NO HAY FELICIDAD EN EL EGOÍSTA.
Por Rubén Revello.
María visita a su prima santa Isabel
En la basílica de la Visitación, en un altar lateral, hay una estrella de plata que dice: «aquí se encarnó el precursor», se encarnó Juan el Bautista, el lugar del nacimiento en Juan el Bautista. Cerca de ahí, a unos metros, se describe el encuentro de María y su prima santa Isabel.
¿Por qué vivía cerca de Jerusalén? Porque recuerden que su esposo era sacerdote, era levita el esposo de Isabel y tenía que cumplir acciones en el templo. Por eso, no podía vivir muy lejos, 3 o 4 km, el tiempo que uno podía hacer en una caminata a la mañana, muy cerquita de Jerusalén. Ahí se van a encontrar estas dos mujeres. Cada una portando dentro suyo un misterio de parte de Dios. En el caso de Isabel, el hijo que ya había pedido tanto tiempo, el hijo que ya pensó que no iba a llegar nunca y que de pronto llega para alegrarle la vida. También para preocuparla, es una mujer bastante mayor. Tanto es así que el ángel le dice: «Las cosas no son imposibles. Tu prima ya entrada en años ha quedado embarazada». O sea, la misma escritura nos advierte que era una mujer mayor para la época. Y mayor significaba mucho porque acuérdense que la expectativa de vida era mucho más corta que actualmente, y acuérdese también que las mujeres seguían dando a luz durante mucho tiempo. El hecho de que se señale que era una mujer mayor quiere decir que era bastante mayor.
María está atenta a las necesidades de su prima
María tiene una actitud particular y es que no se detiene en lo que le pasa a ella, sino que antepone la necesidad de su prima. Uno a veces queda encerrado en su propio misterio, encerrado en sus preocupaciones, encerrado en sus propias prioridades, pero María tiene la habilidad de priorizar al otro.
Miren qué distinto sería el mundo si lográsemos no ser tanto el eje de la existencia y poner al otro en el centro. Tener esa capacidad de estar atento a lo que el otro necesita. Esto las madres lo desarrollan con una capacidad sorprendente. Yo les he contado. Mamá ya de viejita un poco menos porque le costaba a levantarse no estaba tan ágil, pero durante toda la vida teníamos que atarla para que no se levante a hacer cosas porque se anticipaba a la necesidad. Ella estaba inquieta en la mesa viendo qué necesitábamos nosotros, o en los vecinos también. Esta actitud tan materna de anteponer al otro respecto de uno mismo.
No hay paz en el que solo piensa en sí mismo
Y por otro lado una actitud tan humanizante. Lo que nos hace humanos es la capacidad de ponernos en el lugar del otro y anticiparnos a su necesidad. María muestra esto. María muestra esta capacidad de pensar en lo que el otro necesita y darle prioridad respecto de la propia vida.
Constantemente escucho personas, y no lo digo en un mal sentido lo digo lamentándome, que sufren porque hacen de sus pequeños mundos el universo. Tienen un mundo chiquitito así y este mundito para ellos es como si fuese la totalidad de la existencia. Uno tiene que tener la capacidad de salirse del cerco. Tener la capacidad de tener una mirada a largo plazo. Para eso tiene que tener un corazón generoso.
El que es mezquino, el que no confía en sí mismo, el que desconfía de los demás, no puede sino preservarse de todo daño. ¿Y saben qué? El peor daño es perder la libertad, el peor daño es perder la felicidad. Y la felicidad, el amor y la paz solo la obtenemos en la medida en que compartimos. No hay felicidad en el egoísta, no hay alegría en el avaro. No hay paz en el que solo piensa en sí mismo.
NO HAY FELICIDAD EN EL EGOÍSTA.