DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ: CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE (37).
Continuación de Diálogo vivo con san Juan de la Cruz: Conversaciones subiendo al monte (36).
Por Silvio Pereira.
37. Los gozos por bienes sensuales, daños y remedios
«Porque guardando las puertas del alma, que son los sentidos, mucho se guarda y aumenta la tranquilidad y pureza de ella» (SMC L3, Cap. 23,3).
Mientras nos enseñabas acerca de los bienes naturales, Fray Juan, deslizaste esta frase que tan bien nos introduce en este apartado. Recuerdas así una clásica enseñanza de la antigüedad cristiana en materia de espiritualidad. Los sentidos corporales son como puertas y ventanas de la casa del alma. Y es prudente vigilar siempre sobre estas aberturas qué ingresa y qué multiplicidad de estímulos interiores desencadenarán estas impresiones. No se trata de cerrarse al mundo circundante sino de discriminar con prudencia evangélica cuanto empapa los sentidos y da lugar a procesos interiores.
«Por bienes sensuales entendemos aquí todo aquello que en esta vida puede caer en el sentido de la vista, del oído, del olfato, gusto y tacto, y de la fábrica interior del discurso imaginario, que todo pertenece a los sentidos corporales, interiores y exteriores» (SMC L3, Cap. 24,1).
«Y es aquí de notar que los sentidos pueden recibir gusto o deleite, o de parte del espíritu, mediante alguna comunicación que recibe de Dios interiormente, o de parte de las cosas exteriores comunicadas a los sentidos. Y, según lo dicho, ni por vía del espíritu ni por la del sentido puede conocer a Dios la parte sensitiva; porque, no teniendo ella habilidad que llegue a tanto, recibe lo espiritual sensitiva y sensualmente, y no más. De donde para la voluntad en gozarse del gusto causado de alguna de estas aprehensiones sería vanidad» (SMC L3, Cap. 24,3).
La sensualidad en cuanto referida a los sentidos no es de por sí mala o buena. Puede ser impresionada por la realidad exterior e interiormente comenzar procesos que dependen de factores diversos como por ejemplo la personalidad o características psicológicas del individuo, en términos de espiritualidad, el natural o naturaleza. Como también puede recibir el influjo de la Gracia, del Espíritu de Dios como lamentablemente del Adversario y Padre de la Mentira.
Obviamente no todo lo que se experimenta a nivel sensual es gozoso, puede ser muy sufrido o incluso incierto. Pero aquí revisamos contigo, Fray Juan, el valor que hay que adjudicarle a los gozos sensitivos. Tu posición y la de todo tu anclaje filosófico y teológico no le da a la sensualidad mayor mérito sino su propia participación en el proceso de conocimiento. No parece pues demasiado valioso, sino inicial, lo que se percibe y comprende sensitivamente y ya que no puede llegar a Dios de un modo relevante consideras que será vanidoso quedarse en ella.
La antropología que subyace a tus escritos es muy distinta a la de mis contemporáneos. A nivel práctico la sensualidad ha sido elevada y reina. Las cosas valen en cuanto podamos sentirlas y resulten sensualmente confortables. Pero tú ya habías previsto en tu época esta mentalidad.
«Dije con advertencia: que si parase el gozo en algo de lo dicho, sería vanidad, porque cuando no para en eso, sino que, luego que siente la voluntad el gusto de lo que oye, ve y trata, se levanta a gozar en Dios y le es motivo y fuerza para eso, muy bueno es. Y entonces no sólo no se han de evitar las tales mociones cuando causan esta devoción y oración, mas se pueden aprovechar de ellas, y aun deben, para tan santo ejercicio; porque hay almas que se mueven mucho en Dios por los objetos sensibles. Pero ha de haber mucho recato en esto, mirando los efectos que de ahí sacan; porque muchas veces muchos espirituales usan de las dichas recreaciones de sentidos con pretexto de oración y de darse a Dios, y es de manera que más se puede llamar recreación que oración y darse gusto a sí mismos más que a Dios; y la intención que tienen es para Dios, y el efecto que sacan es para la recreación sensitiva, en que sacan más flaqueza de imperfección que avivar la voluntad y entregarla a Dios» (SMC L3, Cap. 24,4).
Tus tiempos se hallan marcados por la búsqueda de la «devoción», de un ejercicio piadoso y cálido de la religiosidad que involucre a los afectos, una experiencia fervorosa. Y tú consideras que es un bien cuando este recurso a lo sensible nos ayuda a más buscar a Dios y nos impulsa a ser elevados a su Presencia. Pero también consideras un mal quedarnos o detenernos en la sensualidad buscando más un disfrute emotivo que una real entrega de la voluntad a Dios. Cuando estas recreaciones sensitivas, que podrían ser como una palanca y trampolín para la oración profunda, se absolutizan y de medio pasan a ser fin, tenemos un problema. Se buscarán casi adictivamente estas consolaciones en este nivel, la persona hará de la oración una búsqueda de experiencias confortables y no habrá crecimiento en la vida espiritual ni en la entrega de sí misma a Dios.
