea exaltado solo el Señor por encima de todo.

Es de notar la pretensión universalista de Isaías pues ha realizado un salto de nivel: ha pasado de Israel a la humanidad. No sólo los Israelitas serán protagonistas del «Día del Señor» sino todo hombre sobre la faz de la tierra. Pero se trata de un Día de Juicio ante el cual el profeta ora: «no los perdones». Aunque se abajen y humillen, Señor, no los perdones.

Pues será aquel día de Yahveh Sebaot para toda depresión, que sea enaltecida, y para todo lo levantado, que será rebajado: contra todos los cedros del Líbano altos y elevados, contra todas las encinas del Basán, contra todos los montes altos, contra todos los cerros elevados, contra toda torre prominente, contra todo muro inaccesible, contra todas las naves de Tarsis, contra todos los barcos cargados de tesoros (Is 2,12-16).

En «aquel Día» lo deprimido será enaltecido y lo levantado rebajado. Ahora el oráculo repite en cada caso enunciado la preposición «contra». El movimiento de Dios es una oposición a todo encumbramiento. Se trata de una «teofanía» o manifestación de su divinidad y gloria que se expresa en dos ámbitos:

a) En la naturaleza, sobre árboles y montes de la región más fértil y fecunda.

b) En la obra producida por los hombres, construcciones y enriquecimiento comercial.

Claramente el Señor doblega todo poderío para que solo Él esté en lo alto y lo demás a sus pies. No lo hace de un modo tiránico sino como corrección y oferta de conversión, antídoto oportuno a la vanagloria y altanería del mundo de los hombres.

Se humillará la altivez del hombre, y se abajará la altanería humana; será exaltado Yahveh solo, en aquel día, y los ídolos completamente abatidos. Entrarán en las grietas de las peñas y en las hendiduras de la tierra, lejos de la presencia pavorosa de Yahveh y del esplendor de su majestad, cuando él se alce para hacer temblar la tierra. Aquel día arrojará el hombre a los musgaños y a los topos los ídolos de plata y los ídolos de oro que él se hizo para postrarse ante ellos, y se meterá en los agujeros de las peñas y en las hendiduras de las piedras, lejos de la presencia pavorosa de Yahveh y del esplendor de su majestad, cuando él se alce para hacer temblar la tierra. Desentendeos del hombre, en cuya nariz sólo hay aliento, porque ¿qué vale él? (Is 2,17-22).

En el final el poema, ya por acumulación ya por una intensa explicitación, cobra un peso aún más concluyente. Ahora se opone la exaltación de Yahvéh a los ídolos abatidos ante Él. Y el hombre debe esconderse donde pueda para salvarse del paso arrasador de su Señor. Más aún, directamente es arrojado fuera de la Presencia esplendorosa y majestuosa de su Dios. Un día de pavor le sobreviene al hombre para que sea derribada su altivez y retorne a la cordura de la Alianza, para que se cure en humildad y comprenda que sólo al Señor le corresponden la exaltación, la gloria y la alabanza.

El último versículo —probablemente una añadidura tardía—, aunque parezca fuera de contexto cierra el oráculo con tono irónico. El hombre ha querido inflarse el pecho y bravuconear acerca de su poder, pero ahora que se ha hecho presente Dios en toda su dimensión su alarde se ha desinflado como un resoplo y su pretendido poderío se ha desvanecido. Mejor que corra a ocultarse y a intentar ponerse a salvo. Porque ¿quién es y qué vale el hombre frente a su Señor?

¿Cuándo llegará el Día del Señor? ¿O ya estamos viviendo en Él?

Durante milenios se han cultivado expectativas sobre tiempos apocalípticos. La irrupción de las guerras o de las pestes o de catástrofes naturales ha sido vista como signo de un inminente fin. Y ciertamente los textos bíblicos usan simbólicamente estos fenómenos para describirnos el Día del Juicio que los profetas confiesan como un «día grande y terrible». Aquel Día el hombre será sorprendido y contemplará la Gloria de Dios, tras lo cual de su justicia o impiedad se derivará la consecuencia.

Por lo pronto en nuestros días para nada falta la curiosidad apocalíptica y las advertencias sobre la cercanía de la cancelación del mundo. Pero lo sorprendente es que tal movimiento no suele generar un cambio real de vida. No crece el arrepentimiento y la conversión. Apenas se despliega una cierta histeria morbosa, un retorcido afán de investigación y descubrimiento de señales. Casi pareciera desarrollarse un culto al desastre trágico de todo y el goce en la profecía auto-cumplida. Quizás algún tono moralista intenta colegir que es culpa nuestra. Tal vez un tibio llamado a no estropear el planeta para que sigamos teniendo casa. No percibo pues un gran despertar de la conciencia somnolienta.

Me pregunto incluso si esta mirada de la escatología nos ayuda para algo. Quizás fuese más útil recurrir a la óptica joánica de la «escatología anticipada». Hoy es el Día de la Salvación, si te conviertes y crees tendrás Vida y Luz; sino ya estás muerto y atrapado en las tinieblas. Porque a veces detecto que esta curiosidad por cuándo llegará hacia adelante el fin, termina postergando la conversión. Y es verdad que nuestra fe anuncia que Cristo es la Vida ayer, hoy y siempre; que cada instante cuenta y que ahora mismo en nuestra relación con Él se celebra el Juicio de Dios.

¿Estamos asistiendo a un escenario dantesco? ¿Somos una humanidad tan altanera que no hay pandemia ni conflicto bélico ni cataclismo cósmico que nos haga recuperar la humildad y un sano temor por lo que de ningún modo está en nuestra mano? ¿Y si Dios estuviese vociferando —que probablemente lo está en un sentido bastante diverso a nuestras interpretaciones—, la sordera globalizada que nos aqueja podrá percibirlo al menos de modo lejano en una inquietante vibración?

«No los perdones», oraba el profeta. Yo estoy clamando: «abájalos, humíllalos». El Señor tiene siempre en su mano un golpe imprevisto de Gracia. ¡Apura, oh Dios, el tiempo de la Salvación!

ISAÍAS I: EL PROFETA DEL DIOS TRES VECES SANTO (6).

El Padre Silvio Dante Pereira Carro es también autor del blog Manantial de Contemplación. Escritos espirituales y florecillas de oración personal.

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