EL SACERDOTE Y EL CUIDADO DE LA PROPIA SALUD (1).

Por Alejandro Antonio Zelaya.

El 10 de febrero de 2022, en la víspera de la Jornada Mundial del Enfermo, el Santo Padre Francisco envió un video a los participantes del seminario web ‘Jornada Mundial del enfermo: significado, objetivos y retos’. Este webinario fue organizado por el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral con motivo de la XXX Jornada Mundial del Enfermo.

En dicho mensaje el Papa Francisco expresa que la «experiencia de la enfermedad nos hace sentir frágiles, necesitados de los demás». «Se debe contemplar que cada enfermo es único, original, digno… Es la persona en toda su integralidad que necesita de cuidado: el cuerpo, la mente, los afectos, la libertad, la voluntad y la vida espiritual. La atención —al enfermo— no se puede diseccionar, porque no se puede diseccionar al ser humano».

Debió hacerse semejante en todo a sus hermanos… Y por haber experimentado personalmente la prueba y el sufrimiento, él puede ayudar a aquellos que están sometidos a la prueba (Hb 2, 17-18).

El enfermo y los conceptos del Santo Padre

El objetivo de estas líneas es suscitar la reflexión sobre la situación del sacerdote cuando le toca vivir la situación de «estar enfermo».

El Papa Francisco se refiere al enfermo en general. Pero nosotros, a través de este texto, quisiéramos aplicar los conceptos del Santo Padre al enfermo que es sacerdote.

Como todo ser humano, el sacerdote sufre la debilidad de la enfermedad, y no se escapa de la realidad de las enfermedades de todo ser que pertenece a la naturaleza humana. Como otro Cristo, muchas veces asume el cargar todas las enfermedades como Cristo…

Del latín infirmus, la palabra «enfermo» nos transporta al sentido de «no estar firme», sentirse débil. Carente de ánimo y aptitud para trabajar en sus obligaciones cotidianas, la persona que padece una enfermedad recibe el nombre de «paciente» en latín, «el que sufre», del verbo pati, por ejemplo, padecer injusticia, suplicio, enfermedad. Podemos imaginar cómo el sacerdote, a veces lleno de tareas y actividades, tiene que dejar las mismas y, lamentablemente, abandonarlas porque ya no las puede realizar más, o quizás las cumple pero de una manera no esperada por él, no llenando sus propias expectativas. Se siente que no es el mismo de antes, que no puede hacer el bien que venía haciendo, lo cual le genera una gran sobrecarga de stress.

Así, el sacerdote tiene que cambiar sus horarios, renunciar a su carga pastoral, buscar ayuda de otros sacerdotes para ser, por ejemplo, reemplazado en las Misas asumidas, y el hermano-cura sufre muchas veces porque eso también le genera una gran carga de stress, que se le suma adicionalmente a la enfermedad que está padeciendo.

Que todo vuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— sea custodiado sin reproche hasta la Parusía de nuestro Señor Jesucristo (1Ts 5, 23)

Necesidad acuciante de una visión integral de los conceptos de salud y enfermedad

Desde una visión integral de la persona humana-sacerdote, no sólo nos referimos a una enfermedad física, sino también a las dificultades que se relacionan con su vida psíquica y espiritual. Todo el ser humano se enferma, todo el sacerdote se enferma —no tan sólo su cuerpo—, todo su ser «padece», «no está firme», necesita ayuda.

El Santo Padre nos habla de la integralidad de cuerpo, mente, relaciones y vínculos. Cada enfermo es singular, único.

Nosotros, aplicando este pensamiento del Papa al sacerdote enfermo, pensamos que cada sacerdote necesita una red de vínculos que lo fortalezcan, cuiden, aseguren, afirmen y contengan tanto física como espiritual, moral y psicológicamente. Personas de su comunidad parroquial, o bien hermanos en el presbiterio ‘dedicados a la misión’ de velar por los sacerdotes enfermos, amigos sacerdotes que lo trasladen, por ejemplo, al hospital o clínica para ver al médico o para una internación, todo un mundo o red de vínculos que se puede ir generando para activarla en el momento de la enfermedad del ‘cura’ —sea párroco o bien tenga otro oficio— para ser ‘curado’, cuidado, tratado, acompañado. Y para ello habría que estar preparados de antemano en las comunidades o irse preparando para ese momento. La caridad con y hacia el hermano-sacerdote lo exige. Porque el amor de Cristo nos apremia (2Cor 5, 14).

Para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: «Él tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades» (Mt 8, 17).

El padre Alejandro Antonio Zelaya es licenciado en Psicología y miembro del Equipo de Formación Permanente del Clero de la diócesis de Avellaneda-Lanús.

EL SACERDOTE Y EL CUIDADO DE LA PROPIA SALUD (1).

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