EL OTRO DISCÍPULO CORRÍA MÁS QUE PEDRO.

Por Mario Ortega.

Jn 20, 2-8. El otro discípulo corría más que Pedro. 27 diciembre. San Juan Evangelista

El primer día de la semana, María la Magdalena echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:

«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.

Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

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El otro discípulo corría más que Pedro

  1. Celebramos hoy al Discípulo amado, San Juan, que no sólo era el más amado sino también el más atleta, a tenor de lo que leemos hoy en el Evangelio. En la carrera hacia el sepulcro para comprobar la verdad de la resurrección, el otro discípulo (o sea Juan) corría más que Pedro. Y aunque esperó, por respeto al primer Papa, a que pasara él primero al sepulcro vacío, el Evangelio nos sigue diciendo que fue San Juan el que al ver la disposición de los lienzos que habían cubierto el cuerpo del Señor, inmediatamente creyó en la Resurrección.
  2. San Juan fue el único que acompañó a Jesús en la Cruz, el que recibió a María como Madre. Es el Evangelista que penetró más profundamente el misterio del amor redentor del Señor: recostó su cabeza en el pecho del Señor durante la última cena, vio salir del costado abierto del Salvador, la sangre eucarística y el agua bautismal. Y reconoce también el primero a Jesús resucitado cuando se aparece sobre la orilla del lago. San Juan nos muestra en el prólogo de su Evangelio esa mirada de águila sobre el misterio del Verbo encarnado hecho carne que habitó entre nosotros y en sus cartas nos habla del amor fraterno diciéndonos solemnemente que Dios es amor. Y será, finalmente, el que describa en el Apocalipsis el final de los tiempos y la victoria definitiva del Cordero de Dios.
  3. Está claro que San Juan fue el discípulo amado, el más espabilado por el amor del Señor, para leer y comprender los acontecimientos vividos con Jesús, las palabras y los signos del Maestro. No es esta ninguna carrera ni competencia alguna. Él aprendió bien ese mensaje del Señor cuando su madre pedía para él y su hermano Santiago los primeros puestos. Éstos están reservados a los más humildes y servidores. Y San Juan lo fue. Y nos muestra así, con su evangelio, con sus cartas y, sobre todo con su vida, la profundidad infinita del amor de Dios.

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