EL MATRIMONIO (2DA PARTE).

Por Juan María Gallardo.

La virginidad por el Reino de Dios

– Cristo es el centro de
toda vida cristiana.

– El vínculo con El ocupa
el primer lugar entre todos
los demás vínculos,
familiares o sociales.

– Desde los comienzos de la Iglesia
ha habido hombres y mujeres que
han renunciado al gran bien del
matrimonio
* para seguir al Cordero
dondequiera que vaya,
* para ocuparse de las cosas
del Señor,
* para tratar de agradarle,
* para ir al encuentro del Esposo…

Presentación de Matrimonio (2da parte)

– Cristo mismo invitó a algunos
a seguirle en este modo de vida:

Mateo 19,12:
Hay eunucos —célibes— que nacieron así
del seno materno, y hay eunucos hechos
por los hombres, y hay eunucos que
se hicieron tales a sí mismos por el
Reino de los Cielos. Quien pueda
entender, que entienda

– La virginidad por el Reino de los
Cielos es un desarrollo de la gracia
bautismal, un signo poderoso
* de la preeminencia del vínculo con Cristo,
* de la ardiente espera de su retorno,
* un signo que recuerda también
* que el matrimonio es una realidad
* que manifiesta el carácter
* pasajero de este mundo.

– Estas dos realidades,
* el sacramento del Matrimonio y
* la virginidad por el Reino de Dios,
vienen del Señor mismo.
* Es Él quien les da sentido y les
concede la gracia indispensable
para vivirlos conforme a su voluntad.

– La estima de la virginidad por el Reino
y el sentido cristiano del Matrimonio
son inseparables y se
apoyan mutuamente:

San Juan Crisóstomo: Denigrar el
matrimonio es reducir a la vez la gloria
de la virginidad.
Elogiarlo es realzar a la vez la admiración
que corresponde a la virginidad…

b) La celebración del Matrimonio

En el rito latino,
– la celebración del matrimonio
– entre dos fieles católicos tiene lugar ordinariamente
– dentro de la Santa Misa,
– en virtud del vínculo
– que tienen todos los sacramentos
– con el Misterio Pascual de Cristo.

En la Eucaristía se realiza el memorial de la Nueva Alianza,
– en la que Cristo se unió para siempre
– a la Iglesia, su esposa amada por la que se entregó.

Es, pues, conveniente que los esposos
– sellen su consentimiento en darse el uno al otro
– mediante la ofrenda de sus propias vidas,
– uniéndose a la ofrenda de Cristo por su Iglesia,
– hecha presente en el sacrificio eucarístico,
– y recibiendo la Eucaristía,
– para que, comulgando
– en el mismo Cuerpo y
– en la misma Sangre de Cristo,
– «formen un solo cuerpo»
– en Cristo.

La celebración del matrimonio debe ser
– válida, digna y fructuosa.
Por tanto,
– conviene que los futuros esposos
– se dispongan a la celebración de su matrimonio
– recibiendo el sacramento de la penitencia.

Según la tradición latina,
– los esposos,
– como ministros de la gracia de Cristo,
– manifestando su consentimiento ante la Iglesia,
– se confieren mutuamente el sacramento del matrimonio.

En las tradiciones de las Iglesias orientales,
– los sacerdotes —Obispos o presbíteros—
– son testigos del recíproco consentimiento expresado por los esposos,
– pero también su bendición es necesaria para la validez del sacramento.

Las diversas liturgias
– son ricas en oraciones de bendición y de epíclesis
– pidiendo a Dios su gracia y
– la bendición sobre la nueva pareja,
– especialmente sobre la esposa.

En la epíclesis de este sacramento
– los esposos reciben el Espíritu Santo
– como Comunión de amor de Cristo y de la Iglesia.

El Espíritu Santo es
– el sello de la alianza de los esposos,
– la fuente siempre generosa de su amor,
– la fuerza con que se renovará su fidelidad.

c) El consentimiento matrimonial

Los protagonistas de la alianza matrimonial
– son un hombre y una mujer bautizados,
– libres para contraer el matrimonio y
– que expresan libremente su consentimiento.

«Ser libre» quiere decir:
– no obrar por coacción;
– no estar impedido por una ley natural o eclesiástica.

El intercambio de los consentimientos
– entre los esposos es
– el elemento indispensable
– que hace el matrimonio.

Si el consentimiento falta, no hay matrimonio.

El consentimiento consiste en
– un acto humano, por el cual
– los esposos se dan y se reciben mutuamente:
– «Yo te recibo como esposa»
– «Yo te recibo como esposo».

Este consentimiento
– que une a los esposos entre sí,
– encuentra su plenitud
– en el hecho de que los dos «vienen a ser
-una sola carne».

El consentimiento
– debe ser un acto de la voluntad
– de cada uno de los contrayentes,
– libre de violencia o
– de temor grave externo.

Ningún poder humano
– puede reemplazar este consentimiento.

Si esta libertad falta, el matrimonio es inválido.
Por esta razón
– —y por otras razones que hacen
– nulo e inválido el matrimonio
– que veremos en la próxima clase—,
– la Iglesia,
– tras examinar la situación
– por el tribunal eclesiástico competente,
– puede declarar la nulidad del matrimonio,
– es decir, que el matrimonio no ha existido.

En este caso,
– los contrayentes quedan libres para casarse,
– aunque deben cumplir las obligaciones naturales
– nacidas de una unión precedente precedente.

El sacerdote —o el diácono—
– que asiste a la celebración del matrimonio,
– recibe el consentimiento de los esposos
– en nombre de la Iglesia y
– da la bendición de la Iglesia.

La presencia del ministro de la Iglesia
– —y también de los testigos—
– expresa visiblemente
– que el matrimonio es una realidad eclesial.

Por esta razón,
– la Iglesia exige ordinariamente para sus fieles
– la forma eclesiástica de la celebración del matrimonio.

Varias razones concurren para explicar esta determinación:

– El matrimonio sacramental es un acto litúrgico.
– Por tanto, es conveniente que sea celebrado en la liturgia pública de la Iglesia.

– El matrimonio introduce en un ordo eclesial,
– crea derechos y deberes en la Iglesia
– entre los esposos y para con los hijos.

– Por ser el matrimonio un estado de vida en la Iglesia,
– es preciso que exista certeza sobre él
– —de ahí la obligación de tener testigos—.

– El carácter público del consentimiento
– protege el «Sí» una vez dado y
– ayuda a permanecer fiel a él.

Para que el «Sí» de los esposos
– sea un acto libre y responsable,
– y para que la alianza matrimonial
– tenga fundamentos humanos y cristianos
– sólidos y estables,
– la preparación para el matrimonio
– —que veremos en la próxima clase—
– es de primera importancia:

El ejemplo y la enseñanza
– dados por los padres y
– por las familias
– son el camino privilegiado de esta preparación.

El papel
– de los pastores y
– de la comunidad cristiana
– como «familia de Dios»
– es indispensable
– para la transmisión de los valores
– humanos y cristianos
– del matrimonio y
– de la familia,

– y esto con mayor razón
– en nuestra época
– en la que muchos jóvenes
– conocen la experiencia de hogares rotos
– que ya no aseguran suficientemente esta iniciación:

Los jóvenes
– deben ser instruidos adecuada y oportunamente
– sobre la dignidad, tareas y ejercicio del amor conyugal,
– sobre todo en el seno de la misma familia,
– para que, educados en el cultivo de la castidad,
– puedan pasar, a la edad conveniente,
– de un honesto noviazgo vivido al matrimonio.

EL MATRIMONIO (2DA PARTE).

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