El cardenal Luis Héctor Villalba preside la celebración del Señor de la Salud en Tucumán, el miércoles 10 de noviembre, con una Misa en la basílica Nuestra Señora de la Merced y una procesión. El pueblo tucumano celebró como cada 10 de noviembre esta histórica devoción en agradecimiento al Señor de la Salud «por salvarlos de la peste del cólera» en 1886 y 1887. El Señor de la Salud, protector contra toda enfermedad corporal y espiritual, es una de las devociones más antiguas del Norte Grande de Argentina. Un Cristo crucificado, adquirido por la Orden mercedaria y traído desde Potosí en 1754, es actualmente custodiado en la basílica tucumana en uno de sus altares laterales.
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«La compasión de Jesús hacia los enfermos y sus numerosas curaciones son un signo de que el Señor es médico. Así, Él dijo en el Evangelio de Marcos: No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Así como Jesús le dedicó un largo tiempo a anunciar el Evangelio, también le dedicó un largo tiempo a curar a los enfermos. Y, de los 7 sacramentos que nos dejó, uno es la Unción de los Enfermos, y está destinado a confortar a los atribulados por la enfermedad», precisó el cardenal Villalba, que preside la celebración. El purpurado reflexionó que «Jesús es médico del cuerpo y de las almas, nos da la salud física y la salud espiritual», tras reiterar que «Jesucristo es nuestro único salvador; Jesús muere en la cruz para alcanzarnos el perdón de los pecados, para darnos la salvación».
San Miguel de Tucumán fue acechada entre noviembre de 1886 y febrero de 1887 por una de las peores epidemias que vivió Argentina. El cólera mató a 6.000 personas, un tercio de la población de la ciudad, tal como precisó ‘AICA’. Frente a esta situación, Tucumán pidió al Señor de la Salud por los enfermos y necesitados. El párroco Luis Alfaro hizo sacar en procesión la imagen del crucificado Señor de la Salud, para rogar el cese del cólera y al poco tiempo, la epidemia frenó milagrosamente su expansión. En 1888, el doctor Luis Aráoz y su esposa, Carmen Reto, donaron la aureola que rodea y corona la imagen del Señor. También fueron ornamentados los extremos de la cruz con unas punteras de plata y cubiertas con piedra amatista las cabezas de los clavos, en manos y pies del Cristo.
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