Tercera y última meditación de Adviento del predicador de la Casa Pontificia

El padre Roberto Pasolini, nuevo predicador de la Casa Pontificia, animó en Adviento a cruzar el umbral «de la pequeñez»: la clave para acceder al Reino de Dios no es un límite o una carencia, sino una fuerza «humilde y silenciosa» como la de la semilla que, en la oscuridad de la tierra, germina y crece.

Tercera y última meditación de Adviento

El padre Roberto Pasolini, nuevo predicador de la Casa Pontificia, reflexionó que la Navidad del Hijo de Dios, Aquel que en el principio era el Verbo, y que se hace pequeño y frágil como un niño que aún no habla: aquí se encierra la fuerza y la grandeza de la pequeñez, en su tercera y última meditación de Adviento ofrecida a la Curia el viernes 20 de diciembre, en el Aula Pablo VI. El tema elegido para las 3 reflexiones es «Las puertas de la esperanza. Hacia la apertura del Año Santo a través de la profecía de la Navidad».

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Pasolini animó a cruzar el umbral «de la pequeñez»: la clave para acceder al Reino de Dios no es un límite o una carencia, sino una fuerza «humilde y silenciosa» como la de la semilla que, en la oscuridad de la tierra, germina y crece. Para profundizar en este rasgo tan delicado y decisivo de Dios, el padre Pasolini hizo una atenta y nueva relectura de la parábola del Juicio Final, narrada por el evangelista Mateo (25, 31-46).

Abordó el primer significado de la parábola del Juicio Final. «Antes de hacer el bien, es bueno y necesario acordarse de hacerse uno mismo pequeño», consideró. Al acercarse la Navidad y el Jubileo, el padre Pasolini exhortó a «elegir encarnar la pequeñez para compartir la esperanza del Evangelio» en un mundo que parece «hostil o indiferente», pero que en realidad sólo espera encontrar «el rostro misericordioso del Padre en la carne frágil, pero siempre amable, de sus hijos».

«Atravesar la puerta santa del Jubileo con gran sinceridad, sin la preocupación de tener que mostrar un perfil distinto del que la Iglesia supo desarrollar a lo largo de los siglos, puede ser, en efecto, una gran esperanza», sostuvo. Finalizó con una oración por el Año Santo, para que la gracia del Señor transforme a los hombres en «laboriosos cultivadores de las semillas evangélicas», en «espera confiada de los cielos nuevos y de la tierra nueva».

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