DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ: CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE (14).
Continuación de Diálogo vivo con san Juan de la Cruz: Conversaciones subiendo al monte (13).
Por Silvio Pereira.
14. Cuando comienza la quietud
Estimado hermano y maestro, Fray Juan, a menudo me pregunto si el hombre de esta época agitado hasta la vorágine y el colapso, hiper-estimulado hasta la enajenación de sí, pragmático productivista sin horizontes de gratuidad y sumergido en una poderosa corriente de activismo intensamente sostenido y casi sin sosiego, tendrá alguna chance de acercarse a las orillas de la contemplación. Una tal posibilidad ya me parecería milagrosa.
Pero de hecho, ya sea por estar asqueado de aquella vida, o porque Dios ha tocado misteriosamente su interior, la vida contemplativa subsiste. Y la quietud infusa, esa silenciosa y suave noticia de tu Presencia nueva, sigue irrumpiendo en las almas. Aunque claro no es habitualmente un episodio disruptivo y sin antecedentes, sino como el descenso hacia el piso de una honda caverna que se ha excavado en un proceso de aquietamiento y silenciamiento interior, a menudo largo y trabajoso, poblado de resequedades y combates por la permanencia.
Pues la primera reacción a la quietud que llega es el rechazo. Porque aquí ya la inteligencia no puede tener la cosa en su mano y lo que empieza a despuntar es para ella ignoto, la voluntad más que adherir se resiste y busca producir algo de cuanto conoce, volver a repetir lo espiritualmente acostumbrado.
«…es lástima ver que hay muchos que, queriéndose su alma estar en esta paz y descanso de quietud interior, donde se llena de paz y refección de Dios, ellos la desasosiegan y sacan afuera a lo más exterior, y la quieren hacer volver a que ande lo andado sin propósito, y que deje el termino y fin en que ya reposa por los medios que encaminaban a él, que son las consideraciones. Lo cual no acaece sin gran desgana y repugnancia del alma, que se quisiera estar en aquella paz, que no entiende, como en su propio puesto» (SMC L2, Cap. 12,7).
Para poder acoger la quietud que Dios da, habrá que estar asentada en el alma la práctica de abandonarse en Él. Solo un orante que ha crecido en docilidad al Espíritu podrá lanzarse a este don de la quietud. Se trata de uno que ha perseverado en el desierto y que ya ha empezado a vivir con fe de convicción. Cuando el Señor se calló —a veces por extenso tiempo—, este creyente no huyó. El silencio de Dios no lo ha hecho desertar, sino perseverar y aguardar más puramente en Él. No ha permanecido sentado inmóvil en el desierto porque buscase respuestas rápidas y soluciones puntuales; ha pervivido expectante pues buscaba a Alguien sobre el cual no podía disponer a no ser que gratuitamente se le ofreciera.
Es verdad Fray Juan, que hemos visto tantas veces frustrarse la gracia. Personas convocadas a la profundidad escondida que no logran abandonarse a Dios que claramente está más allá de todos nuestros parámetros. Temen perderse a sí mismas si se dejan en sus manos. No permiten que sus afectos y pensamientos sean superados y conducidos a niveles sobrenaturales. No han aceptado aún que para ganarse hay que perderse. Imposible enteramente ser alcanzado y permanecer en quietud contemplativa quien no ha resuelto la entrega de la propia vida. Sin la decisión de entregarse a Dios sin reservas no hay camino por delante. Uno se queda en primeros tiempos, repitiendo preparaciones que al paso de los días saben a hastío de lo mismo que nunca crece. La vida de fe se apaga pues tiene techo bajo y poco volumen de oxígeno que alimente el fuego.
Y seguramente tú también has visto a tantos burdos y precarios maestros de espíritu. Atosigan las almas llenándolas de devociones y multiplicando ejercicios piadosos. Como ellos mismos no han alcanzado profundidad de amor y unión con Dios, si alguien comienza a vivir quietud le dicen que es demoníaco o que debe volver a la obediencia de aquellas otras prácticas seguras. Y ciertamente no ayudan a nadie a buscar hondura de alma sino a ejercitar una espiritualidad superficial y pragmática. Porque en lugar de permitir a las almas que vayan tras el único Maestro que es Dios, quien las conduce por su Espíritu, pretenden ser directores ellos y tener sujetos a quienes animan como si fuesen de su propiedad, reteniéndolos en los confines de su pobre experiencia.
Pero volviendo a aquellos a quienes Dios comienza a darles quietud, ¿qué consejo podríamos darles?
«A estos tales se les ha de decir que aprendan a estarse con atención y advertencia amorosa en Dios en aquella quietud, y que no se den nada por la imaginación ni por la obra de ella, pues aquí, como decimos, descansan las potencias y no obran activamente, sino pasivamente, recibiendo lo que Dios obra en ellas. Y si algunas veces obran, no es con fuerza ni muy procurado discurso, sino con suavidad de amor; más movidas de Dios que de la misma habilidad del alma…» (SMC L2, Cap. 12,8)
Es tan nuevo lo que Dios puede ofrecer. Como cuando el Señor hizo silencio, el orante aprendió a perseverar en el desierto, ahora que se acerca de un modo enteramente inesperado debe dejarlo arribar y desenvolver el lenguaje del misterio. Seguramente junto a la quietud comenzará a aparecer escondida certeza de amor que afirma que se trata de Dios y de su modo propio. No tardará tanto el Amado en hacer madurar esta quietud y el sentido interior que siembra de su Presencia enlazante en amor. Espera, no te agites, no te inquietes, espera oh alma en tu Señor.
*Grabado del XVII de San Juan de la Cruz (ofrecido por el profesor D. Vicente Bécares Botas, Universidad de Salamanca). Cervantes Virtual.
DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ: CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE (14).
El Padre Silvio Dante Pereira Carro es también autor del blog Manantial de Contemplación. Escritos espirituales y florecillas de oración personal y tiene el canal de YouTube @silviodantepereiracarro.