DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO (20).

Por Silvio Pereira.

  1. Ofrézcanse ustedes mismos como víctimas vivas, santas y agradables a Dios

¡Qué privilegio Apóstol San Pablo, columna de la Iglesia, comentar estas expresiones tuyas tan inspiradas e inspiradoras! Con letras indelebles han quedado grabadas en la espiritualidad de la fe cristiana y esperan siempre ser marcadas a fuego en todos los corazones de los discípulos del Señor Jesús.

Les exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcan sus cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será su culto espiritual. Y no se acomoden al mundo presente, antes bien transfórmense mediante la renovación de su mente, de forma que puedan distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto. En virtud de la gracia que me fue dada, les digo a todos y a cada uno de ustedes: No se estimen en más de lo que conviene; tengan más bien una sobria estima según la medida de la fe que otorgó Dios a cada cual. Rom 12,1-3.

¡Tres consejos de oro y titanio, tan actuales por demás!

Ofrezcan sus cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será su culto espiritual. Porque el verdadero culto que agrada a Dios es el de la ofrenda de sí mismo por amor. ¿O qué otro lenguaje esperábamos que hablase Dios, el Padre, que no dudó en enviar a su propio Hijo a la muerte para rescatarnos? ¡Ese Padre que junto al Hijo nos envió también al Espíritu Santo Paráclito para que nos introdujera en la plenitud del Misterio de Cristo revelado gloriosamente en su Pascua! ¿En serio alguien espera aún que el Señor dialogue con nosotros sin referenciarnos siempre al lenguaje maduro del amor puro y santo que es el lenguaje del Sacrificio y de la Cruz?

El culto cristiano es esencialmente ofrenda a Dios y ofrenda al prójimo. El amor cristiano es centralmente seguimiento de Jesucristo y entrega voluntaria de la propia vida por amor. El ‘don de sí’, la sagrada inmolación para liberar del pecado, rescatar de la muerte y comunicar vida, es la acción cultual por excelencia en nuestra fe.

Podríamos afirmar que se trata de un culto «extático». Pues un «éxtasis» propiamente es un  vivir enteramente en el Amado, un estar volcado sin reserva, dado enteramente por amor. Y así el culto cristiano parte nada más ni nada menos que del misterio Trinitario de la «perijóresis» o circulación. El culto que nos religa, que expresa la Alianza con el Señor y da acceso a la Gloria, halla su origen en la inmanencia de la vida intratrinitaria donde las divinas personas están enteramente una en la otra por una donación amorosa sin reservas. Enteramente se ofrecen y enteramente se reciben y no hay espacio alguno para volverse sobre sí sino que eternamente están una en la otra, son ellas mismas esa eterna relación subsistente en la unidad de la única naturaleza divina que es Amor.

Y estoy realizando esta consideración –que pareciera excesiva- para manifestar que el amor como «don de sí» es gozo y plenitud. Solo en la economía, en la creación tras ser trastornada por el pecado del hombre, junto a la alegría bellísima, en el «don de si» aparece el rasgo del sufrimiento y la lucha contra el mal que se opone. Así el amor que se entrega sin reservas, no solo expresa el rostro eterno del gozo y la gloria, sino que históricamente asume la faz del sacrificio en Cruz. Empero alcanza también allí su mayor epifanía al revelarse en tan gratuita y libérrima inmolación para rescatar a su creatura, el hombre. Quien no merece es salvado por los méritos de Cristo, uno de la Trinidad, enviado a manifestar y hacer totalmente transitable el camino del Amor.

En el Misterio del Hijo enviado, por su Encarnación y Pascua, la procesión económica hace presente en la historia la procesión eterna y nos llama a participar de la Filiación del Verbo. Condescendencia divina siempre actualizada en la efusión pentecostal del Paráclito. También su procesión económica hace posible que injertados en la Vid del Hijo, «estando en Cristo» diría San Pablo, podamos ser reconducidos por ascendente sendero hacia la Gloria, donde contemplaremos eternamente extáticos y jubilosos, bienaventurados en su beatificante Luz, al Amor eterno que no es sino gozo y plenitud en la ofrenda de Si sin reserva.

