SACERDOCIO Y CONFINAMIENTO.

Por Alejandro Antonio Zelaya.

Impacto generalizado

Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos (Jn 17,9).

Este tiempo de pandemia ha ‘shockeado’ nuestra vida sacerdotal. Inesperadamente, abruptamente, hemos tenido que dejar nuestras celebraciones, nuestros apostolados, nuestros quehaceres diarios. Aún cuando estuviéramos enfermos, viviendo en una clínica, o en una casa sacerdotal, la nueva situación nos ha tocado profundamente, sin hacer ninguna diferencia con otros sacerdotes del mundo entero y de todas las edades y años de ministerio.

Ya seas obispo, sacerdote diocesano, o consagrado, independientemente del lugar que ocupes en una diócesis o comunidad; ya vivas en una parroquia, institución o cualquier otro lugar o tipo de comunidad, en la urbe, o en el campo, sin duda, a todos nos ha igualado, de alguna manera, esta pandemia.

Ser uno

Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste (Jn 17, 21).

¡Cuánto más se hace clara la oración de Jesús!: Que todos sean uno. Que también ellos sean uno en nosotros.

¿Por qué no escuchar esta Palabra de Jesús especialmente en este tiempo, precisamente dirigida a nosotros, ordenados?:  Ser uno para poder enfrentar con esfuerzo y dignidad, con la gracia de Dios, nuestros conflictos internos y externos, nuestras enfermedades no sólo físicas sino también las psicológicas y las espirituales, que pueden en este tiempo agudizarse, ‘atacar’ de repente, querer ‘tirarnos abajo’.

Soledad sacerdotal y ministerio disfuncional

No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí (Jn 17, 20).

Tales disfunciones las puedo vivir solo, muy solo quizás, pero siempre, tarde o temprano, tienen un efecto en el ‘Cuerpo’, el cual se patentiza en la comunidad donde vivo, o donde soy enviado. Límites que, en definitiva, me limitan y limitan a otros. Límites que pueden hacerme experimentar culpable o, por el contrario, ‘poderoso’.

¡Cuántos sacerdotes se quiebran por estar solos! No se sienten parte de ninguna comunidad. No se sienten de nadie: ni de Dios ni de un pueblo. Sin duda, esto no surge de un día para otro. Esto se va gestando, ‘asumiendo’ inconscientemente, imperceptiblemente, casi sin uno darse cuenta.

La mirada misericordiosa de Jesús

Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo (Jn 17, 18).

Pero, no estoy hablando esto desde un plano moral. Si me permites, te invito a entrar en un plano humano, profundo. No te sientas para nada acusado o juzgado, sino comprendido, entendido, asumido, liberado, confiado, tocado por la mirada misericordiosa de Jesús, que todo lo ve y todo lo comprende, y todo lo tuyo lo asume.

Jesús estuvo en aquel momento de aquel conflicto que ha tenido consecuencias extremas para tu vida, y hoy Jesús sigue estando. Jesús está, vive en ti, en tu ser sacerdotal. Sos de Jesús, y Él es tuyo.

Oración

Amado Padre, hoy quiero renovar mi consagración: bautismal, presbiteral, episcopal.

Te ofrezco mi vida toda: con sus aciertos y errores, con sus penas y sufrimientos, con sus alegrías y gozos. Te ofrezco a mi pueblo, a los que me has enviado, a los que me has confiado, con sus enfermedades y cruces, con sus dones y llamados. Son tuyos como yo soy tuyo. Amén.

María, Madre de los sacerdotes, ruega por nosotros.

El padre Alejandro Antonio Zelaya es miembro del Equipo de Formación Permanente del Clero de la diócesis de Avellaneda-Lanús.

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