LA ORACION EN EL CATECISMO (QUINTO PROGRAMA).
Por Juan María Gallardo.
IV.- La oración de acción de gracias
La acción de gracias caracteriza
la oración de la Iglesia que, al
celebrar la Eucaristía, manifiesta
y se convierte más en lo que ella es.
Presentación de la oración en el Catecismo (Quinto programa)
En efecto, en la obra de salvación,
Cristo libera a la creación del pecado
y de la muerte para consagrarla de
nuevo y devolverla al Padre,
para su gloria.
La acción de gracias de los miembros
del Cuerpo participa de la de su Cabeza.
Al igual que en la oración de petición,
todo acontecimiento y toda necesidad
pueden convertirse en ofrenda
de acción de gracias.
Las cartas de San Pablo comienzan y
terminan frecuentemente con una
acción de gracias, y el Señor Jesús
siempre está presente en ella.
En todo dad gracias, pues esto es lo
que Dios, en Cristo Jesús, quiere de
vosotros (1 Ts 5, 18).
Sed perseverantes en la oración,
velando en ella con acción de gracias
(Col 4, 2).
V. La oración de alabanza
La alabanza es la forma de orar que
reconoce de la manera más directa
que Dios es Dios.
Le canta por El mismo, le da gloria no
por lo que hace sino por lo que Él es.
Participa en la bienaventuranza de los
corazones puros que le aman en la fe
antes de verle en la Gloria.
Mediante ella, el Espíritu se une a
nuestro espíritu para dar testimonio
de que somos hijos de Dios
(cf. Rm 8, 16),
da testimonio del Hijo único
en quien somos adoptados y
por quien glorificamos al Padre.
La alabanza integra las otras formas
de oración y las lleva hacia Aquél
que es su fuente y su término:
un solo Dios, el Padre, del cual
proceden todas las cosas y
por el cual somos nosotros
(1 Co 8, 6).
San Lucas menciona con frecuencia
en su Evangelio la admiración y la
alabanza ante las maravillas de Cristo,
y las subraya también respecto a las
acciones del Espíritu Santo que
son los hechos de los apóstoles :
la comunidad de Jerusalén
(cf Hch 2, 47),
el tullido curado por Pedro y Juan
(cf Hch 3, 9),
la muchedumbre que glorificaba a
Dios por ello (cf Hch 4, 21),
y los gentiles de Pisidia que se
alegraron y se pusieron a glorificar
la Palabra del Señor (Hch 13, 48).
Recitad entre vosotros salmos, himnos
y cánticos inspirados; cantad y
salmodiad en vuestro corazón
al Señor (Ef 5, 19; Col 3, 16).
Como los autores inspirados del NT,
las primeras comunidades cristianas
releen el libro de los Salmos cantando
en él el Misterio de Cristo.
En la novedad del Espíritu, componen
también himnos y cánticos a partir del
acontecimiento inaudito que Dios ha
realizado en su Hijo:
-su encarnación,
-su muerte vencedora de la muerte,
-su resurrección y
-su ascensión a su derecha.
De esta ‘maravilla’ de toda la
Economía de la salvación brota
la doxología, la alabanza a Dios.
La revelación de lo que ha de suceder
pronto, el Apocalipsis, está sostenida
por los cánticos de la liturgia celestial
y también por la intercesión de los
‘testigos’ (mártires: Ap 6, 10).
Los profetas y los santos, todos los
que fueron degollados en la tierra
por dar testimonio de Jesús
(cf Ap 18, 24),
la muchedumbre inmensa de los que,
venidos de la gran tribulación nos
han precedido en el Reino,
cantan la alabanza de gloria
de Aquél que se sienta en
el trono y del Cordero
(cf Ap 19, 1-8).
En comunión con ellos, la Iglesia
terrestre canta también estos
cánticos, en la fe y la prueba.
La fe, en la petición y la intercesión,
espera contra toda esperanza y da
gracias al Padre de las luces de
quien desciende todo don excelente
(St 1, 17).
La fe es así una pura alabanza.
La Eucaristía contiene y expresa
todas las formas de oración: es la
‘ofrenda pura’ de todo el Cuerpo
de Cristo ‘a la gloria de su Nombre’
(Ml 1, 11); es, según las tradiciones
de Oriente y de Occidente,
«el sacrificio de alabanza».
Resumen
El Espíritu Santo que enseña a la Iglesia
y le recuerda todo lo que Jesús dijo,
la educa también en la vida de oración,
suscitando expresiones que se renuevan
dentro de unas formas permanentes
de orar: bendición,
petición,
intercesión,
acción de gracias
y alabanza.
Porque Dios bendice al hombre,
su corazón puede bendecir,
a su vez, a Aquel que es la
fuente de toda bendición.
La oración de petición tiene por
objeto el perdón, la búsqueda del
Reino y cualquier necesidad verdadera.
La oración de intercesión consiste
en una petición en favor de otro.
