El cardenal y predicador de la Casa Pontificia, Raniero Cantalamessa, afirmó que «el anuncio de la vida eterna constituye la fuerza y el mordiente de la predicación cristiana», durante su segunda predicación de Adviento a la Curia Romana, encabezada por Francisco, en el Aula Pablo VI para garantizar la distancia de seguridad por la pandemia de coronavirus. En la primera predicación invitó a meditar sobre la muerte, y en esta ocasión lo hizo sobre la eternidad.
Cantalamessa recordó que lo que «nunca pasa» es «por definición la eternidad», por lo que «debemos redescubrir la fe en un más allá de la vida». «Para los cristianos, la fe en la vida eterna no se basa en argumentos filosóficos discutibles sobre la inmortalidad del alma. Se basa en un hecho preciso, la resurrección de Cristo, y en su promesa: ‘En la casa de mi Padre hay muchas moradas. […] Voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os haya preparado un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros’ (Jn 14, 2-3)», precisó.
«Para nosotros, los cristianos, la vida eterna no es una categoría abstracta, es más bien una persona. Significa ir a estar con Jesús, ‘hacer cuerpo’ con él, compartir su estado de resucitado en la plenitud y en la alegría de la vida trinitaria», explicó Cantalamessa, al señalar el perjudicial silencio al respecto. Enfatizó que sobre «esta verdad cristiana de la vida eterna» cayeron «el olvido y el silencio». «El secularismo es sinónimo de temporalismo, de reducir lo real a la sola dimensión terrenal. Significa la eliminación radical del horizonte de la eternidad. Todo esto ha tenido un claro impacto en la fe de los creyentes. En este punto, se ha hecho tímida y reticente. ¿Cuándo hemos escuchado la última predicación sobre la vida eterna?», interpeló.
El cardenal Cantalamessa, al referirse al anuncio de la vida eterna, consideró que ese silencio magisterial tiene consecuencias, «un claro impacto en la fe de los creyentes», dado que «la caída del horizonte de la eternidad tiene sobre la fe cristiana el efecto que tiene la arena arrojada sobre una llama: la sofoca, la apaga». «El deseo natural de vivir siempre, distorsionado, se convierte en deseo, o frenesí, de vivir bien, es decir, placenteramente, incluso a expensas de los demás», precisó, tras indicar que lamentablemente se cambia el anhelo de eternidad por la inmersión en el mundo.
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