Francisco recuerda al sacerdote misionero Matteo Ricci

El Pontífice recordó el testimonio del padre Matteo Ricci quien, después de haber entrado en la Compañía de Jesús y entusiasmado por los informes de los misioneros, «pidió ser enviado a las misiones en Extremo Oriente». «A los 57 años, el misionero murió en Pekín consumado por las fatigas de la misión», aseguró, al reiterar que «es el primer extranjero al que el Emperador concedió la sepultura en tierra china».

Francisco recordó al padre Matteo Ricci quien, después de haber entrado en la Compañía de Jesús y entusiasmado por los informes de los misioneros, «pidió ser enviado a las misiones en Extremo Oriente», durante la audiencia general del miércoles 31 de mayo, en la fiesta de la Visitación de la Bienaventurada Virgen María, en la que continuó sus catequesis sobre los «testigos ejemplares de celo apostólico».

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«Fueron necesarios 18 años, con 4 etapas a través de 4 ciudades diferentes, antes de llegar a Pekín. Con constancia y paciencia, animado por una fe inquebrantable, Matteo Ricci pudo superar dificultades y peligros, desconfianzas y oposiciones. Él siguió siempre el camino del diálogo y de la amistad con todas las personas que encontraba, y esto le abrió muchas puertas para el anuncio de la fe cristiana», destacó el Papa, al explicar que el misionero italiano estudió «de forma profunda» los textos clásicos de la cultura china.

Sostuvo que su propósito era poder presentar el cristianismo «en diálogo positivo con su sabiduría confuciana y con los usos y las costumbres de la sociedad china». Aseguró que los conocimientos matemáticos y astronómicos del misionero «contribuyeron a un encuentro fecundo entre la cultura y la ciencia de occidente y de oriente, que vivirá entonces uno de sus tiempos más felices, en el signo del diálogo y la amistad». «Su fama como hombre de ciencia no debe oscurecer la motivación más profunda de todos sus esfuerzos: el anuncio del Evangelio», enfatizó.

«Además de la doctrina, son su testimonio de vida religiosa, de virtud y de oración, su caridad, su humildad y su total desinterés por honores y riquezas, que inducen a muchos de sus discípulos y amigos chinos a acoger la fe católica. A los 57 años, el misionero murió en Pekín consumado por las fatigas de la misión, en particular por su continua disponibilidad a acoger a los visitantes que le buscaban en todo momento para aprovechar su sabiduría y su consejo», aseguró, al reiterar que «es el primer extranjero al que el Emperador concedió la sepultura en tierra china».

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