Por Jaime Saiz. Breve historia de la astronomía (3)

Como vimos en anteriores artículos, en el antiguo mundo griego ya se conoció que la Tierra tenía forma esférica, cuyo diámetro aproximado calculó Eratóstenes.

A partir de ahí, el saber astronómico de la Antigua Grecia queda plasmado en el sistema geocéntrico, según el cual, tal como fue definido por Ptolomeo en el siglo II d.C., la Tierra es una esfera de tamaño conocido situada en el centro del Universo, que no está sostenida por nada, ni puede caerse, porque en el espacio, que es homogéneo y sin direcciones privilegiadas, no hay ni arriba ni abajo. A su alrededor, en esferas cristalinas e invisibles, giran los siete cuerpos no estelares: la Luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus, Saturno y el Sol, que son los “planetas” visibles a simple vista, y cuyos nombres dieron lugar a los días de la semana. El borde del Universo se consideraba que era el cielo de las estrellas fijas. Se pensaba, en general, que estos astros son inmutables, que están hechos de una materia distinta de la materia terrestre: así como ésta, para los griegos, estaba formada por la combinación de cuatro elementos o esencias -tierra, agua, aire y fuego-, se postulaba una quinta-esencia, de la cual estarían hechos los astros, que serían, pues, distintos, al no tener que sufrir cambio alguno.

El modelo geocéntrico tuvo también sus detractores, como Tales de Mileto, que fue el primer astrónomo en pensar que las estrellas están hechas de fuego y que el Sol es una estrella más, o como Anaxágoras y Demócrito, quienes, en el siglo V a.C., decían que la Vía Láctea, disco brillante que cruza el cielo nocturno, no era otra cosa que una masa de innumerables estrellas apiñadas en racimos, negando la existencia de la cúpula celeste.

El filósofo griego Aristarco, de la Escuela de Alejandría del siglo II a.C., trabajó sobre el sistema geocéntrico, y logró medir con precisión el tamaño de la Luna y su distancia a la Tierra, así como estimar la distancia del Sol a la Tierra en unos 10 millones de kilómetros. Pero también sugirió que el Sol debería estar en el centro del Universo, y que la Tierra, por lo tanto, tendría que situarse entre los planetas. Mas en aquel entonces no se prestó atención a dicha propuesta.

¿Por qué no se aceptó el modelo heliocéntrico? Hay muchos tópicos e ideas equivocadas con respecto al modo de pensar de diversas figuras históricas, como la de decir que la creencia de que la Tierra se encontraba en el centro del Universo era por inercia mental, por la teoría antropocéntrica de que los hombres somos muy importantes. Pero no es así. La razón de decir que la Tierra se encontraba en el centro era solamente científica: si cambiamos de sitio el Sol y la Tierra, poniendo al Sol en el centro, entonces la Tierra va en una órbita circular, variando su posición en millones de kilómetros por el espacio a lo largo del año, lo cual hace pensar que el paisaje de estrellas será distinto cuando estamos en un extremo de la órbita y cuando estamos en el otro, cosa que no se observa; como parece que las estrellas no cambian de posición relativa durante el año, la única respuesta lógica es pensar que la Tierra no se mueve. Esta era la razón científica de que, durante muchos siglos, se creyese que la Tierra estaba en el centro del Universo. No era, pues, una obsesión por la importancia del hombre, sino que el afirmar que la Tierra se movía no estaba de acuerdo con lo que se observaba.

Así pues, aunque tenía algunos detractores, fue la concepción geocéntrica del Universo, en la forma planteada por Ptolomeo, la que logró imponerse. A pesar de los avances de la astronomía griega, mucha gente siguió creyendo a lo largo de los siglos que la Tierra era plana, pero eran aquéllos que no conocían ninguno de los razonamientos científicos, sino que pensaban en términos populares.

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