EL QUE NO RENUNCIA A TODOS SUS BIENES NO PUEDE SER DISCÍPULO MÍO.

Por Mario Ortega.

Lc 14, 25-33. El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío. Miércoles semana XXXI TO

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:

-Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: «Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar».
¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío.

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Para decirle sí a Jesús y mantenerlo; hay que decir que no y mantenerlo

  1. Jesús nos recuerda hoy en el Evangelio la exigencia de su seguimiento. No hay rebajas. Para darnos todo lo suyo, nos pide todo lo nuestro. Salimos ganando, sin duda. Pero cuánto nos cuesta renunciar a todo lo nuestro… El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío nos dice con toda claridad.
  2. Como se trata de un seguir a Cristo todos los días de nuestra vida, completando nuestro camino hasta llegar a la meta del Cielo, la apuesta por Él no consiste sólo en un momento inicial en el que le dijimos que sí y nos mostramos dispuestos a renunciar a todo por Él, sino en un sí sostenido a lo largo de la vida, renovado cada día. Un sí sostenido, en lenguaje musical, para que nos acordemos.
  3. La clave para poder dar este sí y sostenerlo, es no dejar de mirar a Jesús con amor, recibir su mirada que nos transmite ese amor y nos da fuerzas. Jesús cuando pide algo, nos da fuerzas para llevarlo a cabo. No fijarse sólo en el aspecto negativo de la renuncia. Eso es lo que pretende el maligno, que nos fijemos sólo en la carga, en la cruz, en el sufrimiento… para desanimarnos. Fijémonos en Jesús, que seguirlo quiere decir que Él va siempre delante, abriéndonos paso, volviéndose y levantándonos cuando tropezamos. Nuestra mirada puesta en Él, que es el camino y es la meta.

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