Y cuanto percibiste inicialmente, Fray Juan, en tu época ―la llamada «devotio moderna»―, se ha magnificado en nuestros días. Aquel movimiento planteaba una reforma de la espiritualidad volviendo al corazón y al deseo en la tónica agustina, generando unas prácticas religiosas simples y fervorosas, una «fe viva» que confrontara con el frío racionalismo especulativo en el que había devenido el escolasticismo. Hoy yo percibo que se ha incrementado esta corriente con sus potencialidades y peligros. Me permito ejemplificar.
Por un lado, se han desarrollado retiros o ejercicios espirituales «de impacto o de diseño» que buscan que los participantes sean «movidos o movilizados». A veces el uso de algunas estrategias puede estar cerca de la manipulación afectiva. Pero aunque se usen correctamente y con responsabilidad, la intención y el discernimiento suele pasar por lo que se sintió. «¿Lloraron? ¿Alguien se quebrantó? ¿Sintieron como un fuego en su cuerpo? ¿Se produjo algún fenómeno que les pareciese extraordinario y novedoso?» En este estilo de retiros suele darse importancia a los «testimonios» que habitualmente se exponen en lenguaje sensitivo y anímico.
No digo que estén totalmente mal, de hecho se realizan en toda la Iglesia y en diversos movimientos ―hasta yo mismo he predicado este tipo de ejercitaciones aunque siempre en el marco de un proyecto y proceso de maduración discipular, casi como una escuela de espiritualidad―. De hecho el hombre de hoy llega tan ignorante, anestesiado o cerrado a la experiencia religiosa que son necesarios estos recursos. Pero aclaro que no es bueno quedarse en este nivel inicial. Debe ser un trampolín o impulso para ir más allá. Advierto que muchas veces después de este tipo de retiros no se cuida el proceso posterior o se desarrolla una serie de instancias que quieren volver a poner en vigencia aquella experiencia afectiva del pasado. Se produce así una suerte de adicción emocionalista a experiencias consoladoras. Siempre hay que estar «arriba» y no decaer. Ya no hay lugar para la crisis y cuando sobreviene se la resuelve inyectando más «recreación sensitiva». Pero sin permitir que las personas pasen por la fragua del desierto y de la noche, acompañándolas en su maduración tantas veces dolorosa. Sin dejarles que pasen una y otra vez por la Cruz, no les estamos haciendo bien alguno sino deteniéndolas y no posibilitándoles avanzar.
Por otro lado, el auge de la corriente carismática en la catolicidad ―el acercamiento al evangelismo― también encuentra aquí su debilidad. Porque es innegable que su gran potencia es ayudar a las personas a establecer una relación y trato cercano con Dios. Más inclinada a lo espontáneo que a las formulaciones, centrada en los procesos vitales concretos, la corriente carismática pone al orante como «en un tú a Tú» frente al Señor. Insiste constantemente en la animación y conducción del Espíritu Santo al que hay que aprender a abandonarse confiándose a su acción. Claro que es central también el discernimiento del paso del Espíritu. Pero justamente aquí se topa con su debilidad: la lectura de la presencia del Espíritu Santo ha quedado fijada en la manifestación exterior y sensitiva de algunos dones y carismas. Es infantil la excesiva valoración del don de lenguas. Y a veces pertinaz el esfuerzo en buscar lo extraordinario que se manifiesta corporal, sensitiva y anímicamente. Aunque siempre hay apertura a reconocer que los dones y carismas del Espíritu son variados y sorprendentes y que hay que discernirlos y aprender a ejercitarlos, un muro parece levantarse delante impidiendo crecer más. La corriente carismática pone su vivacidad en fenómenos y le cuesta tanto integrar el horizonte del silencio y de la quietud contemplativa.
«El espiritual, en cualquiera gusto que de parte del sentido se le ofreciere, ―debe― aprovecharse de él sólo para Dios, levantando a él el gozo del alma para que su gozo sea útil y provechoso y perfecto, advirtiendo que todo gozo que no es en negación y aniquilación de otro cualquiera gozo, aunque sea de cosa al parecer muy levantada, es vano y sin provecho y estorba para la unión de la voluntad en Dios» (SMC L3, Cap. 24,7).
DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ: CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE (37).
El Padre Silvio Dante Pereira Carro es también autor del blog Manantial de Contemplación. Escritos espirituales y florecillas de oración personal y tiene el canal de YouTube @silviodantepereiracarro.
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