IGLESIA, ¿QUÉ TE ESPERA EN TU FUTURO? (4). Vida consagrada: Entre la profecía escatológica y la acomodación al mundo
Por Silvio Pereira.
Entre profecía escatológica y acomodación al mundo
La vida consagrada, llamada como elemento esencial a la profesión de los consejos evangélicos, mira hacia la plenitud del Reino de los Cielos haciéndolo presente –con diversos carismas fundacionales– cual señal testimonial en el horizonte del mundo. Al igual que toda la Iglesia, si se separa demasiado del mundo no incide significativamente para evangelizarlo, pero si se pega demasiado al estilo de vida mundano embarga lo más peculiar de su identidad evangélica. ¿Qué viene pasando? Por un lado una crisis vocacional creciente y de largo aliento. Por otro un abanico abierto de nuevas formas difíciles de clasificar y encuadrar en el derecho eclesiástico. Y lo más llamativo es que la mayor cantidad de vocaciones parecen dirigirse hacia formas de antaño consideradas ya retrógradas y superadas. Aquí parece estar el meollo de la cuestión: se encuentra la vida consagrada ¿entre la profecía escatológica y la acomodación al mundo?
El desempeño de la Vida Consagrada
Siguiendo nuestro intento de discernimiento ¡con cuánta mayor intensidad deberán evaluar su desempeño en la crisis los consagrados! Sean comunidades de religiosas o religiosos, institutos seculares y formas de especial consagración junto a todo el novedoso y variado abanico que el Espíritu viene desplegando y que la ley canónica parece no poder contener.
He sido fraile franciscano, algún acercamiento tengo al tema, pero no podría ni arrimarme a vislumbrar lo que ha sucedido en este querido espacio de vida eclesial. Mas sí recuerdo que siendo formando hacia finales del siglo XX, cuando se insistía en la ‘refundación’ de la vida religiosa, solía escuchar mucho –sobre todo al interior de las comunidades femeninas– el leimotiv de la ‘calidad de vida’. Detrás de ello había reclamos de personas que se habían sentido maltratadas en su proceso formativo o como súbditos de sus superiores; que creían que habían sido denostadas en su dignidad por algunas costumbres de sus familias religiosas, que consideraban exageradas ciertas austeridades impuestas para forjar el temple y que ciertas exigencias carecían de un sano toque de humanidad. Probablemente tendrían razón en no pocos aspectos. Pero también –a mi limitado ver– parecían derivar hacia una baja en la calidad del ejercicio de los consejos evangélicos.
Péndulo: del rigorismo al laxismo
Al interior de la vida religiosa masculina –siempre menos delicada y más insolente– solía escuchar este adagio, obviamente en tono burlón pero que quizás no debiera reproducir por pudor. Decía así: «Ahora vivimos una obediencia dialogada, una pobreza financiada y una castidad compartida». Daba cuenta la sentencia de ese movimiento pendular que pasa de un extremo más rigorista a otro más laxo y que está fuera de eje, sin encontrar aún el equilibrio.
Lo expreso didácticamente como en polos opuestos: se había pasado de recibir una sorpresiva esquela (obediencia) del superior anunciando un traslado y que imponía hacer las valijas y ya… a un largo diálogo de consenso con el consagrado para intentar convencerlo de que se movilizara a otra comunidad u a otro servicio; de no contar quizás con ningún elemento de calefacción o refrigeración a necesitar tener en la celda el kit promedio de confort personal como cualquier otra persona; de comer lo que se recibía por donaciones –si vencidas mayor austeridad– a una serie de requerimientos dietarios personalizados; de no sostener amistades particulares y de cuidar al máximo cualquier exteriorización afectiva a un deambular libremente fuera de la clausura so pretexto de maduración afectiva y normalidad de vínculos. Resultado: cuando para romper la inercia fijista de un extremo se hace tanta fuerza contraria solemos pasarnos al otro extremo con demasiada velocidad produciendo, claro, desorientación y crisis. Sólo después de adaptarnos a esa nuevo estado de cosas podremos quizás intentar volver suavemente a un punto de equilibrio.
¿Menos Cruz y más auto-justificación?
Intuía por aquellos tiempos pues que en el reclamo humanitario de la ‘calidad de vida’ se podía esconder una tentación; sonaba un tanto a menos Cruz y menos entrega de la vida y, claro, a mayor auto-justificación.
De hecho me ha sorprendido en los años futuros –ya fuera de la vida religiosa– cómo en mi época podíamos ser amonestados los formandos por actitudes y comportamientos que a las futuras generaciones ni se les señala. Se han ido naturalizando como aceptables conductas que antes parecían reprobables. Y no hablo de cuestiones culturales sino de exigencias propia de un estilo consagrado de vida. ¡Y eso que ya veníamos en nuestros días relajando la disciplina! ‘La necesidad tiene cara de hereje’ y la disminución de vocaciones quizás hizo al tamiz más poroso. (Supongo que lo dicho para los candidatos a la vida consagrada también será en cierta forma válido para la formación de los seminaristas).
Crisis vocacional
Las estadísticas eclesiales nos hablan las últimas décadas de un tobogán descendente e imparable de crisis vocacional. A su vez algunos institutos que surgen reeditando prácticas aparentemente ‘anticuadas y conservadoras’, con clara ‘rigidez’ y un marcado tono de ‘desafío heroico’ parecen más atractivos y con incremento vocacional. Pero luego también han mostrado insanidades notorias en algunos procesos de acompañamiento. ¿Tal vez la Vida Consagrada, en medio del mundo y de la historia de los hombres, no deba adaptarse tanto y parecer más de lo mismo? ¿Acaso deba recuperar una faz novedosa, un toque contracultural, una rebeldía evangélica y una aspiración de santidad expresada en la injustamente estigmatizada ‘fuga mundi’ que dio origen justamente a la vida consagrada misma en los eremos desérticos y en los cenobios fraternales?
La vida consagrada es profecía escatológica
En todo caso la vida consagrada es y seguirá siendo profecía, allí esta su vocación. Vivir en la tierra pero orientada hacia el cielo. No se descompromete de la historia, todo lo contrario, pero nos anuncia la Jerusalén celeste en su forma de vida. Nos recuerda que tenemos una Patria y que hemos sido llamados a cosas mayores. La profesión de los consejos evangélicos aclama al Señor como único Esposo y dispone al consagrado a celebrar siempre rejuvenecida una gozosa Alianza Nupcial.
«Si cumples esto yo de parte de Dios y de la Iglesia te prometo la Vida Eterna», suele escuchar del Superior propio quien profesa los votos con la fórmula canónica de su familia religiosa. Durante las pestes, que no han sido pocas en la historia, muchas comunidades han sido testimoniales y muchos consagrados han entregado su vida en la atención de los apestados. Alguna familia consagrada aún hoy es reverenciada y respetada por los servicios realizados durante las pestes. Supongo que si la vida consagrada ha atravesado la crisis en fidelidad a su vocación saldrá más fecunda y robustecida. De lo contrario la crisis vocacional seguirá acentuándose.
El Padre Silvio Dante Pereira Carro es también autor del blog Manantial de Contemplación. Escritos espirituales y florecillas de oración personal.