LA PROFECÍA EN TIEMPOS CONVULSIONADOS Y VIOLENTOS.

Por Silvio Pereira.

Vamos a introducirnos en otra época de la profecía en Israel. Obviamente en esta presentación no podemos tratar la temática propia de todos los profetas. Nos limitamos a aquellos que por la envergadura de su mensaje y por su novedad conceptual son más relevantes. Así en el período precedente no hemos tomado contacto con Miqueas, cuya profecía podríamos catalogar como una síntesis de sus contemporáneos y una suerte de relanzamiento de la temática común; aunque ciertamente debemos reconocerle una singularidad especialmente significativa en su anuncio del Mesías, perfilado como un rey-pastor oriundo de Belén bajo el signo de David. También hubiese deseado seguir gozando de la belleza y profundidad de tantos oráculos poéticos del gran Isaías. Pero debemos seguir haciendo camino.

La profecía hacia el fin del siglo VII y comienzo del VI a.C.

La situación histórica

Con el reinado de Ezequías había comenzado la reforma deuteronomista cuyos dos grandes pilares serían: el Yavismo como religión única y Jerusalén como ciudad santa donde se ubica el templo único. Con los posteriores gobiernos de Manasés y Amón la reforma se detiene y se recrudece el culto a los ídolos paganos.

La reforma religiosa monoteísta se retoma y profundiza con Josías hacia el 640-609 a.C. En el Templo, probablemente hacia el 622, es hallado el libro de la Ley —Deuteronomio— y se comienza a escribir la colección Josué, Jueces, Samuel, Reyes. Es el tiempo de desarrollo de la Tradición o Escuela Deuteronomista.

Notemos que hacia el 625 a.C. se produce un desplazamiento de poder en la región: comienza a emerger el influjo dominante de Babilonia, que se libera de Asiria y la comienza a desplazar, sustituyéndola luego en su hegemonía territorial.

Tras lo cual comenzará un período muy convulsionado. A Josías le sucede en el trono Joacaz durante apenas 3 meses. Luego Yoyaquim gobierna entre 609-597, declarándose en rebeldía contra Babilonia hacia el 600. Tras lo cual Joaquín reina brevemente entre 598-597, año en el cual Nabucodonosor sitia Jerusalén y lo destrona. Se produce así la primera deportación: las clases dirigentes constituidas por los nobles con sus cortesanos y los sacerdotes son exiliados a Babilonia. En esta deportación emigró Ezequiel, aún no vocado por Dios, cuyo ministerio profético será relevante en el siguiente tramo histórico, ya durante el exilio.

Sedecías reina entre 597-587 y retoma la rebelión. Ezequiel ya desde el exilio predice la ruina de Jerusalén. En el 587 Nabucodonosor asedia la ciudad capital y la toma, haciendo prisionero al rey. Godolías es colocado como gobernador pero el pueblo lo asesina. Entonces Nabucodonosor invade destruyendo Jerusalén y el Templo, produciendo una segunda deportación de carácter masivo. Jeremías parte al exilio pero hacia Egipto.

Los profetas de este tiempo

1. Hacia el 630 ubicamos a Sofonías, que podríamos bautizar como «el profeta del Resto de Yahvéh», temática que le precede pero que expresa con fuerza propia. Si para Isaías I el castigo es consecuencia de la majestad de Dios y de la infidelidad del pueblo —idolatría—, si para Amós esa infidelidad es la injusticia social, para Sofonías Dios se revela por los castigos históricos como Señor del universo y de la historia. Éste profeta sintetizará a los anteriores y profundizará sus intuiciones.

a) Miqueas ya había insinuado que el pecado no es una transgresión colectiva de la Alianza sino una responsabilidad personal, Sofonías insiste con fuerza y en ésta dirección continuará Jeremías.

b) Amós se había sensibilizado con los pobres-explotados, mas Sofonías hace de los anawim no una categoría sociológica sino teológica: son los pobres de Yahvéh, el resto fiel, los piadosos-sumisos abandonados a la voluntad de Dios. Por esta calidad moral Yahvéh los constituye resto escatológico, reserva histórica de fidelidad a la Alianza desde la cual en el futuro hará brotar al Mesías, anawim también él.

c) Retoma el tema del día de Yahvéh como tiempo final y definitivo del Juicio de Dios sobre el universo y la historia entera a través de su Mesías. El Mesías no aparece como alguien personal, sólo se lo vincula con el Resto.

