CINCELAR UN FRONTISPICIO.

Por Pablo Mariñoso de Juana.

Cuando hace ya tiempo aquella madre atropelló a una niña frente a la puerta de Montealto todos nos sobrecogimos. La escena llena de tragedia, con una muerte que no tocaba y una culpa que tampoco, hizo brotar un atisbo de luz en medio de tantas tinieblas. De aquella muerte lo más bello lo escribió Jorge Bustos y muchos cincelamos El abrazo de María en el frontispicio de nuestro instinto. Yo quiero reaccionar así, como esa madre con los brazos abiertos a la incomprensión.

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Ayer, entre algunas otras incomprensiones, el metro funcionaba especialmente mal. Un vagón a las nueve de la mañana es lo más parecido a la jaula de bonobos del Faunia y el tren se paró, con ese ruido con el que se paran las cosas que nunca debieran. Quien ama lo sabe. Yo entonces me enfurruñé porque menuda vergüenza y porque claro, si en Madrid me dan a elegir entre comunismo o libertad, a este paso voy a terminar prefiriendo el comunismo. Pensé en mi mañana, mis horarios, mi cuadrante vital como de Big Four. Y el metro seguía parado.

Algunas horas más tarde supe que un joven de treinta años había sido arrollado por un tren, precisamente en una de las estaciones por las que paso cada día. Pienso ahora en el joven y en esa muerte que no tocaba y en esa culpa que tampoco. Pero no hay esta mañana columna de Jorge Bustos que cincelar porque yo no estuve a la altura. No pensé en salir corriendo o rezar, qué sé yo, un avemaría. Acaso un íntimo pensamiento: «No todo es tu Excel, Pablo». No hubo madre valerosa ni gesto virtuoso. En aquella jaula de bonobos estábamos todos hasta la coronilla.

Pensándolo estos días, a veces me he visto pidiéndole al Señor que me quite libertad porque tanta, ay, la arrumbo en un rincón, presta siempre a ser malograda. No es una oración fina, me dijeron una vez, porque no parece fino desechar la abundancia que se nos regala. Pero claro, ayer en Tirso de Molina murió un joven de treinta años arrollado bajo el tren y mi abundante libertad me llevó a pensar en la comodidad de un metro a su hora y no en lo que podría estar causando tanta lentitud. Yo, tan ajeno a la desgracia, tan indiferente a la incomprensión.

Claro que peor que rechazar la abundancia es rechazar la posibilidad de abundancia. La vida nos permite una de cal y otra de arena porque somos así y cuando ya estaba recreándome en mi limitación un amigo ha venido con los brazos abiertos a desarrumbar esa abundancia arrinconada. Uno sabe que es capaz de casi todo cuando le piden casi todo, cuando los brazos abiertos de otro exigen virtud. A veces pensamos que los amigos nos hacen mejores pero ellos sencillamente nos hacen verdaderos porque nos permiten ser como esas horrorosas vírgenes amarillas de Fátima, y así brillar cuando uno menos se lo espera. Ayer fue Jorge, su pelo ladeado y un cariño que yo aún no me explico. Mañana espero ser yo el que, aunque vaya lento el metro, escape del Excel. Quedan frontispicios por cincelar.

CINCELAR UN FRONTISPICIO.

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