DEL SUEÑO CARTESIANO A LA MUERTE ENCEFÁLICA (5).
Continuación de Del sueño cartesiano a la muerte encefálica (4).
Todo parecería enunciar que el constructo no sería otra cosa que el resultado de usar una «semántica pragmática», propia de la nueva moral utilitarista, que termina negando a la persona como un ser complejo, jerárquico e integrado. Al mismo tiempo, manipula campos de la vida humana por medio de una «racionalidad moral computarizada», privada de actos absolutamente malos o prohibidos. No se tratará de calificar como bueno o malo a la ficción de considerar muerto a alguien que aún no lo esté, sino de evaluar la utilidad de este engaño; donde «lo útil» —para este caso un cadáver que provea órganos— tendrá el peso suficiente para exculparlo de cualquier ilicitud.
La metafísica moderna parece olvidarse que la Medicina deberá entender al ser vivo dentro de su realidad propia y no dentro del pensamiento médico o social imperante. Esto demandará que los fenómenos de cada persona sean explicados de manera biológicamente autónoma, es decir, sin reducciones físico-químicas y donde todos los detalles queden fijados en la estructura de ese ser, es decir, «ontológica».
Después de todo, lo que al médico le interesa saber —diagnosticar—, más allá de lo que digan los aparatos, es si su paciente, sea este Juan o Juana, está indudablemente muerto.
Reflexiones finales
Las disciplinas positivistas de la actualidad se encuentran atravesadas de diferentes maneras por la filosofía de Descartes, asimilada a través de su Discurso del Método. El método permitió un desarrollo inusitado de las ciencias empíricas, y la Medicina no fue la excepción. Decir «método científico» es referirse a la piedra fundacional del racionalismo y supone una mirada subjetivista del mundo que nos rodea.
Los cuestionamientos a la solidez del diagnóstico de muerte encefálica no serían más que el reflejo de cuán costoso es para nuestra razón humana admitir que ciertos individuos que parecieran dormidos estuvieran realmente muertos. El subjetivismo no está ajeno a estos tapujos. Es que para el dualismo cartesiano el sueño le ha pertenecido al alma inmortal, de ahí que no sería raro que el racionalista moderno tuviera dificultades para asociar el sueño con la muerte.
El mecanicismo, con sus limitaciones explicativas, ha apretado los nudos de este enredo. El mecanicismo está en la idea del corazón bomba, o en la búsqueda minuciosa del dispositivo cerebral que abrirá paso a la muerte. Está en la sustitución de la epífisis cartesiana por el hipotálamo del debate actual, donde vestigios de una imperecedera alma serán exigidamente transcriptos como «actividad neuro-endócrina residual».
El cogito ergo sum cartesiano —por el que «si no pienso no soy», por lo tanto, si no hay conciencia la persona no existe— habría resultado débil para argumentar que el sujeto inconciente no puede generar pensamientos. Un simple recuerdo de alguna de nuestras pesadillas rebatiría tal conclusión.
Por otro lado, pretender abarcar todo el conocimiento con el lenguaje matemático, hundiría en la incomprensión a vastos aspectos de la realidad, con los que la Medicina contemporánea no puede lidiar en soledad. Estos son asuntos concernientes a la vida y la muerte. Es acá donde las disciplinas de la vida deberán ser ayudadas por una filosofía realista, que permita la autonomía y especificidad de las ciencias en sus ansias por conocer, pero a la vez, que adopte una postura crítica para justificar toda realidad por fuera de la mente y asegure que esta realidad no vaya a ser sesgada por la experiencia.
La ponderación del pensamiento en la filosofía racionalista habría derivado en la certeza extrahumana de razonar sin fallar, motivo suficiente para que ciertos investigadores no estuviesen dispuestos a convencerse, que un hecho —como es alguien fallecido— podrá identificarse desde signos menos sensibles, pero no por ello inexistentes, como los neurológicos.
En sí, es la manera en que el racionalismo moderno pretende, erróneamente, construir una realidad acorde a sus preferencias, donde «las cosas son, como el sujeto desea que sean».
Concluyendo, diré que la huella de Descartes ha sido tan profunda que hasta sus maneras militares se han visto reproducidas en el estilo del debate en cuestión. Para este filósofo, buscar la verdad consistió en dar batallas y admitir una falsa opinión fue la afrenta de la derrota. La defensa de su nueva propuesta para la ciencia será emulada por los investigadores modernos al argumentar sus posturas; donde la opinión de uno suprimirá la del otro, cual si se tratara de una contienda de contradicciones.
En la contradicción uno de los opuestos excluye al otro; y eso, es terreno de la «muerte».
En cambio, nuestro esmero se aboca a tratar de entender lo que es «vida». La vida es convergencia de distintos y desde luego que incluye la oposición, pero una oposición desde la contrariedad. La contrariedad une los distintos con una conjunción: esto «y» esto.
Si esta unión no es posible advendrá la muerte. Muerte que es una sola, ni encefálica, ni cardio-respiratoria, y consiste en la total desintegración de esa unidad que es la persona misma.
Ni el número que ha cautivado a tantos, ni técnica científica o método empírico alguno podrán identificar directamente la muerte de la persona.
Nada justifica que se entienda a los signos biológicos, que la Medicina ha aprendido a reconocer con mayor precisión, como determinantes del «momento exacto de la muerte» de una persona. Ellos son sólo para reafirmar que la persona realmente ha fallecido.
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El documento fue publicado originalmente en Biblioteca digital de la UCA – ‘Ética y Vida’ en 2011.
DEL SUEÑO CARTESIANO A LA MUERTE ENCEFÁLICA (5).