2. Hacia el 627 fechamos la llamada vocacional del gran profeta Jeremías a quien nos dedicaremos en extenso.

3. Hacia el 612 situamos el ministerio de Nahúm que calificaré como «el profeta del Dios victorioso». Se trata de un oráculo concreto contra Nínive, que simboliza para Judá a todos sus enemigos. Se anuncia pues el castigo del impío. Puede provocar cierto rechazo sin embargo su lenguaje violento, su imagen de un Dios guerrero, que por fidelidad a sí mismo, debe erradicar al impío contumaz. Nahum significa «el que es consolado». El consuelo es que:

a) Yahvéh triunfa en la historia;

b) no se deja vencer por el mal;

c) se puede poner en Él la esperanza.

4. Hacia el 600 Habacuq, que caracterizaré como «el profeta del desarraigo». Se presenta como un desarraigado y un sin-historia que en medio de la desolación canta la fe radical en Yahvéh. Se trata de un desarraigado arraigado en la problemática de su tiempo y en la acción de Dios. Lo novedoso en él es su modo de vincularse con Dios: se le planta delante, pregunta y exige respuestas. La tradición rabínica habla de la tríada Moisés-Elías-Habacuq como quienes ven a Dios cara a cara e interceden con su oración. Se pregunta Habacuq: ¿por qué Dios soporta la iniquidad?, ¿por qué el pueblo sufre?, ¿por qué permite que desde dentro perviertan al pueblo? El justo-Judá es oprimido por el impío-Babilonia, usado por Dios como un azote. Pero también reconoce el profeta que hay justos e impíos dentro y fuera del Pueblo.

Desarrolla pues una verdadera teología de la historia. Dios tiene designios pero no anula la libertad del hombre. Babilonia es un instrumento de Dios pero no un ministro plenipotenciario; ya será juzgada por el modo de usar su poder, el opresor será oprimido y se restablecerá la justicia. Pero esta promesa no hace que el oprimido —Judá— cambie de situación: debe mantener la confianza y esperar en Dios; en medio de un castigo justo seguir creyendo en Dios, apelando a su Misericordia, seguir haciendo de Yahvéh la razón de la esperanza y el sentido de la vida. A Dios no se le pueden preguntar las razones; él es Juez y Señor de la historia.

La profecía como exégesis de la historia

Quisiera resaltar con simplicidad el valor de estos profetas, que en tiempos intensos de reforma religiosa y pecado persistente, de fervor nacional y asedio imperialista, pudieron tener la claridad necesaria para escuchar a Dios y transmitir su voluntad al Pueblo. En medio de tanta ebullición aparecieron como exegetas —intérpretes— precisos de la realidad que el Señor les desvelaba. ¡Cuánta seguridad, consuelo y esperanza será una tal certidumbre en tiempos confusos! Sin embargo a ellos les ha tocado el sufrimiento.

Sus contemporáneos, faltos de distancia emotiva para juzgar sobre la situación, ideológica e interesadamente involucrados en los avatares de la cotidianeidad, parcializados engañosamente en su mirada, les han rechazado y perseguido. ¡Dios por ellos habló con paternal sinceridad pero el Pueblo no lo quiso escuchar!

No son estos tiempos de profunda crisis tan distintos para la Iglesia peregrina. Muchos cristianos se lanzan convencidos hacia la agenda mundana con cuya vigencia pretenden sintonizar bajo pretexto de diálogo; un simulado y bien orquestado coloquio confuso, donde terminan enajenando su identidad en manos de una seductora pero clara estrategia maléfica que asedia destructiva a la Iglesia. Otros tantos permanecen desorientados sin poder hacer pie, jalonados por los vientos de la confusión y a punto de rasgarse sus débiles y resecas raíces; no quieren aún cimentarse en el sacrificio que da firmeza y vida. ¿Y Dios calla, no ha enviado profetas a éstos nuestros tiempos? ¡Claro que sí! No voy a nombrarlos. Sólo diré que por ahora corren la suerte propia de su ministerio: son tratados de locos, retrógrados, fanáticos e ignorantes. Tenidos como insensibles y no encarnados en las causas del presente son desestimados. Me temo que en el futuro comprenderemos la precisa exégesis de la historia que Dios les ha confiado. El Señor pues los mantenga fieles y les retribuya generosamente su entrega martirial.

LA PROFECÍA EN TIEMPOS CONVULSIONADOS Y VIOLENTOS. Por Silvio Pereira.

El Padre Silvio Dante Pereira Carro es también autor del blog Manantial de Contemplación. Escritos espirituales y florecillas de oración personal.

1 COMENTARIO

  1. Gracias por recordarnos a los Profetas de nuestros tiempos: Al parecer agua fluyendo entre nosotros trayendonos vida … No la despreciemos … esta a punto de caer en una cascada 😇💒

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