LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA Y LAS LECCIONES DE LA HISTORIA (11). EL BESO AL LEPROSO.
Continuación de Un sinceramiento liberador.
Por Silvio Pereira.
Lo que no es asumido, no es redimido
Un episodio famoso de la vida de San Francisco de Asís, que además será un hito en su proceso de conversión, es el beso al leproso. El mismo Poverello ya cercano a la muerte, en su último escrito llamado «Testamento» —que seguramente incapacitado dicta—, recuerda lo que ha vivido en el seguimiento de Cristo. Así comienza relatando el inicio de su vocación:
«El Señor me dio de esta manera, a mí el hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia, en efecto, como estaba en pecados, me parecía muy amargo ver leprosos. Y el Señor mismo me condujo en medio de ellos, y practiqué con ellos la misericordia. Y, al separarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me tornó en dulzura de alma y cuerpo; y, después de esto, permanecí un poco de tiempo y salí del siglo».
Entre las fuentes franciscanas, las biografías de los siglos XIII y XIV traen la narración de aquel episodio con matices poco significativos. Contemplemos la situación según la narración de San Buenaventura:
Leyenda Mayor 1.5: «Cierto día, mientras cabalgaba por la llanura que se extiende junto a la ciudad de Asís, inopinadamente se encontró con un leproso, cuya vista le provocó un intenso estremecimiento de horror. Pero, trayendo a la memoria el propósito de perfección que había hecho y recordando que para ser caballero de Cristo debía, ante todo, vencerse a sí mismo, se apeó del caballo y corrió a besar al leproso. Extendió éste la mano como quien espera recibir algo, y recibió de Francisco no sólo una limosna de dinero, sino también un beso. Montó de nuevo, y, dirigiendo en seguida su mirada por la planicie amplia y despejada por todas partes, no vio más al leproso. Lleno de admiración y gozo, se puso a cantar devotamente las alabanzas del Señor, proponiéndose ya escalar siempre cumbres más altas de santidad».
Al despuntar el nuevo día, lleno de seguridad y gozo, vuelve apresuradamente a Asís, y, convertido ya en modelo de obediencia, espera que el Señor le descubra su voluntad. Revistióse, a partir de este momento, del espíritu de pobreza, del sentimiento de la humildad y del afecto de una tierna compasión. Si antes, no ya el trato de los leprosos, sino el sólo mirarlos, aunque fuera de lejos, le estremecía de horror, ahora, por amor a Cristo crucificado, que, según la expresión del profeta, apareció despreciable como un leproso, con el fin de despreciarse completamente a sí mismo, les prestaba con benéfica piedad a los leprosos sus humildes y humanitarios servicios. Visitaba frecuentemente sus casas, les proporcionaba generosas limosnas y con gran afecto y compasión les besaba la mano y hasta la misma boca».
Lo que le resultaba amargo se le vuelve dulce. Esta transformación se produce por un incremento de la Caridad divina en su corazón y en el horizonte claro de un proyecto de santidad. San Francisco quiere amar más a Cristo a quien descubre identificado con el leproso. Amando al Señor en ese prójimo distante que le causaba horror puede vencer el pecado y emprender definitivamente su camino vocacional. Este episodio será como la ruptura de toda resistencia y le dará una nueva libertad para descubrir la voluntad de Dios en su vida.
Por otro lado, nos enseñó san Ireneo de Lyon, y quedó como una de esas sentencias de oro de la teología patrística: «Lo que no es asumido, no es redimido». Éste es el dinamismo propio de la Encarnación: Dios para rescatar al hombre asume la humanidad en la Persona divina del Verbo. Y cuando el Viernes Santo escuchamos el poema del Siervo sufriente de Isaías —que unimos a la Pasión redentora en Cruz— comprendemos lo que significa «asumir para redimir»:
¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus heridas hemos sido curados. Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y Yahveh descargó sobre él la culpa de todos nosotros. (Is 53,4-6).
Creo
Creo que se puede transformar lo amargo de la pandemia en dulzura del alma si las coordenadas son correctas:
- Desear amar siempre más y entregarse sin medida a Cristo,
- Descubrir al Señor identificado con los leprosos de nuestro tiempo,
- Aspirar a un camino de santidad,
- Vivir siempre con alegría la oportunidad de entregar la propia vida.
En estas coordenadas de ofrenda y donación, participando el hombre de la Imagen y Semejanza del Dios Trinitario que es Amor, la Caridad divina podrá comunicarse y llenar desbordante el corazón.
Creo que el ámbito más propicio para favorecer un proceso de respuesta a la realidad desafiante de la pandemia que nos toca vivir es la Eucaristía. Ella supone la vida de oración. Eucaristía y contemplación son inseparables en una vida espiritual madura, fuerte y sana. Y en la Eucaristía, Pascua del Señor, el discípulo abrazado a la Cruz puede comprender iluminado por la Gracia todos los caminos de la historia. Finalmente sólo si aspira a la Gloria del Cielo será libre para amar aquí en la tierra.
Creo que la Iglesia podrá salir con provecho de esta hora si se anima a asumir la pandemia para redimirla, si puede vencer sus resistencias y ofrecer el beso que supera el horror y el miedo, si olvidándose de guardar la propia vida se entrega fervorosa en el amor al servicio de la Cruz.
EL BESO AL LEPROSO. Por Silvio Pereira.
El Padre Silvio Dante Pereira Carro es también autor del blog Manantial de Contemplación. Escritos espirituales y florecillas de oración personal.
Es así Padre¡¡¡ es lo q quieren acobardar, y dejarnos… sin tiempo, sin reacción, sin empleo, obedeciendo de allí que los cristianos debemos darnos unos minutos diarios para nosotros, contemplacion.. etc. No rendirse a lo q ellos quieren y cuanto antes poner en práctica lo q pudimos aprender de nuestro Señor con su ejemplo aunqur aun no comprendamos 💖💖💖