NO QUEDARÁ PIEDRA SOBRE PIEDRA.

Por Mario Ortega.

Lc 21, 5-11. No quedará piedra sobre piedra. Martes de la semana 34 del TO

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo:

-Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.

Ellos le preguntaron:

-Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?

El contestó:

-Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mí nombre, diciendo: «Yo soy», o bien «el momento está cerca»; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá enseguida.

Luego les dijo:

-Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre.

Habrá también espantos y grandes signos en el cielo.

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  1. El templo de Jerusalén en tiempos de Jesús, habiendo sido reconstruido por el Rey Herodes, era un lugar grandioso, ante el que todos se admiraban, por su belleza, calidad de la piedra y exvotos, como nos cuenta hoy San Lucas. Es la imagen del hombre que se admira de la grandeza de las obras que él mismo construye, y se ensoberbece por ello, olvidando que las verdaderas obras grandes son las de Dios.
  2. Todos tenemos esa tentación, más si cabe en nuestros días, ante las grandes construcciones humanas: se ha construido el mayor rascacielos, el más grande centro comercial o centro de ocio, que son las grandes “catedrales” (entre comillas) de nuestro tiempo. Éste va a ser el más maravilloso estadio deportivo de todos los tiempos… Siempre lo mismo, el hombre admirándose de su misma obra… Jesús contempla esta actitud en quienes admiraban así el templo de Jerusalén. Y les advierte: “Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.” No es que Jesús quiera menospreciar las grandes y bellas obras humanas, fruto del talento y la inteligencia que Dios mismo ha dado al hombre.
  3. Pero sí que quiere que las pongamos en el penúltimo lugar de nuestra admiración, no en el último y principal, que debe ser sólo Dios. Que todo lo humano nos remita a Dios. Yo, por ejemplo, cuando veo (que me encanta) la construcción de grandes edificios y veo allí encaramados a los obreros, de los que no que no conocemos ni cómo se llaman ni quiénes son, me gusta pensar: esa persona es una obra mucho más grande, infinitamente más grande, que el edificio que está construyendo. Cada uno de nosotros es una obra maestra de Dios.

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