SI NO OS CONVERTÍS HACIÉNDOOS COMO UN NIÑO…

Por Mario Ortega.

Mt 18, 1-5.10.12-14. Si no os convertís haciéndoos como un niño… Martes semana 19 del TO

En aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?».

Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: «En verdad os digo que, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial.

¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en los montes y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. Igualmente, no es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños».

Si no os convertís haciéndoos como un niño…

1. En el Evangelio de hoy, Jesús declara la infancia espiritual como medio necesario para alcanzar el Reino de los cielos. Si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Es decir, que convertirse y ser santo consiste en un camino de retorno a la sencillez de la infancia. Esto es algo difícil. No es ser santo lo difícil; ser santo es sencillo; lo difícil es ser sencillo.

2. Porque el camino del pecado nos ha llevado a una excesiva complicación y preocupaciones: la ambición del querer más o conservar lo que poseemos, el deseo imperioso de tener razón o querer quedar por encima de los otros, la envidia, la mentira que todo lo enreda, la vanidad… Todo esto es complicarnos la vida. Y no paramos de complicarla; lo hacemos aun sin querer. Por eso, la conversión es deshacer todo ese embrollo reconquistando la sencillez propia de un niño que no mira tanto por esas preocupaciones propias de adultos. Una sencillez que se muestra en la confianza en sus padres y que sueña con cosas bellas, que tiene como habitual la risa y la sonrisa, que se ilusiona por los planes futuros y ese es el motor de su vida.

3. La imitación espiritual de esa infancia es, sin duda, el camino del buen cristiano: Confianza en Dios, sueños de hacer el bien, de un mundo de hermanos, de sonrisa que exprese la paz del corazón, de ilusión por los proyectos de Dios en mi vida, aunque parezcan difíciles, imposibles… Para Dios no hay nada imposible. Pero esto sólo lo cree y vive quien se hace sencillo y humilde, como un niño.

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