VINO JUAN EL BAUTISTA, VIENE EL HIJO DEL HOMBRE.

Por Mario Ortega.

Lc 7, 31-35. Vino Juan el Bautista, viene el Hijo del hombre. Miércoles semana 24 del TO

En aquel tiempo, dijo el Señor:
«¿A quién, pues, compararé los hombres de esta generación? ¿A quién son semejantes?
Se asemejan a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros aquello de: ‘Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos entonado lamentaciones, y no habéis llorado’.
Porque vino Juan el Bautista, que ni come pan ni bebe vino, y decís: ‘Tiene un demonio’; vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: ‘Mirad qué hombre más comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores’.
Sin embargo, todos los hijos de la sabiduría le han dado la razón».

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  1. Nunca llueve a gusto de todos, dice el refrán popular. Y parece que es lo que indica Jesús en el Evangelio de hoy cuando, tratando de describir la actitud de los hombres, advierte que vino Juan el Bautista, practicando el ayuno y la penitencia, y fue rechazado. Ahora viene Él, que participa de las alegrías humanas y ofreciendo a través de ese trato cercano el perdón y la reconciliación y también es descalificado. No, no es simplemente que nunca llueve a gusto de todos, que es verdad. Es algo más profundo. Es el rechazo de Dios cuando hay soberbia y cerrazón a la gracia.
  2. Porque Dios nos ofrece un tiempo positivo para todo: el tiempo de la penitencia y el ayuno, para vencer nuestros egoísmos y materialismos y el tiempo de gozar desde la caridad y la alegría del Evangelio de todas las realidades más humanas con celebraciones festivas. La penitencia y también el sano gozo son los hilos que han de tejer la vida del cristiano. No para quedarnos en la penitencia o en el gozo, sino para que una y otro nos lleven a Dios, que es nuestra verdadera meta.
  3. Somos muy dados a los extremos y el Señor quiere que sólo seamos extremos en el amor. Amar hasta el extremo, sin identificarnos solamente con una vida penitente o con una vida despreocupada y ocupada sólo en fiestas. Se trata de la misma vida la que recorremos estando en este mundo, que camina entre dolores y gozos, con la mirada puesta sólo en Jesús, muerto y resucitado, que es el que nos coloca siempre en el lugar justo y el que nos sostiene en todo momento. Amar a Dios y al prójimo en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, como se prometen los esposos. Ese es el camino de la santidad. Amar en toda circunstancia.

VINO JUAN EL BAUTISTA, VIENE EL HIJO DEL HOMBRE.

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