DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO (8).

Por Silvio Pereira.

8. LA PRUEBA DE QUE DIOS NOS AMA ES QUE CRISTO, SIENDO NOSOTROS TODAVÍA PECADORES, MURIÓ POR NOSOTROS.

La sola mención de esta expresión tuya, querido San Pablo, nos impele a quedarnos en silencio y contemplar el misterio del Amor de Dios por nosotros. Pero te escuchamos en toda tu amplitud para que resuene fuerte y vibrante la Palabra de Vida.

En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; —en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir—; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la cólera! Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida! Y no solamente eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación. Rom 5,6-11.

¿Y cuándo ha ocurrido? Cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos. Porque si estábamos sin fuerzas, debilitados, no se ha realizado por operación nuestra sino que es gracia de Dios. Cuando no podíamos hacer nada para levantarnos del abismo en el que habíamos caído, Dios lleno de Misericordia extendió su brazo y nos rescató poniéndonos en pie. Nada de voluntarismo, redención gratuita. Y acaeció en el tiempo señalado por el Señor, quien en su Providencia paternal conduce la historia, hace madurar los días del hombre para su Salvación. Por si fuera poco, quieres resaltar apóstol Pablo, que nuestra condición era la impiedad, la ausencia de religioso obsequio a Dios, la entrega al desenfreno de una vida sin virtud, la permanencia en el pecado. En esta condición —de la que ya hemos dicho que pedía la cólera de Dios—, inexplicablemente sobrevino la restauración del género humano.

Cristo murió por los impíos; —en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir—; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.” Es aquí pues que se nos corta el aliento y nos sobrecogemos. Perdón que lo exprese así: ¡el Amor de Dios es una locura! ¡Bendita sea la locura maravillosa del Amor de Dios! Porque no tiene lógica, al menos no la lógica humana. Y es entendible porque Dios no es como nosotros, Él es Santo. No nos paga como le pagamos, ni mide con la vara con la que nos medimos. Está claramente sobre nosotros, iluminando nuestra identidad con su corazón de Padre fiel y compasivo. Y esta es la prueba de su Amor: ¡Cristo murió por nosotros! Ofreciéndose por nosotros cuando aún éramos pecadores. Solo queda el silencio extasiado… ¿verdad?

¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la cólera! ¡Sí, justificados por su Sangre! ¡Alabanza y gloria a la Sangre derramada del Cordero inmaculado que nos ha lavado, sumergiéndonos en la efusión de su Amor, inmolándose en la Cruz! ¡Cuán poderosa es la Sangre de Cristo! ¡Victoriosa la Sangre que mana del costado abierto del Señor Crucificado! La devoción a la Sangre de Cristo seguramente debería ser recuperada en la Iglesia. Yo acostumbro invocarla como fuente de sanación y liberación. Porque a la espiritual aspersión de su Sangre —mediante la oración y el Sacrificio eucarístico— son curadas las heridas y remitidos los males, los demonios doy fe que huyen despavoridos.

Pero también es bueno recordarnos que hemos sido comprados al precio de su Sangre derramada. Recordar cuánto le ha costado a Cristo nuestro rescate para perseverar en santidad de vida y no despreciar su entrega con nuestra infidelidad. También para vivir en paz con nuestros hermanos —cercanos o distantes— por quienes el Señor se entregó a la muerte.

Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida! Ya volveremos una y otra vez sobre este tema nuclear: la reconciliación. Siendo enemigos, adversarios y opositores hemos sido elegidos porque en verdad nos había elegido desde la eternidad y Dios no se retracta. Nos ha pues llegado la paz. Hemos sido perdonados. El Padre ha enviado a su Hijo para la obra de la reconciliación. Y ahora si aceptamos este perdón podemos ser llenos de la Vida de Jesús, el Señor. ¡Salvos por su Vida! ¡Salvos por su Muerte! ¡Salvos por la Cruz! ¡Oh gloriosa Pascua de Cristo que reconcilió a los hombres con su Dios! No volvamos pues a recaer en la enemistad, no rompamos con esta oferta de Vida, de Gracia y Eternidad. Cuidemos este puente que Dios ha establecido por la generosidad de su Amor. Perseveremos en una vida reconciliada con la voluntad del Padre. Entonces seremos salvos por la Vida de Jesús.

Y no solamente eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación. Respiremos hondo con toda el alma y llenémonos de esta certeza: la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo todavía nosotros pecadores, murió por nosotros.

El Padre Silvio Dante Pereira Carro es también autor del blog Manantial de Contemplación. Escritos espirituales y florecillas de oración personal y tiene el canal de YouTube @silviodantepereiracarro . Su perfil en Facebook es Pbro Silvio Dante Pereira Carro.

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO (8).

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