Hermenéutica de la continuidad
El 7 de diciembre de 1965, el beato papa Pablo VI promulgaba la última de las Constituciones del Concilio Vaticano II, la Constitución Pastoral Gaudium et Spes sobre la Iglesia en el mundo actual. Han pasado más de 50 años de este acontecimiento, que prácticamente coincidía con la clausura del Concilio Vaticano II el 8 de diciembre de 1965, y queremos dar gracias a Dios por este gran documento que ha marcado el camino eclesial en el cambio de Milenio.
Conviene recordar el gran discurso del papa Benedicto XVI el 22 de diciembre de 2005, a los 40 años de la clausura del Concilio. En ese documento, Benedicto nos recordaba las dos hermenéuticas con las que se ha leído ese acontecimiento eclesial: la de la ruptura y la de la reforma. Y enfatizaba que «el Concilio debía determinar de modo nuevo la relación entre la Iglesia y la edad moderna». Y sostuvo:
«La ardua disputa entre la razón moderna y la fe cristiana que en un primer momento, con el proceso a Galileo, había comenzado de modo negativo, ciertamente atravesó muchas fases, pero con el concilio Vaticano II llegó la hora en que se requería una profunda reflexión. Desde luego, en los textos conciliares su contenido sólo está trazado en grandes líneas, pero así se determinó la dirección esencial, de forma que el diálogo entre la razón y la fe, hoy particularmente importante, ha encontrado su orientación sobre la base del Vaticano II. Ahora, este diálogo se debe desarrollar con gran apertura mental, pero también con la claridad en el discernimiento de espíritus que el mundo, con razón, espera de nosotros precisamente en este momento. Así hoy podemos volver con gratitud nuestra mirada al concilio Vaticano II: si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia».
«Una nueva etapa en la evangelización de siempre»
También el papa Francisco quiere resaltar la importancia del Concilio Vaticano II. En la bula Misericordiae Vultus lo explica el Santo Padre:
«He escogido la fecha del 8 de diciembre [para el inicio del Año de la Misericordia] por su gran significado en la historia reciente de la Iglesia. En efecto, abriré la Puerta Santa en el quincuagésimo aniversario de la conclusión del Concilio Ecuménico Vaticano II. La Iglesia siente la necesidad de mantener vivo este evento. Para ella iniciaba un nuevo periodo de su historia. Los Padres reunidos en el Concilio habían percibido intensamente, como un verdadero soplo del Espíritu, la exigencia de hablar de Dios a los hombres de su tiempo en un modo más comprensible. Derrumbadas las murallas que por mucho tiempo habían recluido la Iglesia en una ciudadela privilegiada, había llegado el tiempo de anunciar el Evangelio de un modo nuevo. Una nueva etapa en la evangelización de siempre. Un nuevo compromiso para todos los cristianos de testimoniar con mayor entusiasmo y convicción la propia fe. La Iglesia sentía la responsabilidad de ser en el mundo signo vivo del amor del Padre» (n. 4)
Continuará…
Nota: Grandes líneas de la Constitución Pastoral «Gaudium et Spes» (1) fue publicado originalmente en @tevangelizar.