UNA PECADORA LE LAVÓ LOS PIES CON SUS LÁGRIMAS.

Por Mario Ortega.

Lucas 7, 36-50. Una pecadora le lavó los pies con sus lágrimas. Jueves semana XXIV del TO

En aquel tiempo, un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa. Una mujer de mala vida en aquella ciudad, cuando supo que Jesús iba a comer ese día en casa del fariseo, tomó consigo un frasco de alabastro con perfume, fue y se puso detrás de Jesús, y comenzó a llorar, y con sus lágrimas bañaba sus pies; los enjugó con su cabellera, los besó y los ungió con el perfume.
Viendo esto, el fariseo que lo había invitado comenzó a pensar: «Si este hombre fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que lo está tocando; sabría que es una pecadora».
Entonces Jesús le dijo: «Simón, tengo algo que decirte» . El fariseo contestó: «Dímelo, Maestro». Él le dijo: «Dos hombres le debían dinero a un prestamista. Uno le debía quinientos denarios, y el otro, cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos. ¿Cuál de ellos lo amará más?». Simón le respondió: «Supongo que aquel a quien le perdonó más».
Entonces Jesús le dijo: «Has juzgado bien». Luego, señalando a la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella me los ha bañado con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de saludo; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besar mis pies. Tú no ungiste con aceite mi cabeza; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por lo cual, yo te digo: sus pecados, que son muchos, le han quedado perdonados, porque ha amado mucho. En cambio, al que poco se le perdona, poco ama». Luego le dijo a la mujer: «Tus pecados te han quedado perdonados».
Los invitados empezaron a preguntarse a sí mismos: «¿Quién es éste que hasta los pecados perdona?». Jesús le dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado; vete en paz».

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JESÚS SÓLO ESTÁ OCUPADO CONTIGO

1. Cuando Jesús fue invitado a casa de Simón el Fariseo, una mujer pecadora pública se presentó ante él, consiguiendo burlar a los guardias y criados que vigilaban el ingreso a la casa. Llorando sus pecados y la situación en la que se encontraba, se echó a los pies de Jesús, los lavó con sus lágrimas, y los secó con sus cabellos, ungiéndolos con perfume.

2. Este gesto fue contemplado por muchos allí, que enseguida juzgaron mal de la mujer y del mismo Jesús, concluyendo que si fuera verdadero profeta habría sabido la clase de mujer que era aquella. Y claro que lo sabía, y por eso precisamente la acoge y perdona. Por eso, esta mujer pecadora no tiene que esperar a que Jesús se desocupe. La ocupación de Jesús en ese momento era ella. La ocupación y la preocupación de Jesús somos siempre cada uno de nosotros, que podemos acudir a Él en cualquier momento. Él nos espera con los brazos abiertos.

3. Poniendo sobre nuestras mejillas sus manos y secándonos las lágrimas con sus dedos pulgares, como a la mujer del Evangelio de hoy, nos dice también tus pecados te han quedado perdonados. No debemos hacer cola, ni esperar a que Jesús se libere de otras ocupaciones. Él está ocupado sólo contigo.

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