SAN ANTONIO DE PADUA, SACERDOTE Y DOCTOR DE LA IGLESIA.
Por David Saiz.
Este simpático santo nació en Lisboa, Portugal, en 1195. Se llamaba Fernando.
El combate por la pureza. Agustino y franciscano
Desde niño se consagró a la Santísima Virgen y a Ella encomendaba su pureza. Surio dice que visitaba al Santísimo Sacramento en muchas iglesias y que era sumamente compasivo con los pobres.
En la adolescencia fue atacado duramente por las pasiones sensuales pero no se dejó vencer y con la ayuda de Dios las dominó. Esta crisis de la juventud que para otros es el principio de la vida de pecado, fue para él la ocasión de buscarse un modo de vivir que lo preservara y así se fue a vivir a un monasterio agustino a los 17 años y dicen sus antiguos biógrafos que ya en aquellos años llegó a un altísimo grado de santidad.
Pronto trabó amistad con un grupo de franciscanos y quiso imitar a san Francisco de Asís. Para ello: cuando llegaron a Portugal los restos de los primeros mártires franciscanos de Marruecos se entusiasmó Antonio por la vida franciscana, de modo que se separó de los agustinos y se hizo franciscano, tomando el nombre de Antonio, en recuerdo de san Antonio Abad.
Llamada a la predicación. Misionero entre herejes
Pidió ir a Marruecos para ser martirizado. Así, fue a evangelizar a África pero el clima y el trabajo lo enfermaron. Se embarcó para España pero una tempestad lo llevó a Italia.
Participó en el Capítulo franciscano de las Esteras cuando se reunieron todos los franciscanos del mundo en 1221 y allí pasó inadvertido. Pidió a un franciscano que le prestara su celda en una cueva en un monte y allí pasaba el día rezando y haciendo penitencia. Se desmayaba de tanto ayunar.
Pero su ciencia no era luz para quedarse debajo del celemín. Ese mismo año el superior lo encargó de predicar un sermón ante los religiosos que iban a ser ordenados sacerdotes y brilló de tal manera su saber en aquel sermón que el provincial decidió dedicarlo únicamente a predicar. Así que San Francisco le dice: «Su oficio es el de predicador». Lo enviaron a la provincia italiana de la Romaña, cuya capital era Rávena, y que estaba infectada de herejes cátaros. Antonio empezó a luchar contra ellos aprovechando el inmenso caudal de ciencia que había adquirido en sus años de soledad y las reservas de fervor que había acumulado en sus años de oración.
El Papa quiso que se enviaran muchos misioneros a Francia a combatir la herejía de los albigenses. Antonio fue enviado a Montpellier y Tolosa. Argumentaba con admirable sabiduría a los herejes y conmovía sus corazones. Tenía una impresionante fuerza de persuasión para convencer.
Antonio poseía todas las cualidades de un buen predicador: ciencia, elocuencia, un formidable poder para conmover, gran deseo de salvar las almas y una voz sonora y agradable que llegaba hasta muy lejos. Además estaba dotado del poder de hacer milagros.
Taumaturgo
En Rímini los herejes impedían que el pueblo acudiera a sus sermones. Entonces acudió al milagro. Se fue a la orilla del mar y empezó a gritar: «Oíd la palabra de Dios, pececillos del mar, ya que los pecadores de la tierra no la quieren escuchar». A su llamada acudieron miles de peces que sacudían la cabeza en señal de aprobación. Aquel milagro conmovió a la ciudad y los herejes tuvieron que ceder.
Un descreído pidió al santo que le probara con un milagro que Jesús sí está en la Santa Hostia. El hombre aquel dejó a su mula tres días sin comer, y luego cuando la trajo a la puerta del templo le presentó un bulto de pasto fresco y al otro lado a san Antonio con una Santa Hostia. La mula dejó el pasto y se fue ante la Santa Hostia y se arrodilló.
Tenía una gran devoción al Niño Jesús y se dice que logró contemplar en visión cómo era Jesús cuando era niño. También Dios quiso glorificar su sepulcro obrando allí infinidad de milagros.
Destino final: Padua
El año 1230 fue enviado a Padua. Allí todos lo amaban, y fue en esa ciudad donde principalmente logró ver admirables frutos de su predicación. Las multitudes cambiaban de conducta de una manera nunca antes vista, al oírlo a él. La paz volvía a los que estaban peleados y muchos devolvían lo que se habían robado. Luchó fuertemente para que los que prestaban dinero no cobraran intereses demasiado altos y obtuvo que a los pobres no les echaran a la cárcel por deudas. La gente se lanzaba a tocarlo y era necesario un escuadrón de hombres para protegerlo después de los sermones. Le quitaban pedazos de hábito.
Consumido por el esfuerzo y la enfermedad sintió venir la muerte. Entonó un canto a la Santísima Virgen y sonriendo dijo: «Veo venir a Nuestro Señor» y murió. Era el 13 de junio de 1231. Tenía sólo 36 años La gente recorría las calles diciendo: «¡Ha muerto un santo! ¡Ha muerto un santo!». Durante sus funerales se produjeron impresionantes demostraciones de cariño de las gentes de Padua hacia él. La ciudad de Padua ha conservado sus restos con enrome devoción durante más de siete siglos y le construyó una bellísima basílica.
Querido por los Papas y por la gente sencilla
El Papa Gregorio XI lo declaró santo al año de muerto. León XIII lo llamó «el santo de todo el mundo», porque su imagen y su devoción se encuentran por todas partes. Pío XII lo declaró «Doctor Evangélico».
Es más amado e invocado por el pueblo humilde que ve en él un protector de los pobres y necesitados. Los favores que consigue son inmensos. La gente experimenta que él conmueve el bolsillo de los ricos para ayudar a los pobres y consigue buenos matrimonios. La experiencia de cada día enseña que San Antonio no defrauda a los que le rezan con fe. Es muy especial protector para encontrar objetos que se habían perdido. Se le reza el responso y se consiguen maravillas.
SAN ANTONIO DE PADUA, SACERDOTE Y DOCTOR DE LA IGLESIA.