JEREMÍAS: EL PROFETA DE LA INTERIORIDAD, ATRAVESADO POR EL SUFRIMIENTO (13).

Continuación de Jeremías: el profeta de la interioridad, atravesado por el sufrimiento (12).

Por Silvio Pereira.

Nos adentramos en el 2do. bloque del libro profético contenido en 26,1-45,5. Sin duda ya hemos contemplado a Jeremías como un profeta atravesado por el sufrimiento, ahora intentaremos descubrir aquello de la interioridad.

En esto, me desperté y vi que mi sueño era sabroso para mí. He aquí que días vienen —oráculo de Yahveh— en que sembraré la casa de Israel y la casa de Judá de simiente de hombres y ganados. Entonces, del mismo modo que anduve presto contra ellos para extirpar, destruir, arruinar, perder y dañar, así andaré respecto a ellos para reconstruir y replantar —oráculo de Yahveh— (Jer 31,26-28).

Recordemos que la vocación profética de Jeremías estaba densamente cargada de esta dualidad plantar-arrancar o perder-reedificar. Aquí es el mismo Señor quien afirma haber convivido con su Pueblo para purificarlo al mismo tiempo que le anuncia un futuro de fecundidad. Este porvenir marcado como «vienen días» o «en aquellos días» remite ciertamente a los tiempos de la plenitud mesiánica, sin duda con proyección escatológica. ¿En qué consistirá esta restauración?

En aquellos días no dirán más: «Los padres comieron el agraz, y los dientes de los hijos sufren de dentera»; sino que cada uno por su culpa morirá: quienquiera que coma el agraz tendrá la dentera (Jer 31,29-30).

El primer hito a marcar para hablar de la «interiorización de la Ley» es la temática de la «responsabilidad personal». Jeremías usa un refrán popular para introducir su enseñanza.

El agraz es el zumo de los agraces o racimos de uva verde aún inmadura, por tanto con fuerte concentración de acidez, que fue utilizado culinariamente durante la antigüedad y edad media hasta ser sustituido por el limón. La dentera se trata de la sensibilidad dental frente a diversos estímulos como frio o calor y las molestias o dolencias de encías o en la raíz de los dientes a consecuencia del ácido del agraz. Por tanto se afirma que el sufrimiento no es solidario grupalmente: unos miembros comen y toda la familia padece. Sino personal: quien comiere lo padecerá.

Esto viene a cuento de que Israel —para simplificarlo por causas didácticas— parte de una reflexión moral colectiva. La llamada «personalidad corporativa» aglutinaba en una persona o grupo con relevancia institucional al colectivo del pueblo. El rey peca contra Dios y lo sufre todo el pueblo. ¿Quién pecó —se preguntaban—: el enfermo o sus antepasados? Así esta idea de que el pecado es del rey o de los sacerdotes o de los falsos profetas o de los antepasados y se transfiere a la comunidad entera terminaba de exculpar a la mayoría y diluir la intencionalidad subjetiva. Jeremías comienza a afirmar explícitamente en cambio lo que la corriente profética ya venía insinuando: no es posible exculparse en chivos expiatorios colectivos, el pecado siempre supone una adhesión personal con su consiguiente responsabilidad. Ya no se puede decir: «No tengo culpa, seguimos a quien pusiste de jefe». Ni tampoco: «Todos lo hacían».

En este punto con Jeremías y luego fuertemente con Ezequiel cuaja un momento de maduración de la reflexión moral de Israel. No se puede eludir la propia libertad: eres tú quien adhieres al pecado o lo rechazas, eres tú mismo quien permanece fiel a la Alianza o la rompe. «Dentro tuyo», en tu interioridad decides tu suerte. ¿Hacia qué se inclina tu corazón?

He aquí que días vienen —oráculo de Yahveh— en que yo pactaré con la casa de Israel —y con la casa de Judá— una nueva alianza; no como la alianza que pacté con sus padres, cuando les tomé de la mano para sacarles de Egipto; que ellos rompieron mi alianza, y yo hice estrago en ellos —oráculo de Yahveh—. Sino que esta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel, después de aquellos días —oráculo de Yahveh—: pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que adoctrinar más el uno a su prójimo y el otro a su hermano, diciendo: «Conoced a Yahveh», pues todos ellos me conocerán del más chico al más grande —oráculo de Yahveh— cuando perdone su culpa, y de su pecado no vuelva a acordarme (Jer 31,31-34).

