PARA QUE ESTUVIERAN CON ÉL, PREDICAR EL EVANGELIO Y EXPULSAR DEMONIOS.

Por Mario Ortega.

Mc 3,13-19. Para que estuvieran con Él, predicar el Evangelio y expulsar demonios. Viernes semana 2 TO

En aquel tiempo, Jesús subió al monte, llamó a los que quiso y se fueron con él. E instituyó doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, y que tuvieran autoridad para expulsar a los demonios:

Simón, a quien puso el nombre de Pedro, Santiago el de Zebedeo, y Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso el nombre de Boanerges, es decir, los hijos del trueno, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el de Caná y Judas Iscariote, el que lo entregó.

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Para que estuvieran con Él, predicar el Evangelio y expulsar demonios

  1. El Evangelio recoge hoy la llamada de Jesús a los apóstoles. A cada uno de ellos, llamándolos por su nombre, convocándolos para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar, con autoridad sobre los demonios. Esta voz del Señor que llama resuena a través de los siglos y llega hasta nosotros. Lo único que cambia es el nombre. Ahora pronuncia el nuestro, con el mismo amor y con la misma intención. Nos llama para que estemos con él, enviarnos a predicar y con autoridad para expulsar demonios.
  2. Para que estar con Él. Es lo primero y principal. Sin Él, no podemos nada. Con Él, todo. En él y con Él está nuestro lugar, Él es nuestra fuerza y nuestro descanso a la vez. En la oración y en la Eucaristía es sobre todo donde experimentamos ese estar con Él. 
  3. Enviarnos a predicar. A anunciar el Evangelio. Con nuestra vida diaria y, si podemos también, con nuestra palabra. Según nuestro estado y posibilidades, según los talentos y capacidades que Él mismo nos da. Anunciar a Cristo, ser luz en el mundo.
  4. Y, tercero, no menos importante. Expulsar a los demonios. Sí, eso es, combatir y vencer el mall en cualquiera de sus formas, el Maligno en particular; el pecado destructor de nuestras vidas y nuestro mundo. Estando con Cristo, rugimos ante el demonio. Es verdad que somos como una pequeña cría ante un depredador amenazante que tiene enfrente, pero el rugido al unísono al nuestro, más fuerte, del león que está a nuestro lado y es Cristo, es el que expulsa a los demonios de nuestra vida. 

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