Por Lenin de Janon Quevedo. El médico nunca es moralmente estéril

En el debate bioético contemporáneo hay voces que postulan que el médico no tiene permitido actuar bajo la influencia de sus valores y creencias individuales. Por un lado se pretende que el profesional posea cierta esterilidad valorativa a fin de evitar la interferencia de principios que rigen su vida privada. Por otro se le exige que aplique exclusivamente valores profesionales derivados de principios ponderados por el consenso social y expresados como obligaciones legales. Incluso se afirma que, por más conflictivo que sea un acto para su conciencia, el médico no puede objetarlo si tal objeción impide el ejercicio del derecho de un tercero, como es el paciente.

Esta perspectiva se argumenta sobre el pluralismo moral, conforme el cual, el enfermo no puede ser tratado según los principios morales o creencias religiosas del profesional porque estas no son universales. Sin embargo, el médico sí debiera obedecer irrestrictamente la voluntad del paciente puesto que así lo marca la ley en virtud del derecho que tiene el enfermo (o usuario del sistema de salud) a ser respetado como ente autónomo. Y si los médicos no estuviesen dispuestos a aceptar tales condiciones simplemente no deberían ser médicos.

Me acuerdo que alguna vez tuve un paciente de 25 años que, con plena lucidez y consciencia de los riesgos, expresaba no querer operarse por una apendicitis. Para el caso llegué a cuestionarme si cometía un error al no limitarme a cumplir su decisión, sino más bien dudar, sospechar y hasta opinar sobre tal determinación. En hora buena aceptó la cirugía luego de más de una conversación. Pero responder los cuestionamientos y resolver esta situación hubiese sido imposible sin contar con una escala de valores personales.

Primero porque se trataba de lo bueno o lo malo de mis acciones y estas son categorías éticas. Segundo porque era cuestión de esperar a que el paciente procesara el consentimiento de una cirugía: recurso que la medicina le ofrecía para proteger su vida. Ciertamente nadie puede obligar a otro a cuidar responsablemente de su salud, pero si yo no le proponía el recurso, ni me tomaba un tiempo para explicar sus beneficios, hubiera incumplido con mi deber profesional de postergar toda muerte prematura en la medida que sea factible. Además, mi análisis descartó, por indebidas, dos maneras posibles de lograr el consentimiento: la mentira y la coacción. En su lugar decidí optar por la persuasión.

Valorar las acciones según su bondad, pensar en el deber profesional, ser paciente respetando al enfermo y sus tiempos, optar por persuadir rechazando la mentira y la violencia implícita en la imposición, entre otros, son valores que porta la persona del médico que es desde donde provienen sus actos. Se tratan de virtudes humanas que no deben ser confundidas con creencias religiosas, independientemente del hecho que las grandes religiones del mundo contemplen enseñanzas morales al igual que hacen con otros aspectos de la condición humana. Persona humana y médico no pueden desdoblarse porque no son sujetos distintos. El ser médico es la manera como muchas personas hemos encontrado un sentido a la existencia dentro de la comunidad y de cara a lo Trascendente. Y el sentido de la vida no es cuestión de leyes.

Las leyes civiles, en tanto expresan un aspecto de la vida social, podrán incentivar la presencia o penar la ausencia de valores, pero no podrán convertir en lo contrario al autoritario, irrespetuoso, mentiroso o incompasivo. Un individuo así poseía tales características mucho antes de convertirse en profesional. Si como persona no respeta la ley, como profesional buscará la manera de violarla al menor costo posible; esto es, procurando la menor sanción. La sabiduría popular nos recuerda que “hecha la ley, hecha la trampa”.

Finalmente vale apuntar que quienes sostienen la no interferencia de valores personales, conciben la relación médico-paciente como una consultoría técnica, donde el médico solo informa y aconseja, pero no participa de la toma de decisiones. El asesoramiento o la consultoría se inspiran en la lógica de contratación de servicios, donde el contratante (enfermo, paciente o usuario) siempre tendrá la razón. Lejos están de la idea donde médico y paciente construyen una camaradería como la de dos compañeros de camino que comparten un momento de sus vidas, y como pares, son corresponsables morales de toda decisión.

Veo posible preservar la asepsia bacteriana, pero imposible sostener la incongruencia de la esterilidad moral.

 

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

Beauchamps, T., Childress, J., Principles of Biomedical Ethics, New York, Oxford Press, 2009, p. 5-12.

Emanuel, E., Emanuel, L., “Four models of the physician-patient relationship”, JAMA, 267, 16 (1992), p.2221-2226.

3.Lain Entralgo, P., La relacin mdico-enfermo, Revista de Occidente (1964), p. 15-26.

Savelescu, J., “Conscientious objection in medicine”, BMJ, 332 (2006), p. 294-297.

Savelescu, J., Schuklenk, U., “Doctors have no right to refuse medical assistance in dying, abortion or contraception”, Bioethics (2016), doi: 10.1111/bioe.12288.

 

@ldejanon_qv 

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