EL HUMILDE TRABAJADOR DE LA VIÑA DEL SEÑOR.
La noticia de la partida del Papa Emérito Benedicto XVI, además de tocarnos el corazón como hijos de la Iglesia, especialmente en el momento de elevar nuestras oraciones por su eterno descanso, nos trae también muchos recuerdos de su paso y camino como hijo fiel de la Iglesia y Vicario de Cristo en la tierra.
Sus características personales, como ser, su profunda inteligencia, sabiduría, su amor y búsqueda de la verdad han sido indudables en toda la historia de su vida. Pero, por sobre todo, su humildad es quizás lo más destacable. Y como ésta va unida siempre a la verdad, y ambas no se dan la una sin la otra, podemos decir que éstas han sido compañeras fieles de camino de Joseph Ratzinger, y se han mostrado patentemente en él; no sólo en su pensar sino también en su obrar.
Quisiera referirme brevemente a la faceta de su humanidad en el ámbito del obrar y, precisamente hacer hincapié en un solo gesto, el gesto más iluminador que quizás concentra el resumen de su vida. Seguramente un hito, un «antes y un después» en su historia personal, un hito en el papado, un hito en toda la historia de la Iglesia. Algo que no se daba desde hacía 598 años. Y el mismo es, nada menos que su renuncia al ministerio petrino; hacía casi 6 siglos que un papa no renunciaba a su cargo.
Este gesto revolucionario, aleccionador en muchos sentidos, quizás el más grande de todos, en mi humilde visión, es en el aspecto de la «vulnerabilidad» que remarca claramente la humanidad de un Papa que expresó: «Tras haber examinado repetidamente mi conciencia ante Dios, he llegado a la certeza de que mis fuerzas, dada mi avanzada edad, ya no se corresponden con las de un adecuado ejercicio del ministerio petrino. Soy consciente de que este ministerio, dada su naturaleza espiritual esencial, debe ser llevado a cabo no sólo con palabras y hechos, sino también con oración y sufrimiento. Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a cambios tan rápidos y sacudido por cuestiones de profunda relevancia para la vida de la fe, de cara a gobernar la barca de San Pedro y difundir el Evangelio, son necesarias tanto la fortaleza de mente como la del cuerpo, fuerza que en los últimos meses se ha deteriorado hasta tal punto en mí que he tenido que reconocer mi incapacidad para cumplir adecuadamente el ministerio que se me confió».
El acto de renuncia del Papa Benedicto fue una acción de profunda humildad, que al mismo tiempo, condice totalmente con el concepto de Iglesia «hospital de campaña» de hoy, el cual nos enseña que aunque seamos heridos y/o estemos heridos como hijos de la Iglesia, sin embargo igualmente y al mismo tiempo, seguimos siendo y/o estando llamados a servir al Señor de una u otra manera. Por eso también es bueno recordar que Benedicto XVI en su discurso de anuncio de renuncia dijo además: «deseo servir devotamente a la Santa Iglesia de Dios en el futuro a través de una vida dedicada a la oración», con la cual se fue santificando día a día en el transcurso de los años. Benedicto XVI sin duda cumplió modélicamente lo que el Papa Francisco expresa actualmente sobre la misión de los ancianos en la Iglesia: colaborar con su oración, con su sabiduría y con su experiencia de vida. Y al mismo tiempo, Francisco ha cumplido con el deber de asistencia y acompañamiento en la enfermedad, ancianidad y muy debilitada salud del Papa Emérito, estando siempre muy cerca de él y sobre todo en estos últimos días, como lo hemos seguido en las noticias. Gestos de humanidad, de fraternidad entre Papas, que los acercan y los hacen más humanos, más vulnerables, más cercanos a nosotros y a la humanidad entera. Gestos y acciones que hablan de la fragilidad humana, de la vulnerabilidad sacerdotal y —cómo no hacerlo— si tenemos un Dios que se quiso hacer vulnerable por amor, naciendo pobre y humilde en Belén. No es casualidad sino muy providencial que Benedicto haya partido justo en octava de Navidad. Porque en el misterio de la Navidad encontramos al Dios pobre y humilde que para llegar a ser un Sumo Sacerdote misericordioso y fiel en el servicio de Dios (Hb.2, 17), debió hacerse semejante en todo a sus hermanos, y no se avergüenza de llamarnos hermanos (cf. Hb. 2, 11).
Por último, quisiera referirme a una frase de Joseph Ratzinger: «Yo no me preparo para un fin, sino para un encuentro». ¡Cuánta enseñanza nos deja este pensamiento! Nos enseña a todos el sentido último y primero de nuestra vida, la sabiduría más sabia de todas, el sentido de trascendencia, del encuentro con Dios, el fin de la vida que es el encuentro con Él.
En todo momento y hasta el último momento nos enseñas, Benedicto. Que en paz descanses, humilde obrero del Señor.
El padre Alejandro Antonio Zelaya es licenciado en Psicología y miembro del Equipo Pastoral de la Vicaría de Ministerios de la diócesis de Avellaneda-Lanús.
EL HUMILDE TRABAJADOR DE LA VIÑA DEL SEÑOR.