EL NACIMIENTO DE JUAN BAUTISTA.
Por Mario Ortega.
Lc 1, 57-66. El nacimiento de Juan Bautista. 23 diciembre. Feria mayor de Adviento
A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban. A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre. La madre intervino diciendo:
– «¡No! Se va a llamar Juan.»
Le replicaron:
-«Ninguno de tus parientes se llama así.»
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió:
«Juan es su nombre.»
Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo:
– «¿Qué va a ser este niño?»
Porque la mano del Señor estaba con él.
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El nacimiento de Juan Bautista
- San Juan Bautista es realmente uno de los protagonistas del Adviento. Lo fue con su predicación pero también lo fue, de manera preciosa, antes aún de su nacimiento, con ese salto de gozo en el vientre de su madre Isabel cuando es visitada por la Virgen María. Hoy leemos los acontecimientos que rodearon a su nacimiento. Y destaca, entre otras cosas, el mutismo en el que cayó su padre Zacarías cuando dudó del anuncio del embarazo de Isabel. Misterioso silencio impuesto que se acaba en cuanto ponen el nombre de Juan al niño.
- Este silencio de Zacarías contrasta con la locuacidad de María en el Magnificat. Silencio y palabras, palabras y silencio. Palabras para proclamar siempre la grandeza del Señor y silencio (del que también María es maestra y modelo) para escuchar la Palabra de Dios.
- Cuántas veces nos quedamos sin palabras ante el asombro de Dios o la incomprensión de sus planes… Quisiéramos hablar, comunicar con alguien… Y muchas veces no podemos, como Zacarías. No pasa nada. Nuestro silencio orante sí que el Señor lo escucha y sabe interpretar. Mientras dura el silencio, adoremos. Cuando vengan las Palabras, proclamemos y confesemos. Siempre, en el silencio y las palabras, la grandeza del Señor. Dentro de dos días, ante el portal, tendremos que guardar silencio adorador y también hablar y cantar.