El culto pues cristiano animado por el Espíritu Santo no puede ser sino la comunión con Jesucristo, nuestra Pascua y nuestra vuelta al Padre. Descubrir al Amor en la ofrenda sacrificial de la Cruz, aceptar tanta excedencia y hacer del Amor nuestra vocación es en definitiva nuestro culto. Dar culto a Dios el Padre en el Espíritu Santo no es sino ser «hijos en el Hijo», haciendo de nuestra persona y de toda nuestra vida «una víctima viva, santa y agradable». Quien así viva como discípulo del Señor Jesús, liberado del pecado y vencedor de la muerte, atravesando las tinieblas del sufrimiento en el «valle de lágrimas» -resultado de la caída en la desobediencia-, contemplará para siempre al Amor tal como es, ofrenda santa y pura, sin reserva alguna, perfecto don de sí, tan lleno de luz, de gozo y de gloria.

Así el culto cristiano, cuya cumbre litúrgica es la Eucaristía, cierra la Santa Misa enviándonos a vivir según lo celebrado para poder acceder a la Liturgia Celeste en la Jerusalén gloriosa. Y el Apóstol conecta su primer aserto con el siguiente: Y no se acomoden al mundo presente, antes bien transfórmense mediante la renovación de su mente, de forma que puedan distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.

Evidentemente hay un camino por andar, una peregrinación existencial por recorrer. No podrá hacerlo quien no palpite fuerte y ardientemente su vocación a la Gloria. Solo así no se quedará pegoteado e instalado en lo que siendo valioso no deja de ser provisorio: la historia. El «homo viator», el hombre en camino no puede acomodarse al mundo presente que pasa sino que busca sintonizar con el Mundo Futuro que viene. Transita plenamente consciente del tiempo pero con la mirada anhelante y fija en lo Eterno. Los pies en la tierra pero el corazón en el Cielo.

El culto pues en nuestra fe cristiana tendrá aquí en la economía siempre un cariz penitencial. Dar culto a Dios es convertirse para hacer su Voluntad. Una continua renovación y transformación de nuestra mentalidad y nuestro querer para vivir según Dios y para vivir hacia Dios. Lo expresa bien la doxología acompañada por el gesto de elevación de los Dones Eucarísticos de su Cuerpo y Sangre: Por Cristo, con Él y en Él, a ti Dios Padre omnipotente en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Aún no he logrado aceptar —lo confieso— que la Iglesia peregrina en los últimos tiempos haya perdido tan de vista el horizonte escatológico. Comprendo claro los procesos históricos y el devenir de las ideas y movimientos culturales que le han nublado su rumbo. Pero no puedo digerir el hecho de que nos haya sucedido semejante desconcierto. ¿Hacia dónde camina una Iglesia totalmente volcada a la vida en el mundo, buscando obsesivamente ajustarse al presente y al encuentro con el hombre caído al margen de la Gracia para quedarse también postrada allí con él? ¿Acaso no se da cuenta que se trata de un camino inconcluso, interrumpido y sin arribo a destino alguno? La exhortación apostólica es tan clarividente: el cristiano que se acomoda al mundo presente se olvida de quién es y hacia dónde va. Sin el horizonte trascendente del Cielo Eterno la tierra efímera de los hombres no es más que un infierno. Quien toma este atajo engañoso –ajustarse a la mentalidad mundana- puede ponerse en peligro y deslizarse definitivamente hacia los abismos oscuros de la perenne soledad del hombre sin Dios. Una comunidad de fe en este equívoco mortal no solo se auto-condenaría sino que por sobre todo se acusaría y sentenciaría a sí misma por no rescatar y dejar caída a esa humanidad a la que ha sido enviada en su Nombre. Mayor falta de Amor no es posible concebir.

Finalmente pues la amonestación paternal invita a la humildad: No se estimen en más de lo que conviene; tengan más bien una sobria estima según la medida de la fe que otorgó Dios a cada cual. Roguemos entonces a Dios que nos conceda a todos los miembros de la Iglesia peregrina aquella fe que vive para hacer su Voluntad y que le da un culto verdadero en el Espíritu configurándonos en Cristo como víctimas ofrecidas, vivas, santas y agradables. Entonces celebraremos la Pascua del Amor y la Iglesia será sacramento de salvación, un puente que une a los hombres con Dios y los conduce a su Gloria.

El Padre Silvio Dante Pereira Carro es también autor del blog Manantial de Contemplación. Escritos espirituales y florecillas de oración personal y tiene el canal de YouTube @silviodantepereiracarro . Su perfil en Facebook es Pbro Silvio Dante Pereira Carro.

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO (20).

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