¡Un anuncio sorprendente, un verdadero salto de nivel: una Alianza Nueva! No solo una renovación de la misma Alianza de antaño sino una enteramente Nueva. Pues aquella Alianza ha sido vivida de un modo puramente formalista o exterior y no ha tomado el corazón de los hombres y del pueblo. Dios necesita por así decirlo «entrar más adentro»:…pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.

El movimiento profético comienza así una dinámica de interiorización de la Alianza, una auténtica pedagogía del corazón: Ya no tendrán que adoctrinar más el uno a su prójimo y el otro a su hermano, diciendo: «Conoced a Yahveh», pues todos ellos me conocerán del más chico al más grande… Pasará el profetismo de solo denunciar la ruptura de la Alianza por pecados modélicos como la idolatría o la injusticia, a también anunciar y favorecer un trabajo profundo del mismo Dios en el alma de sus hijos para recrearlos desde adentro. Superando aquella religiosidad formalista, apoyada excesivamente en signos y ritos exteriores, se proclamará una nueva religiosidad del corazón, o mejor dicho, desde el corazón.

«Conocer a Dios» de este modo nuevo quiere decir que se establecerá un vínculo de amor, de intercambio mutuo entre el Señor y cada hijo de su pueblo, lo cual hará realmente posible vivir fielmente y en santidad. Esta «espiritualización de la Ley» que ahora se graba y sella en el corazón anticipa el desarrollo paulino sobre la acción de la gracia.

Se resuelve adentro

«Se resuelve adentro» podría ser un oportuno leimotiv para nuestra época cristiana. Quizás podríamos sumar: «Baja a tu corazón». Y frases por el estilo que indiquen la primacía de la tarea espiritual. Una tarea tan descuidada debo agregar. Pues si bien se vocifera que hay «sed de espiritualidad», raramente constato empeños serios y perseverantes para recorrer un itinerario de crecimiento y maduración de la vida en el Espíritu.

La religiosidad puramente formal y exterior de antaño cuadra bien con la actual superficialidad reinante, el ajetreo y la saturación de estímulos, la búsqueda de resoluciones tan urgentes como confortables y exentas si es posible de algún sacrificio, la ensordecedora falta de silencio y la dificultad para transitar procesos. Podría continuar describiendo sintomatología de la anemia espiritual que cursa el cristiano de hoy pero es más que suficiente para entendernos. Ciertamente no faltarán quienes aleguen que no tengo en cuenta las miradas holísticas, las estructuras panópticas y las dinámicas circulares e inter-dimensionales. Hay una cultura nueva, un exótico y multiversal modo naciente de pensar, sentir y creer.

En fin, por creativas y elaboradas que sean las excusas no dejan de ser excusas. Para que florezca una espiritualidad el hombre —que esencialmente sigue siendo el mismo— necesita silencio, austeridad, capacidad de entrega de la propia vida, perseverancia y algunas materias primas más que son insustituibles.

«Haz una pausa y baja a tu corazón que todo se resuelve adentro», sería un universal consejo con garantía de final feliz. ¿Pero quién resuelve adentro? ¿Solo uno? Me imagino que quien solo no pudo «resolver afuera» tampoco solo podrá «resolver adentro». Como nuestra fe acepta que solo Dios salva obviamente afirmamos que solo Él con su Santa Voluntad da resolución verdadera a la vida del hombre. Entonces cuando el hombre «adentro» se entrega al Señor, se abandona en sus manos y se deja purificar, ordenar y pacificar en su Amor puede emerger sereno y claro para una convivialidad luminosa y transformadora del «afuera».

Dicho con la simplicidad humorística que se puede en este espacio acotado, indulgente con el precario binomio afuera-adentro, anuncio con los profetas que Dios nos está llamado a la interioridad donde Él podrá marcarnos y sellarnos con su Espíritu en Alianza Nueva. No hay ninguna otra resolución posible para el hecho humano.

JEREMÍAS: EL PROFETA DE LA INTERIORIDAD, ATRAVESADO POR EL SUFRIMIENTO (13). Por Silvio Pereira.

El Padre Silvio Dante Pereira Carro es también autor del blog Manantial de Contemplación. Escritos espirituales y florecillas de oración personal.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí