TEMAS DE FE CATÓLICA: EL DESARROLLO DE LA REVELACIÓN.

Por Juan María Gallardo.

El desarrollo de la Revelación: desde Abraham hasta Jesucristo

La Revelación empieza con la misma creación del hombre. La Sagrada Escritura nos dice que Adán y Eva, nuestros primeros padres, mantenían ya una relación y un diálogo con Dios. Tenían una cierta familiaridad con él, como se ve en las primeras escenas del libro del Génesis. Esto es lógico si se tiene en cuenta que habían sido creados para vivir en comunión con Dios. Esa familiaridad se pierde con el pecado; a partir de entonces al hombre le va a ser bastante difícil descubrir a Dios en la vida personal y en el entorno social. Sin embargo, Dios prometió ya a los primeros padres que el pecado sería vencido un día por la descendencia de la mujer (Gn 3,15): anunció de ese modo la obra redentora de Cristo, que fue preparada con la historia de la salvación precedente.

Presentación de Tema 3. El desarrollo de la Revelación

La Biblia, en estos relatos de los orígenes, no pretende narrar con detalle los acontecimientos históricos, sino proporcionar enseñanzas esenciales sobre el hombre y su relación fundacional con Dios, expresadas en imágenes y narraciones, sobre cuyo valor histórico es difícil emitir un juicio definitivo. Por esta razón, no es de extrañar que la propia Biblia no tenga ninguna dificultad en yuxtaponer narraciones, que difieren en los detalles, de los mismos acontecimientos —por ejemplo, el libro del Génesis presenta dos relatos diversos de la creación del hombre y la mujer—. De este modo, podemos extraer numerosas enseñanzas de los distintos relatos bíblicos de los orígenes, sin necesidad de pensar que todos los hechos narrados sucedieron exactamente así.

El libro del Génesis nos cuenta también que, después de ese primer pecado, el mundo experimentó una gran abundancia de desorden y de injusticia, que Dios contempló con desdén. Eso dio lugar a la historia del diluvio, en la cual la Escritura ve el castigo de Dios por los numerosos pecados de los hombres. Sin embargo, tras el diluvio, Dios renovó la amistad con Noé y su familia —que se salvaron del diluvio por haberse comportado con justicia—, y a través de ellos con toda la creación. Renovó con Noé la relación que había querido tener con Adán, Eva y sus descendientes. Dios sabía que, aunque el corazón del hombre estaba inclinado al pecado, la creación valía la pena, era buena, y pidió a los hombres que crecieran y se multiplicaran, del mismo modo que se lo había pedido a Adán. Con la historia de Noé, Dios dio a la criatura humana una segunda posibilidad de vivir en amistad con él.

Sin embargo, el verdadero punto de partida de la historia de la salvación tuvo lugar siglos después, con el pacto que Dios hizo con Abraham. Aquí encontramos ya una elección por parte de Dios. Abraham reconoció a Dios como único Señor, le obedeció con gran fe, y Dios destinó a Abraham a ser el padre de una multitud de naciones (Gn 17,5). Así Dios comenzó la tarea de reunir bajo una sola cabeza a la humanidad dispersa por el pecado. Dos generaciones más tarde, Dios hizo cambiar de nombre a Jacob: lo llamó Israel, y sus doce hijos fueron las bases del pueblo de Israel: las doce tribus de Israel.

Varios siglos más tarde, en la época de Moisés, esa historia de Dios con los hombres adquirió una dimensión más visible y comprometida. El Dios de Abraham y de los patriarcas hizo de Israel su pueblo, y lo liberó de la esclavitud de los egipcios. Dios hizo una alianza con Moisés y puso el pueblo bajo su protección y sus leyes, y el pueblo aceptó solemnemente esa alianza y se comprometió a servir al Señor y a darle culto. En la travesía del Mar Rojo y en la marcha por el desierto del Sinaí, en la llegada a la tierra prometida y en la construcción del reino de David, Israel experimentó una y otra vez que Dios estaba con él, porque Israel es su pueblo, que Él mismo ha formado entre todos los demás y que le pertenece como un reino de sacerdotes y una nación santa (Ex 19,6).

En los siglos sucesivos, Dios no dejó que esa alianza decayera, sino que, por medio de los profetas, guio a su pueblo a la esperanza de una salvación última y definitiva. Cuando el pueblo perdía el camino y olvidaba su compromiso con la alianza, Dios suscitaba siervos suyos con la tarea de reconducir el pueblo a la obediencia y a la justicia. Los profetas animaron y confortaron al pueblo en la esperanza, pero también le advirtieron del peligro de una confianza falsa en su condición de elegido, porque esa elección, si no era correspondida, se podía transformar en juicio, en castigo de Dios por el pecado. Dos acontecimientos tienen, en particular, el carácter de castigo: la caída del reino del Norte —diez de las doce tribus de Israel— en el año 722 a. C., y el exilio del reino del Sur —las otras dos tribus que se habían separado siglos antes—, junto con la destrucción de su capital, Jerusalén, en el año 587 a. C. Israel perdió entonces su autonomía como pueblo. Vivió en el destierro, en una tierra ocupada. El Señor, sin embargo, lo castigó, pero no lo abandonó. El libro de Isaías nos da noticia del retorno del pueblo del exilio de Babilonia a la propia tierra, la refundación del pueblo; una refundación que fue sólo parcial, porque muchos permanecieron dispersos.

En todo este camino de Dios con Israel, el pueblo aprendió a conocer a Dios, supo de su fidelidad y mantuvo la esperanza de que Él cumpliría sus promesas de una salvación última y definitiva a través de un rey, un descendiente de David, que, al final de los tiempos, habría de constituir una nueva Alianza. Una alianza que no iba a escribirse en tablas de piedra, como la antigua: Dios mismo la iba a escribir en el corazón de los fieles por la presencia y acción del Espíritu Santo. Llegaría el día en que todos los pueblos acudirían en masa, atraídos por el resplandor de la nueva Jerusalén, y reconocerían al Dios de Israel. Sería el día de la paz perpetua, y del mundo unido bajo un solo Dios.

A través de todo este proceso con sus distintas etapas, Dios preparó a su pueblo para la Revelación definitiva en Jesucristo. Él es el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento y con él llega la renovación anunciada del final de los tiempos. Durante su vida sobre la tierra, Jesús comunicó a los hombres dimensiones nuevas e insospechadas de Dios. Se refirió siempre al Dios del Antiguo Testamento, de los Patriarcas, de los profetas y de los reyes, y su predicación tuvo el sello del lenguaje y de las ideas que el pueblo de Israel había compartido durante siglos. Sin embargo, su predicación sobre Dios, aun encontrando paralelismos en los textos veterotestamentarios y en el pensamiento judío de su época, tenía un acento completamente nuevo y era, por tanto, inconfundible y única. Jesús proclamó que el Reino de Dios esperado en el Antiguo Testamento estaba ya muy cercano, más aún, se hacía presente en sus palabras, en sus obras y en su misma Persona.

Fragmento del texto original de Tema 3. El desarrollo de la Revelación.

  • (1) Libro electrónico «Síntesis de la fe católica», que aborda algunas de las principales verdades de la fe. Son textos preparados por teólogos y canonistas con un enfoque primordialmente catequético, que remiten a la Sagrada Escritura, el Catecismo de la Iglesia Católica, las enseñanzas de los Padres y el Magisterio.

TEMAS DE FE CATÓLICA: EL PORQUÉ DE LA REVELACIÓN.

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