CUENTOS PARA REFLEXIONAR Y ORAR: JERRY, EL OPTIMISTA.
Por Juan María Gallardo.
Jerry, el optimista
Jerry es un tipo muy fuera de lo común: siempre está de muy buen humor, y siempre tiene algo positivo que decir. Cuando alguien le pregunta cómo le va, siempre responde: «¿Mejor? Imposible, estoy fenomenal».
Es gerente de un restaurante. Un gerente atípico; con decirte que varias empleados lo vienen siguiendo de restaurante en restaurante. La razón es muy simple: Jerry es muy buen jefe. Si un empleado tiene un inconveniente o una desgracia, Jerry está ahí: apoyando, acompañando, tratando de ver el lado positivo de la situación.
Este modus vivendi realmente me impresionó. Un día fui a buscar a Jerry y le pregunté: «Cómo es posible estar siempre de buen humor? ¿Cómo lo hacés?». Jerry respondió: «Cada mañana, cuando me despierto, me digo: ‘Jerry, tienes dos opciones hoy. Podés elegir estar de buen humor o estar de mal humor’. Escojo estar de buen humor. Cada vez que sucede algo malo, puedo escoger hacerme la víctima o tratar de aprender de ello: y escojo tratar de aprender. Cada vez que alguien viene a quejarse, puedo aceptar su queja o puedo señalarle el lado positivo de la vida. Escojo señalarle el lado positivo de la vida».
«Está bien, pero eso ¡no es tan fácil!», protesté. «Sí lo es —dijo Jerry—. Todo la vida es una continua elección. Vos elegís cómo reaccionar ante cada situación. Vos elegís cómo la gente afectará tu estado de ánimo. Vos elegís estar de buen humor o mal humor. En resumen: ¡vos elegís cómo vivir la vida!».
Reflexioné en lo que Jerry me dijo. Poco tiempo después, dejé el negocio de los restaurantes para dedicarme a otra cosa. Perdimos contacto, pero con frecuencia pensaba en Jerry cuando tenía que hacer una elección en la vida. Varios años más tarde, me enteré que Jerry hizo algo que nunca debe hacerse en un restaurante: Dejó abierta la puerta de atrás y fue asaltado por tres ladrones armados. Mientras trataba de abrir la caja fuerte, al más novato se le escapó un tiro. Con mucha suerte, Jerry fue encontrado relativamente pronto y llevado de emergencia a una clínica.
Después de 18 horas de cirugía y varias semanas de terapia intensiva, Jerry fue dado de alta aún con fragmentos de bala en su cuerpo.
Me encontré con él 6 meses después del accidente y, cuando le pregunté cómo estaba, me respondió: «¿Mejor? Imposible, estoy fenomenal». Le pregunté que pasó por su mente en el momento del asalto. Contestó: «Lo primero que vino a mi mente fue que debí haber cerrado con llave la puerta de atrás. Cuando estaba tirado en el piso desangrándome, recordé que tenía dos opciones: luchar o rendirme; elegí luchar». «¿No sentiste miedo?», le pregunté. Jerry continuó: «Los médicos estuvieron muy bien. No dejaban de decirme que iba a estar bien. Pero… cuando me llevaron al quirófano y vi sus expresiones y las de las enfermeras…, realmente me asusté… podía leer en sus ojos que era hombre muerto. Supe entonces que debía tomar acción…». «¿Y qué hiciste?», pregunté. «Bueno… uno de los médicos me preguntó si era alérgico a algo y, respirando profundo, grité: ‘¡Sí, soy alérgico a las balas!’. Mientras reían, les dije: ‘Estoy escogiendo vivir… opérenme como si estuviera vivo, no muerto'». Jerry vivió por la maestría de los médicos, pero sobre todo por su actitud.