CURSO «LA FE CRISTIANA»: TEMA 7. LA ELEVACIÓN SOBRENATURAL Y EL PECADO ORIGINAL.
Continuación de Curso «La fe cristiana»: Tema 6. La Creación.
Por Juan María Gallardo.
Al crear al hombre, Dios lo constituyó en un estado de santidad y justicia; pero nuestros primeros padres se rebelaron contra el Creador y perdieron gran parte de los dones recibidos, transmitiendo a las generaciones posteriores una naturaleza caída y alejada de Dios, que Cristo ha redimido.
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- La elevación sobrenatural
Al crear al hombre, Dios lo constituyó en un estado de santidad y justicia, ofreciéndole la gracia de una auténtica participación en su vida divina (cfr. Catecismo, 374, 375). Así han interpretado la Tradición y el Magisterio a lo largo de los siglos la descripción del paraíso contenida en el Génesis. Este estado se denomina teológicamente elevación sobrenatural, pues indica un don gratuito, inalcanzable con las solas fuerzas naturales, no exigido aunque congruente con la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios. Para la recta comprensión de este punto hay que tener en cuenta algunos aspectos:
a) No conviene separar la creación de la elevación al orden sobrenatural. La creación no es ‘neutra’ respecto a la comunión con Dios, sino que está orientada a ella. La Iglesia siempre ha enseñado que el fin del hombre es sobrenatural (cfr. DH 3005), pues hemos sido elegidos en Cristo antes de la creación del mundo para ser santos (Ef 1,4). Es decir, nunca ha existido un estado de ‘naturaleza pura’, pues Dios desde el principio ofrece al hombre su alianza de amor.
b) Aunque de hecho el fin del hombre es la amistad con Dios, la Revelación nos enseña que al comienzo de la historia el hombre se rebeló y rechazó la comunión con su Creador: es el pecado original, llamado también caída, precisamente porque antes había sido elevado a la cercanía divina. No obstante, al perder la amistad con Dios el hombre no queda reducido a la nada, sino que continúa siendo hombre, criatura.
c) Esto nos enseña que, aunque no conviene concebir el designio divino en compartimentos estancos —como si Dios primero creara un hombre ‘completo’ y luego ‘además’ lo elevara—, se ha de distinguir, dentro del único proyecto divino, diversos órdenes. Basada en el hecho de que con el pecado el hombre perdió algunos dones pero conservó otros, la tradición cristiana ha distinguido el orden sobrenatural —la llamada a la amistad divina, cuyos dones se pierden con el pecado— del orden natural —lo que Dios ha concedido al hombre al crearlo y que permanece también a pesar de su pecado—. No son dos órdenes yuxtapuestos o independientes, pues de hecho lo natural está desde el principio insertado y orientado a lo sobrenatural; y lo sobrenatural perfecciona lo natural sin anularlo. Al mismo tiempo, se distinguen, pues la historia de la salvación muestra que la gratuidad del don divino de la gracia y de la redención es distinta de la gratuidad del don divino de la creación, siendo aquélla una manifestación inmensamente mayor de la misericordia y el amor de Dios.
d) Es difícil describir el estado de inocencia perdida de Adán y Eva, sobre el que hay pocas afirmaciones en el Génesis (cfr. Gn 1,26-31; 2,7-8.15-25). Por eso, la tradición suele caracterizar tal estado indirectamente, infiriendo, a partir de las consecuencias del pecado narrado en Gn 3, cuáles eran los dones de que gozaban nuestros primeros padres y que debían trasmitir a sus descendientes. Así, se afirma que recibieron los dones naturales, que corresponden a su condición normal de criaturas y forman su ser creatural. Recibieron asimismo los dones sobrenaturales, es decir, la gracia santificante, la divinización que esa gracia comporta, y la llamada última a la visión de Dios. Junto a éstos, la tradición cristiana reconoce la existencia en el Paraíso de los ‘dones preternaturales’, es decir, dones que no eran exigidos por la naturaleza pero congruentes con ella, la perfeccionaban en línea natural y constituían, en definitiva, una manifestación de la gracia. Tales dones eran la inmortalidad, la exención del dolor —impasibilidad— y el dominio de la concupiscencia —integridad— (cfr. Catecismo, 376).
Fragmento del texto original Tema 7. La elevación sobrenatural y el pecado original de Santiago Sanz.
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