No conoce fronteras y se extiende
hasta los enemigos.
Toda alegría y toda pena,
todo acontecimiento y
toda necesidad pueden
ser materia de la acción
de gracias que,
participando en
la de GraciasCristo,
debe llenar toda la vida:
«En todo dad gracias»
(1 Ts 5, 18).
La oración de alabanza,
totalmente desinteresada, se
dirige a Dios; canta para Él
y le da gloria no sólo por lo
que ha hecho sino porque él es.
Capítulo segundo: la tradición de la oración
La oración no se reduce al brote
espontáneo de un impulso interior:
para orar es necesario querer orar.
No basta sólo con saber lo que las
Escrituras revelan sobre la oración:
es necesario también
aprender a orar.
Pues bien, por una transmisión viva
(la santa Tradición), el Espíritu Santo,
en la «Iglesia creyente y orante»,
enseña a orar a los hijos de Dios.
La tradición de la oración cristiana es
una de las formas de crecimiento de
la Tradición de la fe, en particular
mediante la contemplación y la
reflexión de los creyentes que
conservan en su corazón
los acontecimientos y
las palabras de la
Economía de la salvación,
y por la penetración profunda
en las realidades espirituales de
las que adquieren experiencia
(cf DV 8).
Artículo 1: las fuentes de la oración
El Espíritu Santo es el ‘agua viva’
que, en el corazón orante, ‘brota
para vida eterna’
(Jn 4, 14).
Él es quien nos enseña a recogerla
en la misma Fuente: Cristo.
Pues bien, en la vida cristiana hay
manantiales donde Cristo nos
espera para darnos a beber
el Espíritu Santo.
La Palabra de Dios
La Iglesia recomienda insistentemente
todos sus fieles… la lectura asidua de la
Escritura para que adquieran ‘la ciencia
suprema de Jesucristo’ (Flp 3,8)…
Recuerden que a la lectura de la Santa
Escritura debe acompañar la oración
para que se realice el diálogo de Dios
con el hombre, pues ‘a Dios hablamos
cuando oramos, a Dios escuchamos
cuando leemos sus palabras’
(San Ambrosio, off. 1, 88)»
(DV 25).
Los Padres espirituales parafraseando
Mt 7, 7, resumen así las disposiciones
del corazón alimentado por la palabra
de Dios en la oración:
«Buscad leyendo, y encontraréis meditando;
llamad orando, y se os abrirá por
la contemplación»
(El Cartujano, PL 184).
La Liturgia de la Iglesia
La misión de Cristo y del
Espíritu Santo que, en la
liturgia sacramental
de la Iglesia,
-anuncia,
-actualiza y
-comunica
-el Misterio de la salvación,
se continúa en el corazón
que ora.
Los Padres espirituales comparan
a veces el corazón a un altar.
La oración interioriza y asimila la
liturgia durante y después de
su celebración.
Incluso cuando la oración se
vive en lo secreto (Mt 6, 6),
siempre es oración de la Iglesia,
comunión con la Trinidad Santísima
(cf IGLH 9).
Las virtudes teologales
Se entra en oración como se entra en la
liturgia: por la puerta estrecha de la fe.
A través de los signos de su presencia,
es el rostro del Señor lo que buscamos
y deseamos, es su palabra lo que
queremos escuchar y guardar.
El Espíritu Santo nos enseña a
celebrar la liturgia esperando el
retorno de Cristo, nos educa
para orar en la esperanza.
Inversamente, la oración de la
Iglesia y la oración personal
alimentan en nosotros
la esperanza.
Los salmos muy particularmente,
con su lenguaje concreto y variado,
nos enseñan a fijar nuestra
esperanza en Dios:
En el Señor puse toda mi esperanza,
Él se inclinó hacia mí y escuchó
mi clamor (Sal 40, 2).
El Dios de la esperanza os colme de
todo gozo y paz en vuestra fe, hasta
rebosar de esperanza por la
fuerza del Espíritu Santo
(Rm 15, 13).
La esperanza no falla, porque el
amor de Dios ha sido derramado
en nuestros corazones por el Espíritu
Santo que nos ha sido dado
(Rm 5, 5).
La oración, formada en la vida
litúrgica, saca todo del amor con
el que somos amados en Cristo
y que nos permite responder
amando como Él nos ha amado.
El amor es la fuente de la oración:
quien saca el agua de ella, alcanza
la cumbre de la oración:
Te amo, Dios mío, y mi único deseo
es amarte hasta el último suspiro de
mi vida.
Te amo, Dios mío infinitamente
amable, y prefiero morir amándote
a vivir sin amarte.
Te amo, Señor, y la única gracia
que te pido es amarte eternamente…
Dios mío, si mi lengua no puede
decir en todos los momentos que
te amo, quiero que mi corazón te
lo repita cada vez que respiro
(Juan María Bautista Vianney,
oración).
LA ORACION EN EL CATECISMO (QUINTO PROGRAMA).